“Que la DEA no me vea”

Una de las canciones más populares de “Atajo”, un exitoso grupo de rock boliviano, contenía un estribillo pegajoso y decidor: “Que la DEA no me vea que me causa stress”. Era una canción de respaldo al movimiento cocalero que comenzaba a despuntar en ese momento y que después se impondría rotundamente en la política boliviana.
La relación entre los EE.UU. y los cocaleros nunca fue de las mejores: en septiembre fue expulsado el embajador de ese país; semanas después USAID (la agencia de cooperación para el desarrollo); y, hace unos días, la DEA en una decisión mediática plagada de acusaciones de grueso calibre, entre ellas, que en lugar de combatir al narcotráfico, la DEA había colaborado con él y permitido desde asesinatos hasta la venta de toneladas de cocaína.
El giro antinorteamericano de Morales ya ha tenido costos altos para Bolivia: perder las preferencias arancelarias para las exportaciones y probablemente una futura “descertificación” del país (EE.UU. certifica o no a los países en función a su lucha contra el narcotráfico).
El gobierno sostiene que, sin la ayuda norteamericana, ha cumplido con la interdicción al narcotráfico y que ahora contará con el auxilio de otros países como Rusia (con quien se firmó recientemente un acuerdo de cooperación), la Unión Europea y hasta UNASUR.
Por otra parte, cree que la situación mejorará con el triunfo de Barack Obama, a quien ha prometido entregar las pruebas de los vínculos de la DEA con el narcotráfico. Los más escépticos dudan que la política antidrogas y respecto a Bolivia vaya a cambiar con el nuevo inquilino de la Casa Blanca, es más, el vicepresidente electo Joseph Biden, representa la línea dura norteamericana en la lucha contra el narcotráfico y durante la gestión del ex presidente Bill Clinton participó de la concepción del Plan Colombia.
En cualquier caso, al margen de este impensado y sin mayor relevancia acuerdo con la ex Unión Soviética, donde uno puede encontrar reminiscencias de la guerra fría en Bolivia es en acciones como la expulsión de la DEA, que no significará como antaño ir de los brazos de una potencia para caer en los de otra, pero contiene una retórica antigua y bipolar que conocía bien “Atajo”, por eso terminaba su canción con un definitivo “yankee, mother fucker, go home”.
Los artistas pueden darse esos lujos, los políticos no.

Las campanas doblan por Morales

El mejor prestidigitador político que exista hoy en Latinoamérica, aquel capaz de sentarse toda la noche junto a sus descamisados y llorar al firmar el decreto con el que sellaba su triunfo. El político hábil y taimado, el indio tenaz y admirable, el de la chompa multicolor y el traje sin corbata, ése, al que todos conocemos antes de nombrarlo, ha roto el empate catastrófico boliviano. Tardó tres años más de lo previsto pero finalmente impuso su agenda política, económica y étnica casi sin modificaciones.
En el camino quedó una oposición boqueando, derrotada (electoralmente en agosto y políticamente en septiembre), incapaz de hacerse viable o de seguir el ritmo a la historia. Un fracaso apenas menos amargo por aquellas pocas concesiones que le hizo el gobierno como permitir la tenencia de la tierra, postergar la segunda reelección o aceptar autonomías controladas.
Y a lado de aquel ilusionista y de estos juglares, como testigos silenciosos, mirando, decenas de muertos inocentes, cientos de heridos y un país paralizado y expectante.
Ahora bien, ¿cómo será este nuevo orden que llega para quedarse? Estatista antes que socialista en lo económico —una perspectiva a la que el mundo parece dirigirse sin escalas—; peronista antes que chavista en lo político; y antiliberal por sobre todas las cosas.
Desde la perspectiva étnica e inclusiva, va a la par con la historia; pero como otro triunfo del occidente arcaico y centralista que desde finales del siglo XIX conduce Bolivia, se opone a ella sin esperanza.
Después de su triunfo, la responsabilidad ha quedado por entera de lado del gobierno, la pregunta leninista que se escucha soterrada y sensatamente en el Palacio Quemado es qué hacer con tanto poder, y ya se ensayan respuestas. Respuestas con visos autoritarios y populistas, cierto, pero que sigue siendo democráticas como lo demostró el hecho de que el lunes pasado —pudiendo—, Morales no hubiera tomado el poder por la fuerza, a pesar de los pedidos desesperados de miles de campesinos que querían quemar el parlamento, e instaurar el gobierno de los soviets y de los ayllus de una vez y para siempre. Aquel genio del marketing y la propaganda, el padre ordenador y castrador, evitó la catástrofe en una vigilia televisada para el público —que era la nación toda—, demostrando que aún hay esperanzas para la democracia y las instituciones.
Y en medio de estas semanas que estremecieron a Bolivia, la OEA y UNASUR vivieron un infierno para cualquier político: “sentarse en una mesa de negociación sin poder opinar”, como confidenció Dante Caputo a quien quisiera oírlo.
Pero el papel de ambas organizaciones no debe medirse por lo que pasó sino por lo que podía pasar.
Su sola presencia evitó mayor violencia de la que hubo y permitió una retirada ordenada de la oposición y que los sectores fundamentalistas del gobierno no impusieran su criterio. Sin la OEA y UNASUR el resultado hubiera sido el mismo, sin duda, pero con muchos más muertos, más luto y dolor del que una sociedad puede resistir sin quebrarse. Sería injusto pedirles más… o mejor: ¿podría pedírseles otra cosa?
Por eso reciben el aplauso de la platea y la obra puede continuar sin mayores interrupciones (apenas violencia esporádica a la que estamos casi acostumbrados); y en ella nadie se pregunta quién es el director o por quién doblan las campanas, todos sabemos que hoy y durante muchos años las campanas doblarán con fuerza por Evo Morales.

Bolivia, tan lejos de Dios

Pando es de muy difícil acceso, gran parte del año apenas se puede llegar por tierra y en época de lluvias sólo quien posea ánimo de aventura y esté dispuesto a pasar semanas en medio de una carretera que desaparece sin avisar.
Cuando se viaja por allí y se tiene la suerte de comer en algún poblado, uno lo hace hasta decir basta: si es el desayuno, huevos, carne, arroz todo lo que sea posible, los baqueanos dicen que uno debe hacerlo así porque no sabe cuándo lo hará de nuevo, si la selva lo retendrá por semanas sin otra cosa que fruta y animales de caza.
El aeropuerto entonces —un caserío y una lengüeta de tierra en el que aterrizan sobre todo avionetas pequeñas—, es el contacto con el mundo de este pequeño pueblo en medio de la selva amazónica, mucho más cerca de Brasil, que del lejano centro de La Paz o, mejor, del Estado boliviano que casi no tiene presencia allí.
Cierto que un comando del ejército y un batallón de la policía tienen sede en ese departamento boliviano, pero es la Prefectura o organizaciones corporativas como los ganaderos, el comité cívico, o las que agrupan a los pueblos indígenas de la zona los que realmente expresan a las fuerzas vivas del pueblo, las que se reúnen, protestan o pasean (las chicas en una dirección, los chicos en otra para mirarse a los ojos) en una pequeña plaza principal, rodeada por la Alcaldía, la iglesia, un banco y algunos comercios.
A pocos kilómetros de allí, a orillas un río que divide la periferia de la selva tupida, espesa y agresiva de la amazonía y que quienes quieran vadear tiene que cruzar en pontón (esas grandes balsas de madera que uno no sabe cómo pueden flotar con un camión encima), ocurrió hace unos días el enfrentamiento más sangriento de los últimos años y quizá el más complejo, no por la cantidad de muertos y heridos sino porque eran civiles los que se enfrentaron con otros civiles.
La narración de los hechos —que aún espera una investigación independiente que dé cuenta de lo que ocurrió realmente—, varía según sea la versión del gobierno o de la oposición. En resumen, un grupo de campesinos e indígenas que se dirigía a la otrora bucólica plaza de Cobija para apoyar al gobierno de Evo Morales y otro grupo de pobladores que salió a enfrentarlos. El Prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, afirma que el primer muerto que cayó fue de su bando, y que a raíz de ello sus huestes se armaron para defenderse; la versión del gobierno es que un grupo pacífico de campesinos fue cazado como si fueran animales por una turba enardecida opositora y armada.
A partir de allí un aquelarre que sólo pudo controlarse con un estado de sitio que costó dos muertos más (totalizando una quincena), la detención del Prefecto por genocidio y la movilización de toda la comunidad internacional para evitar un estallido de violencia sin límites y sin precedentes.
Fernández un político con 20 años de experiencia, el gran caudillo pandino, si bien validó dos veces en las urnas su respaldo popular, como representante clásico de la partidocracia que se desintegra en Bolivia fue incapaz de asumir sus responsabilidades y los cambios que se produjeron en el país en los últimos años. Hoy está preso y su destino correrá la misma suerte que la coyuntura política, pagando cara la ceguera con la que se condujo.
Pero la responsabilidad del gobierno en el estallido no es menor, si bien mayoritario y con una legitimidad sin precedentes en la historia democrática, también se mostró incapaz de entender que las transformaciones sociales que atraviesa Bolivia no sólo son étnicas sino también regionales. En ese sentido, la demanda de autonomías que desde hace años reivindican zonas olvidadas como las de Pando (a las cuales el Estado ni siquiera les construyó una carretera) fueron negadas reiteradamente con la convicción de que la fuerza de la mayoría subsumiría a esas minorías que se niegan a seguir dependiendo de un centro que las tiene olvidadas.

¿Cómo se llega a una situación así?

En un artículo de la revista Pulso, Marco Zelaya afirma que esta convulsionada etapa de la historia boliviana denominada como la era del gas, sería mucho más preciso identificarla como el “ciclo de la maldición de los recursos naturales”.
Bolivia a lo largo de su vida independiente y aún antes se definió por el reparto que hizo de lo que la naturaleza tuvo a bien darle, su historia está atravesada por esa lucha: desde el nacimiento de la ciudad de La Paz en 1548 durante la Colonia (se llama así porque fue fundada en celebración de la paz alcanzada entre Almagro y Pizarro que se enfrascaron en una cruenta lucha por repartirse las haciendas y la plata de Potosí); hasta el estaño (“el metal del diablo” para los historiadores); el guano el salitre y más recientemente, los hidrocarburos.
El descubrimiento de ingentes cantidades de gas, en lugar de resolver los problemas crónicos de pobreza y atraso del país, de exclusión social y racismo, los ahondaron porque significó el despertar de pulsiones que durante décadas estuvieron adormecidas.
El gas enloqueció a los bolivianos que consideraron que el único problema del país era el reparto de la renta, la que siempre había favorecido a un grupo de privilegiados corruptos. Ése, y no la creación de la riqueza, fue el incentivo de las fuerzas económicas y sociales bolivianas a lo largo de la historia.
Más recientemente hay que encontrar la explicación de lo que ocurrió en Pando en el triunfo sin precedentes de Evo Morales en un referéndum revocatorio donde se alzó con el 67% de los votos, cuando ganó sin concesiones y casi unánimemente en todas las áreas rurales, incluso en la de los departamentos autonomistas (que consolidaron a sus Prefectos gracias al número de votos en las ciudades, pero sin imponerse ni siquiera en la totalidad de su región). No hubo empate el 10 de agosto y creer aquello no sólo es un error político sino matemático.
Después de esos resultados, el Gobierno emprendió una operación que le permitiera dar el tiro de gracia a la oposición con la convocatoria a un nuevo referéndum en diciembre próximo, esta vez para la aprobación de otra Constitución y para autorizar la reelección, de forma que el único líder boliviano de proyección nacional e internacional, continúe en el cargo. Es que si los resultados son iguales o parecidos a los del referéndum revocatorio, el 2009 se convocaría a nuevas elecciones y, a partir de ahí, el límite para Evo Morales será el 2019.
Escenario probable porque después de los abrumadores resultados de aquel domingo de agosto, la oposición se encuentra difusa y confusa: sean los partidos de derecha que en un error que les costará su viabilidad futura propiciaron el mismísimo referéndum revocatorio; sea la oposición regional que se encuentra en estado de apronte y radicalizada producto del aislamiento y del cerco geográfico oficialista que comienza a asfixiarlos.
De todas formas, la convocatoria al referéndum por la nueva Constitución y por la reelección fue una decisión arriesgada porque no es lo mismo votar por la continuidad de un Presidente democrático que por una doctrina ideológica que regirá la vida de millones de bolivianos en el largo plazo.
La nueva Constitución es resistida por todas las regiones orientales porque desconoce las autonomías, entre otras cosas porque éstas plantean competencias que el gobierno no está dispuesto a ceder: educación salud, policía, capacidad legislativa y el control de los recursos naturales y la tierra.
La oposición también argumenta en su rechazo el proyecto de nueva Constitución que ésta fue aprobada solo por una mayoría oficialista, por ser antiliberal y por tratar de indigenizar el país.
Podría haber sido otro capítulo más del clásico empate catastrófico boliviano, aquel que se produce entre unas masas fuertes y bien organizadas ahora en el poder, y una elite débil, racista y excluyente, pero el resultado del referéndum permitió al gobierno pensar que había llegado la hora del desempate.
Operación, sin embargo, que olvidó un detalle fundamental: a un enemigo herido y apaleado hay que darle una salida, por honor pero también por astucia: uno nunca sabe cuán peligroso puede ser en el futuro; no entender esa máxima política le cobró la cuenta a Morales.

El cambio cualitativo

En Bolivia hay una constante de enfrentamientos duros y violentos contra el Estado o sus instituciones, sin embargo, desde la Revolución Nacional de 1952 no existía un enfrentamiento entre civiles; civiles que hoy están armados, como dice un reciente editorial del periódico La Razón: “si los líderes políticos, cívicos, sociales, sindicales y regionales del país dieron suficientes muestras de que nunca llegaron a medir las consecuencias de su discurso —que muchas veces fue excesivamente confrontacional—, ahora deben saber que la situación en Bolivia es tan difícil que la población civil está, literalmente, armada. En los últimos días se ha evidenciado… que los grupos de choque civiles del oficialismo y de la oposición poseen armas de fuego y, a juzgar por lo ocurrido en Porvenir, Pando, están dispuestos a utilizarlas cuando lo consideren propicio”.
Ese dato es cualitativamente distinto a lo ocurrió en los últimos años, y es el que preocupó a la comunidad internacional tanto que el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, advirtió el riesgo de llegar a una situación irreversible; la presidenta pro tempore de UNASUR, Michelle Bachelet, convocó a una cumbre de urgencia en Santiago y el presidente de Brasil, el país con mayor responsabilidad sobre la situación boliviana (por su extensa frontera, su dependencia del gas y por el peso específico que tiene en la región), movilizó toda su capacidad diplomática y política para poner paños fríos a una situación que amenazaba con salirse de madre.
Asimismo, como sostienen los más veteranos diplomáticos de la región, éste es un conflicto hecho a medida para que la OEA muestre su justa dimensión y para saber si sus críticos tienen o no razón (a quienes avalan lo acontecido en el pasado: la guerra de Las Malvinas o la de Centroamérica, por ejemplo, donde ésta brilló por su ausencia).
Así, se puso nuevamente en el tapete uno de los temas que siempre rondan los análisis en situaciones de crisis como éstas: la vigencia de una de las organizaciones regionales más antiguas del mundo, precisamente cuando Latinoamérica se tensiona merced a la ideología y a las fuertes disputas por un liderazgo que cada vez se hace más elusivo y fragmentario.
En descargo de Insulza y sus hombres habrá que decir que en los últimos años América Latina se ha convertido en un polvorín, y que quizá la crisis de la OEA no se deba sólo a las personas que la manejan sino a los mecanismos que la sostienen y que se muestran insuficientes para enfrentar los nuevos desafíos regionales, y a la influencia de EEUU. De allí el estrellato de organismos subregionales como la Unión de Naciones Sudamericanas.

El protagonismo de UNASUR

Como para que nadie dude de las dificultades que tuvo que enfrentar UNASUR —el más reciente mecanismo de integración subregional— antes de la crisis boliviana veamos los antecedentes a su fundación en mayo pasado: Colombia no quiso aceptar la presidencia pro tempore que le correspondía, por sus problemas con Venezuela y Ecuador (por eso la tuvo que asumir Chile, el siguiente país en orden alfabético); el Secretario General de UNASUR —el ex presidente ecuatoriano, Rodrigo Borja— renuncio intempestivamente porque no se hicieron las cosas como él quería; y, finalmente, lo que iba a ser la primera resolución de UNASUR, la idea brasileña de crear un Consejo de Defensa de América del Sur —una especie de OTAN sudamericana—, se vino abajo, nuevamente por la oposición de Colombia, país que hablaba por sí mismo, cierto, pero también por los EE.UU.
Con todos esos traspiés, sólo la fortaleza de Brasil, que buscaba en esta plataforma retomar el liderazgo continental, y la aquiescencia de la izquierda chavista que bebe los vientos por asuntos como éste, permitieron que naciera.
Por ello, el balance que se haga de la Cumbre de UNASUR en Santiago (o de la propia actuación de la OEA) debería comenzar por dimensionar la magnitud de lo que estaba en juego en Bolivia: sin duda la posibilidad de una ruptura del orden democrático, pero también de una lucha sangrienta y fratricida que todos, absolutamente todos los latinoamericanos padeceríamos.
En ese contexto la Cumbre fue un éxito indiscutible para la democracia y el gobierno boliviano: Evo Morales hoy se siente respaldado por el 67 por ciento de la población, pero también por todos y cada uno de los países de la región, y eso es tener tanto poder como el que se desee.
Es también un éxito para Chile. Bachelet estuvo a la altura de sus responsabilidades: convocó a la Cumbre, la condujo a buen puerto y fijo una agenda para el futuro, y eso es lo que se le pide a un líder en situaciones como ésta: no que analice sino que actúe.
Dicho esto, también hay que entender al Presidente brasileño. La complejidad de lo que ocurre en Bolivia —que no puede ser reducido solamente a un intento de golpe de Estado y menos a una conspiración del imperio como irresponsablemente sugiere Hugo Chávez—, probablemente hizo reflexionar a Lula haciéndolo concluir que entre tanta personalidad compleja las cosas podían equivocar el cauce.
Como bien sentenció M. A. Bastenier “Luiz Inácio da Silva se permitió el lujo de esperar hasta que la reunión de UNASUR se concibiera en sus propios términos… Evo Morales repetía que la crisis era intra-boliviana y que no hacían falta mediadores externos y Lula no quería mover un dedo si no era a instancia de parte. Y cuando la convocatoria se produce, aunque la cobertura de la reunión internacional baste para salvar la cara a La Paz, nadie duda de que es para que Brasil, superpotencia emergente de América Latina y principal cliente del gas boliviano, ordene el procedimiento. A Lula le han llamado; no ha tenido que pedir turno de palabra”.
De ahí que los resultados de la cumbre en lugar de parto de los montes, se convirtió en el ingrediente imprescindible para lograr un diálogo que hasta el cierre de esta edición seguía tenso, bajo la atenta mirada de José Miguel Insulza y de Juan Gabriel Valdés, uno por la OEA y otro por UNASUR, diálogo que sigue siendo la última esperanza para evitar una confrontación mayor.
De forma que hoy, como afirma el sociólogo boliviano Fernando Mayorga, “otra vez (los bolivianos) hemos transitado el camino más largo para arribar al punto de partida porque, después del agravamiento del conflicto con saldos trágicos, retornamos a la noche del 10 de agosto. A los resultados del referéndum revocatorio que fueron un mandato para la negociación. Sin embargo, se impusieron las posturas maximalistas en el oficialismo y la oposición”.

Con beneficio de inventario

Ahora bien, por primera vez desde que comenzó esta etapa de inestabilidad en Bolivia, hay componentes nuevos en el sistema político, sectores radicales que comienzan a plantear la solución por el desastre: los grafittis que se pueden ver en Santa Cruz, Tarija, Beni o Pando que llaman a las arma y que son de profundo corte racista, y los movimientos sociales que marchan a las ciudades opositores en señal de amenaza, son expresiones minoritarias pero que encienden luces de alarma en todos los demócratas del continente
Mientras tanto el proceso social y político boliviano continúa y el escenario más probable es que, pese al diálogo, pronto tendremos episodios similares de violencia, los cuales no terminarán mientras uno de los bandos en disputa —elija usted cuál— crea que esto es parecido al desembarco en Normandía (aquél que cambiará la correlación de fuerzas de la guerra); y el otro considere que está en Stalingrado (y llegó la hora de defenderse contra los invasores). En resumen, nada cambiará mientras los extremistas de uno y otro lado crean que se están jugando la vida en una partida sin importar cuántos muertos tengan que apostar en ella.
Finalmente, a raíz de este episodio, vuelve a surgir en ciertos círculos políticos e intelectuales la discusión sobre una posible balcanización de Bolivia. Y aunque nadie puede darse el lujo de pronosticar el futuro, hablar de balcanización parece una exageración.
Si bien existe esa idea entre pequeños grupos marginales, no hay en la actualidad movimientos sociales que la planteen seriamente. Por otra parte, están ausentes fuerzas extranjeras dispuestas a intervenir en un proceso secesionista porque generaría un escenario regional tan complejo que ningún país está dispuesto a enfrentar. Finalmente, este tema sigue siendo intocable para el ejército que se mantiene fiel a la institucionalidad a pesar de las provocaciones de Hugo Chávez, con lo cual las fuerzas centrípetas pueden evitarlo, no sólo con el espíritu de la ley sino a través de la materialidad de la fuerza.
Por tanto, ni la estabilidad política anhelada ni la balcanización indeseable; lo que cada día parece confirmar más la tesis de que Bolivia es un país arrebatador —sea el altiplano montañoso de La Paz o la selva agreste de ese Pando incomunicado y tan lejos de Dios—, pero que sufre a causa de un Estado fallido que le impide encontrar su verdadero lugar en el mundo y que quizá esté viviendo el tránsito dramático entre la derrota política y armada de la oposición (la electoral ya ocurrió en agosto), y la instauración de un nuevo orden que tiene el signo inequívoco del Movimiento Al Socialismo de Morales.

Bolivia, en riesgo de revolución

Fernando Molina (editorial de Pulso del 30 de septiembre).-

El Gobierno está imprimiendo una dosis considerable de fuerza para forzar un “desempate” del impasse político boliviano a su favor. Ha movido sus fichas de una forma autoritaria, aprovechando muy bien un error de la oposición parlamentaria, que le permitió ir a un plebiscito en el que el presidente Evo Morales obtuvo el 70 por ciento de los votos, y el error de la oposición regional, que se lanzó a actos violentos, casi terroristas, que no sólo eran insostenibles, sino también, en gran parte, artificiales, es decir, que no representaban el verdadero estado de ánimo de los ciudadanos de los departamentos “rebeldes”. El Gobierno ha aprovechado igualmente, con inteligencia y prontitud, la matanza de 16 personas en Pando, la cual despertó el repudio internacional contra el movimiento regional boliviano e hizo creíble la propaganda oficial sobre un golpe de Estado supuestamente en marcha.
Así, Morales está cerca de romper el estancamiento del proceso político que dirige, y que no había encontrado hasta ahora la forma de vencer la activa resistencia de varios departamentos del país, de la oposición política y de las élites económicas.
Cumple así su principal objetivo como dirigente de un movimiento popular e indígena que, aprovechando la implosión de las élites tradicionales a consecuencia de los “locos noventa”, pretende acumular tanto poder como sea posible y aplicar un programa de redistribución radical de la riqueza nacional.
Si al principio del proceso las élites atinaron a reaccionar con cierto orden, hoy están perplejas, atrincheradas en algunas prefecturas que el MAS no pudo ganar en el plebiscito, pese a su mayoría nacional. También son fuertes en el Senado, pero éste, en conjunto, ha perdido casi toda su importancia política, porque la institucionalidad democrática ya casi no cuenta en el país.
Aunque es pronto para considerar completamente derrotada a esta oposición, no cabe duda de que los errores que ha cometido la incapacitan para presentar una eficiente resistencia a los planes del MAS.
El argumento oficial para justificar la presión abiertamente ilegal que está realizando (que incluye la detención irregular del Prefecto de Pando, el cual no sólo ha sido acusado, sino también “condenado” por la maquinaria propagandística gubernamental como autor de la matanza) es el sistemático bloqueo que la oposición ha realizado hasta ahora a todos sus intentos de “cambiar el país”, incluso a los más moderados. Algo de verdad tiene este argumento excepto porque no toma en cuenta que dos males no hacen un bien, y un gobierno autoritario no puede solucionar el autoritarismo de los movimientos sociales que se organizan en su contra.
Por otra parte, los títulos democráticos de Evo Morales y sus colaboradores son muy escasos. Su supuesto intento actual por alcanzar un acuerdo con la otra parte es precario, se realiza por presión de las naciones sudamericanas que intervinieron para evitar un enfrentamiento todavía más grave en Bolivia, y, si se da, seguramente resultará efímero. El tono de las declaraciones y las decisiones de las autoridades ha sido, incluso en este delicado momento, amenazante y conflictivo.
Tampoco podemos olvidar que el Gobierno ha azuzado el odio que ahora paradójicamente pretende conjurar con “mano dura”. Y, por supuesto, no es que esté realizando el esfuerzo de retomar el control de la situación por medio del fortalecimiento de las instituciones estatales, sino por la vía contraria, es decir, prescindiendo de dichas instituciones.
Hay que concluir, entonces, que en este momento la democracia boliviana, en su sentido pleno, está a punto de sucumbir.
El presidente Morales está apostando fuerte: O impone sus condiciones o pone en riesgo la soberanía del país, amenazada por las potencias vecinas que, según han afirmado, no permitirán el caos en la región.
Por otra parte, algunos de los opositores, de forma muy poco digna, preferirían una intervención extranjera que el triunfo del Gobierno que aborrecen.
Todavía es temprano para predecir lo que sucederá, excepto por una cosa: pueden esperarse días muy duros.
Una vez más, ante nosotros se materializa los indicios de ese fenómeno siempre presente en la modernidad que es la revolución. Como se sabe, la revolución lleva el odio por la injusticia a su paroxismo, pero normalmente no desemboca en una sociedad de equilibrio y felicidad, sino en la opresión de las mayorías por parte de unas minorías “justicieras” que avasallan al resto en nombre de un ideal. Un ideal que sirve para justificar la violencia pero nunca para darle un sentido verdadero.

América del Sur frente a la crisis de Bolivia

Mónica Hirst* (publicado en Nueva Crónica N° 25).-

La salida democrática para la crisis boliviana también constituye una condición esencial para el futuro de la comunidad sudamericana.
Un fracaso en este sentido aproximará de forma inexorable a Bolivia a una intervención internacional.
La intensidad y calidad de la crisis política en Bolivia suscita una enorme preocupación, tanto por sus consecuencias para el futuro del país como por su impacto para nuestra región. Ya no resulta posible desvincular ambas dimensiones y parecería que estamos viviendo una etapa en que las prioridades están bastante más próximas al control de daños que a la valorización de los atributos transformadores de la historia del país.
En este cuadro, es necesaria una respuesta regional sudamericana que otorgue –de ser posible a través de una voz única– solidaridad y autoridad. La reunión de emergencia del UNASUR convocada por el gobierno chileno representó un primer paso en esta dirección. Las iniciativas concretas anunciadas, basadas en premisas previamente establecidas, demuestran la intención de no echar a perder el impulso del momento. El apoyo a la gobernabilidad de Evo Morales a cambio de una predisposición sustentable de diálogo y negociación con las fuerzas opositoras –lo que se traduce en reabrir el paquete constitucional–, marca la primera fase de la mediación sudamericana. La segunda reunión realizada en Nueva York –en el contexto de la Asamblea anual de la onu– amplió aún más las intenciones del grupo sudamericano de garantizar su presencia mediadora e investigadora en la crisis boliviana.
El riesgo de una fragmentación liderada por el departamento de Santa Cruz exige una reacción de la comunidad sudamericana que rechace esta hipótesis con la misma firmeza con la que se actuó frente al tema nuclear en el pasado, cuando fue negociado el Tratado de Tlatelolco. En el presente, el desmembramiento territorial constituye una amenaza a la seguridad de cualquier sistema regional.
Debemos defender el principio de integridad territorial de los Estados sudamericanos de la misma forma en la que logramos la desnuclearización. Si la preservación de la paz es un valor absoluto en América del Sur resulta inadmisible cualquier riesgo a la misma. El hecho de que esta región conserve la misma geografía política que hacia finales del siglo xix –lo que no ocurre en Europa, en Asia, ni mucho menos en África– constituye un patrimonio valioso y digno de preservación. Soluciones federativas deberían ser buscadas por medio de negociaciones pacientes y creativas entre La Paz y los departamentos separatistas.
Todo tipo de asistencia debería ser ofrecida de forma organizada y coordinada por países –de la región o no– que disponen de sistemas federativos en los cuales se compatibilizan grados diferentes de autonomía fiscal y política.
Son conocidas las condiciones vulnerables de las realidades que combinan abundantes recursos energéticos, fragilidad institucional y producción y circulación de drogas. La realidad cotidiana en Asia central enseña sobre la erosión, aparentemente irreversible, de soberanías en países dominados por este tipo de escenario. Pero el entorno no-democrático, en el cual se destacan potencias como China y Rusia, también debe ser indicado como un factor explicativo de estos contextos. Este no es el caso de América del Sur. No obstante, sólo será posible evitar la securitización de sus crisis políticas reforzando el consenso por soluciones que apuesten al diálogo y al pluralismo.
De la misma forma que el resultado de la reunión de Santiago representa una prueba de fuego para el
afianzamiento de UNASUR, la salida democrática para la crisis boliviana también constituye una condición esencial para el futuro de la comunidad sudamericana. Un fracaso en este sentido aproximará de forma inexorable a Bolivia a una intervención internacional. Si bien ésta podría contar con una fuerte presencia sudamericana, la herida a la soberanía de la nación boliviana sería semejante a la que soportan los 20 países que actualmente se encuentran bajo intervención externa.
La actual coyuntura pide consensos pero también reclama liderazgo político. El hecho de que los ojos de la región estén puestos en Brasil no significa que estén plenamente dadas las condiciones para que el país asuma este papel. Tanto las resistencias internas como las garantías externas –esencialmente de los Estados Unidos– podrían generar dificultades para el gobierno de Lula. Sin embargo, las condiciones nunca fueron tan propicias en ambos frentes. En el ámbito político interno se observa un amplio reconocimiento del momento económico y de la proyección internacional brasileña. A diferencia del momento político electoral de hace 2 años, cuando la polarización entre sectores oficialistas y opositores incluyó a la política exterior como un tema de agenda, en el presente prevalece concordancia y baja politización entre gobierno y oposición en esta materia. Ya con la relación con Estados Unidos se suman muchos elementos a favor de un protagonismo brasileño en Sudamérica. La crisis de liderazgo de Washington en la región, la falta de interés y energía política para lidiar con sus “periferias turbulentas”, contribuyen a que Brasil asuma su condición de poder regional. El margen de maniobra ante la negligencia y el desprestigio es naturalmente más amplio que en un contexto de recuperación del comando esperado en el 2009, ya sea bajo un proyecto que alude a la adopción del método del garrote (big stick) inspirado en Theodore Roosvelt o con un idealismo pontificado si gana el candidato demócrata. Pero más allá de quién ocupe hoy y mañana la Casa Blanca, la determinación de Brasilia de evitar que se asocie su protagonismo con una política de confrontación con eeuu no cambia. Además de mantenerse en los carriles de su propio diálogo estratégico iniciado con el gobierno Bush, Lula no desea poner en riesgo el apoyo de países claves en la región como Colombia y Chile. Al mismo tiempo, en el ámbito sudamericano, la diplomacia brasileña tendrá que encontrar una fórmula astuta y prudente para lidiar con las ambiciones políticas, ideológicas y militares del gobernante venezolano. Una intervención
directa de Venezuela en Bolivia podría ser fatal para este país: las divisiones internas se transformarían en enfrentamientos alimentados por apoyos externos que recordarían a los tiempos de guerra en América Central.
Pero el momento internacional y regional parece ser muy diferente. Si bien la experiencia de Contadora y su grupo de apoyo no pueden ser negados como antecedentes presentes en la memoria colectiva de los presidentes sudamericanos para enfrentar la crisis boliviana, el actual contexto no guarda semejanzas con la segunda Guerra Fría. En lugar de los condicionantes de la bipolaridad estamos ante un mundo en el cual las regiones son reconocidas como actores políticos y el multilateralismo adquiere una capacidad de intervención para buscar soluciones de estabilidad y paz. Es interesante notar que el delegado asignado para representar a unasur en el proceso de mediación política en Bolivia –Juan Gabriel Valdés– sea la misma persona que fue escogida como el primer representante del Secretario General de la onu ante la misión de paz en Haití (minustah) en 2003.
También llama la atención que desde el primer momento el gobierno norteamericano reconoció positivamente la actuación de unasur, lo cual nunca ocurrió con la concertación latinoamericana para América Central. Debe ser subrayado el apoyo otorgado por la Unión Europea al recientemente conformado grupo sudamericano y el sentido de oportunidad del mismo de proyectarse como
tal ante la Asamblea anual de la onu.
En otras palabras: multilateralismo efectivo, una postura delegativa de los Estados Unidos y una coordinación política regional bajo liderazgo brasileño podrían sumar a favor de una solución pacificadora, institucional y democrática para Bolivia. No obstante, la preservación de la integridad territorial y del pluralismo político parecen ahora implicar la aceptación de un monitoreo externo que inevitablemente limitará, en el corto y mediano plazo, la plena soberanía del país.

* Historiadora y cientista política brasileña, experta en temas de paz y seguridad.

Entrevista a Sergio Molina M. en Radio Cooperativa sobre el conflicto en Bolivia










Normandía y Stalingrado

Cuando se trata de la vida y la muerte, de la viabilidad de un país o su bancarrota uno no debería ser frívolo. En relación a Bolivia, como decía Vallejo: “quiero escribir y me sale espuma / quiero decir muchísimo y me atollo”.
Es que la semana pasada fue una de las más trágicas de las que se tenga memoria (no por el número de muertos, que los hubo y muchos a lo largo de la historia contemporánea, sino porque ésta fue la primera vez en que se enfrentaron civiles contra civiles).
Por ello, el balance que se haga de la Cumbre de UNASUR o de la actuación de la OEA debería comenzar por dimensionar la magnitud de lo que estaba en juego: sin duda la posibilidad de una ruptura del orden democrático, pero también de una lucha sangrienta y fratricida que todos, absolutamente todos los latinoamericanos padeceríamos.
En ese contexto la Cumbre fue un éxito indiscutible para la democracia y el gobierno boliviano: Evo Morales hoy se siente respaldado por el 67 por ciento de la población, pero también por todos y cada uno de los países de la región, y eso es tener tanto poder como el que se desee.
Es también un éxito para Chile. Bachelet estuvo a la altura de sus responsabilidades como líder: convocó a la Cumbre, la condujo a buen puerto y fijo una agenda para el futuro.
Dicho esto, también hay que entender al Presidente Lula y sus reticencias a convocarla. La complejidad de lo que ocurre —que no puede ser reducido solamente a un intento de golpe de Estado y menos a una conspiración del imperio como irresponsablemente sugiere Hugo Chávez—, probablemente hizo reflexionar al brasileño haciéndolo concluir que entre tanta personalidad compleja las cosas podían salirse de madre, o que la Cumbre era pan para hoy y hambre para mañana.
Es que hay que convenir que nadie le tiene mucha fe a las comisiones, ni siquiera a las de la OEA, que tienen un mandato aprobado por todos los países y una carta de navegación específica. En la de UNASUR, ¿a quiénes representarán sus integrantes?, ¿a sus países?, ¿a ellos mismos?
Además, ¿cómo verá la oposición boliviana esta comisión después de la declaración de respaldo al gobierno? Quizá la considerará oficialista y, por falta de confianza de una de las partes, no pueda interceder entre ellas.
Mientras tanto el proceso social y político boliviano continúa y el escenario más probable es que pronto tendremos episodios similares de violencia, los cuales no terminarán mientras uno de los bandos en disputa —elija usted cuál— crea que esto es parecido al desembarco en Normandía (aquél que cambiará la correlación de fuerzas de la guerra); y el otro considere que está en Stalingrado (y llegó la hora de defenderse contra los invasores). En resumen, nada cambiará mientras los extremistas de uno y otro lado crean que se están jugando la vida en una partida sin importar cuántos muertos tengan que apostar en ella.
De ahí la altísima responsabilidad que tenemos los demócratas y los progresistas que creemos que Bolivia merece un futuro en paz: criticar sin piedad a los grupos ultramontanos que persiguen indígenas para asesinarlos, defender sin condiciones las libertades fundamentales, cierto; pero también no dar cheques en blanco a quienes no son capaces de administrar el poder respetando a las minorías, a esos pocos que creen que llegó la hora de tomar el cielo por asalto. Ese pensamiento es el que condujo a la derrota del movimiento popular en los ’70 y nadie debería olvidarlo.

Coordinador del Observatorio de política regional de Chile 21
(Publicado en La Tercera de Chile el 17 de septiembre de 2008)

La Cumbre de UNASUR (una visión desde Chile)

1) Fue un éxito enorme de Michelle Bachelet. Estuvo a la altura de sus responsabilidades como Presidenta Pro Tempore de UNASUR (convocó a la cumbre, la condujo a buen puerto y fijo una agenda para el futuro... impecable).

2) Los únicos que criticaron la cumbre lo hacían por liviana no por el contenido ni por el enfrentamiento entre Presidentes, lo cual también se debe atribuir al liderazgo de Bachelet y su capacidad de conducir personalidades tan complejas e ideológicamente enfrentadas.

3) En ese sentido, es curioso que estas semanas la política chilena estuvieran marcadas por temas internacionales (FARC, Bolivia) y eso nos permite ver a la derecha superprovinciana, conservadora, pacata; y al gobierno como mucho más mundo, integrado, globalizado, etc.

4) Fue un éxito para la democracia y el gobierno boliviano: Evo Morales hoy se siente respaldado por el 67% internamente; y por el todos los países de la región externamente. Todos en Bolivia hacen ese análisis y coinciden que fue un triunfo del oficialismo.

5) Pero también hay que entender a Lula y sus reticencias. No le tengo mucha fe a las comisiones y está, por sus características, es compleja (a diferencia de la OEA que tiene un mandato claro, una carta de navegación específica).

6) Además, ¿Cómo verá la oposición boliviana esta comisión después de una declaración de tal magnitud? Desconfiará de ella, la considerará oficialista o proclive a Evo y, nuevamente como ya ocurrió con la OEA, perderá posibilidades de interceder entre las partes.

7) Mientras tanto el proceso social y político continúa en Bolivia (habrá tregua por el momento pero será momentánea), y pronto tendremos episodios similares. Eso es lo triste y trágico de lo que está ocurriendo.

DECLARACIÓN DE LA MONEDA

Santiago, 15 de septiembre de 2008

Las Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de UNASUR, reunidos en el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile el 15 de Septiembre del 2008, con el propósito de considerar la situación en la República de Bolivia y recordando los trágicos episodios que hace 35 años en este mismo lugar conmocionaron a toda la humanidad;

Considerando que el Tratado Constitutivo de UNASUR, firmado en Brasilia el 23 de mayo del 2008, consagra los principios del irrestricto respeto a la soberanía, a la no injerencia en asuntos internos, a la integridad e inviolabilidad territorial, a la democracia y sus instituciones y al irrestricto respeto a los derechos humanos.

Ante los graves hechos que se registran en la hermana República de Bolivia y en pos del fortalecimiento del diálogo político y la cooperación para el fortalecimiento de la seguridad ciudadana, los países integrantes de UNASUR:

1. Expresan su más pleno y decidido respaldo al Gobierno Constitucional del Presidente Evo Morales, cuyo mandato fue ratificado por una amplia mayoría en el reciente Referéndum.

2. Advierten que sus respectivos Gobiernos rechazan enérgicamente y no reconocerán cualquier situación que implique un intento de golpe civil, la ruptura del orden institucional o que comprometa la integridad territorial de la República de Bolivia.

3. Consecuente con lo anterior, y en consideración a la grave situación que afecta a la hermana República de Bolivia, condenan el ataque a instalaciones gubernamentales y a la fuerza pública por parte de grupos que buscan la desestabilización de la democracia boliviana, exigiendo la pronta devolución de esas instalaciones como condición para el inicio de un proceso de diálogo.

4. A la vez, hacen un llamado a todos los actores políticos y sociales involucrados a que tomen las medidas necesarias para que cesen inmediatamente las acciones de violencia, intimidación y de desacato a la institucionalidad democrática y al orden jurídico establecido.

5. En ese contexto, expresan su más firme condena a la masacre que se vivió en el Departamento de Pando y respaldan el llamado realizado por el Gobierno boliviano para que una Comisión de UNASUR pueda constituirse en ese hermano país para realizar una investigación imparcial que permita esclarecer, a la brevedad, este lamentable suceso y formular recomendaciones, de tal manera de garantizar que el mismo no quede en la impunidad.

6. Instan a todos los miembros de la sociedad boliviana a preservar la unidad nacional y la integridad territorial de ese país, fundamentos básicos de todo Estado, y a rechazar cualquier intento de socavar estos principios.

7. Hacen un llamado al diálogo para establecer las condiciones que permitan superar la actual situación y concertar la búsqueda de una solución sustentable en el marco del pleno respeto al Estado de derecho y al orden legal vigente.

8. En ese sentido, los Presidentes de UNASUR acuerdan crear una Comisión abierta a todos sus miembros, coordinada por la Presidencia Pro Témpore, para acompañar los trabajos de esa mesa de diálogo conducida por el legítimo Gobierno de Bolivia, y

9. Crean una Comisión de apoyo y asistencia al Gobierno de Bolivia, en función de sus requerimientos, incluyendo recursos humanos especializados.


Yo quiero decir que luego de esta reunión, extensa pero muy fructífera, y de estos acuerdos, UNASUR ha quedado más consolidado.

Muchas gracias.

La escalada

Muertos y heridos, atentados terroristas, pedidos de armas para defender al Presidente, instituciones saqueadas, el embajador de EEUU expulsado con ignominia, aeropuertos tomados, las sedes de los medios asediadas por turbas enardecidas, carreteras intransitables… aquí describo sólo alguno elementos del escenario caótico que enfrentan las regiones opositoras de la Media Luna boliviana, y que comienza a extenderse a todo el país.
¿Cómo se llega a una situación como ésta a tan solo un mes del referéndum en el que Evo Morales ganó con el 67% de los votos? La respuesta es compleja pero tiene mucho que ver con la soberbia.
Soberbia de las regiones y ciudades perdedoras que ahora se saben minoritarias, cercadas geográficamente, desarticuladas políticamente y sin más alternativas para sobrevivir que ceder el discurso y la acción a los sectores ultramontanos que creen que Bolivia es el campo de batalla de la tercera guerra mundial.
Soberbia del gobierno que en lugar de ser magnánimo ante el triunfo y dar una salida honorable a los derrotados, se convenció de que había llegado la hora del desempate político. Así, en lugar de negociar, convocó a otro referéndum con el objetivo de aprobar una Constitución que provoca urticaria a los autonomistas y temor atávico entre la clase media.
¿Qué deparará el futuro? Alejado el diálogo del escenario, las perspectivas no son halagüeñas: violencia civil continua, deterioro institucional aún mayor, y una situación económica en franco retroceso.
¿Guerra civil? Poco probable en tanto el ejército y la policía se han mantenido leales al gobierno, no hay fuerzas separatistas extranjeras ni respaldo social a la balcanización.
Traigo a colación ese tema porque entre los argumentos para expulsar al embajador de EE.UU. se mencionó una supuesta colaboración con los “separatistas” y el expertise que le otorgaba haber tenido participación diplomática en Bosnia y luego en Kosovo, cuando las papas quemaban y mataban.
Al margen de si Philip Goldberg se entrometió en asuntos internos o no, la expulsión —casi inédita en la historia latinoamericana—, aumenta aún más la escalada: el imperialismo siempre fue una baza fuerte a la hora del póker político, y está visto que Evo Morales se dispone a jugar todas las cartas que tiene, cegado como está por la tentación del desempate.
El problema es que —como en toda escalada—, pronto se llegará a un punto de no retorno y, de ahí en adelante, todo puede ser posible.
(Publicado en La Tercera el 12 de septiembre)

Civiles en contra de civiles

Por Fernando Molina, director de la revista Pulso
La noticia más preocupante de esta semana llena de malas noticias en Bolivia es que los peores episodios de violencia --el del miércoles 10 en Tarija que arrojó 70 heridos, y el de Cobija el jueves 11, con la muerte de ocho personas-- fueron enfrentamientos entre civiles. Esto altera significativamente la trayectoria del conflicto que vive el país desde el año 2000. Porque a lo largo de esta década casi de crisis política, los distintos grupos sociales que han salido a protestar a las calles y a bloquear caminos (por muchos motivos distintos, pero en el fondo uno solo: el control de los recursos naturales) se enfrentaban siempre contra el Estado, contra las fuerzas de seguridad. Ahora ya no es así. El cambio comenzó imperceptiblemente, hace varios meses, y esta semana ha quedado al descubierto.
El gobierno de Evo Morales, igual que todos los que lo precedieron durante este siglo, ha tenido que actuar jaqueado por las llamadas “minorías eficientes”, es decir, por facciones de la sociedad que, a causa de su gran politización, han sido capaces de resistir denodadamente sus políticas. Lo mismo le pasaba a los presidentes Mesa, Sánchez de Lozada, Quiroga y Banzer, aunque los movimientos que luchaban contra ellos eran diferentes de los que ahora están en el centro de la actualidad. Eran justamente los contrarios.
Para ilustrar una vez más que el mundo da vueltas, resulta que en Bolivia quienes ayer encabezaban la revuelta contra los presidentes “neoliberales” --y que éstos solían adjetivar de “golpistas”-- son los mismos que ahora acusan a los dirigentes regionales rebeldes de tramar un golpe de Estado. Un caricaturista local expresó esta paradoja con un dibujo de Morales “tomando un poco de su propia medicina”.
Lo que nos interesa aquí es saber si efectivamente se trata de la misma medicina. A primera vista semeja serlo, tiene la apariencia del purgante que los siempre indignados súbditos del Estado boliviano hacen tragar una y otra vez a sus gobernantes, la hiel de la insubordinación. (Como es sabido, el Estado en estas tierras, y ya desde la Colonia, “manda pero no obliga”).
Sin embargo, en este último tiempo observamos una diferencia que no es menor. Los gobernantes actuales, enfrentados como hemos dicho a estos movimientos sociales de nuevo tipo, no han intentado sin embargo controlarlos por medio de la coerción estatal, como hicieron los anteriores, sino apelando a otro método muy distinto: la movilización de sus propias fuerzas.
Este solo hecho bastaría para caracterizar a este gobierno de populista. Morales carece de la idea del poder como Leviatán, no siente la necesidad de salvar a la sociedad de su desorden congénito, a diferencia por ejemplo de Sánchez de Lozada, que por esta idea sacó al ejército un sábado, y se acostó el domingo con la siniestra nueva de que la tropa había matado a casi 70 personas.
De modo que a la medicina que intenta suministrarle la oposición desde 2006, y que antes era su propia medicina, Morales ha contestado de forma homeopática: con la firme creencia de que el mejor antídoto es un poco más del mismo veneno.
Así es como columnas de comerciantes y artesanos, y sobre todo a los campesinos de los cuatro departamentos donde se concentra la oposición (pero en las ciudades, no en el campo) han sido movilizados constantemente. Campo contra ciudad, pobres contra ricos. ¿No es ésta la fórmula que siempre les ha dado resultado a los populistas?
Pero Morales ha exagerado la dosis. Una cosa es que a él no le interese el orden y otra que el orden no sea importante para la sociedad y para el ejercicio de la política. Finalmente el orden (nuevo) es el objetivo, aunque el camino sea la revolución. Sólo que nada de esto está en la mente del Presidente boliviano, como muestra su última e inopinada decisión de expulsar al embajador de Estados Unidos para mostrar que todo este lío surge de una conspiración externa.
La verdad, sin embargo, es otra. Luego de casi tres años de azuzar desde la alta palestra de la Presidencia a unos grupos de bolivianos contra otros, Morales ha logrado remover el poso de resentimiento, odio racial y prepotencia, que estaba depositado en el sustrato de la cultura boliviana.
Y una buena parte de la oposición, íntimamente regocijada, se ha puesto a chapotear en este mismo lodo.
La responsabilidad material por los muertos y heridos de esta semana es de quienes les golpearon y dispararon, claro, pero la responsabilidad ética llega más lejos. Civiles en contra de civiles. Éste es el resultado directo de la prédica de la confrontación comenzada por Evo Morales y continuada por los dirigentes regionales. Facilitada por la indiferencia, la conveniencia o la estupidez de las naciones extranjeras. Celebrada por los bienpensantes del primer mundo. Animada por los medios de comunicación. Aplicada por las claques. Impulsada por millones de votos. Permitida por la sociedad entera.
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y el que busca, encuentra.

Ensayo sobre la ceguera

Las segundas partes nunca son buenas dice un conocido refrán respecto al cine. Por supuesto que las excepciones van desde El Padrino a Batman pero hay demasiadas constantes como para desconfiar de la sabiduría popular, tanto que Hollywood ya no las hace (o hace tres de una sola vez para que nadie discuta).
Lo mismo pasa con el poder, es demasiado atractivo y seductor como para soltarlo sin pataleo, entonces se fuerza la jugada: si se permite un solo periodo, se busca el segundo; si hay dos, vayamos por el tercero. El deseo de reelección infinita corroe a los políticos cualquiera sea el color de su pelaje: Leonel Fernández en República Dominicana, Alvaro Uribe en Colombia, para no hablar de los K, Lula o Hugo Chávez.
En Bolivia, tras los resultados del referendo revocatorio, el Gobierno ha emprendido una operación que permitiría no sólo el tan ansiado desempate a través de otro referéndum en diciembre próximo, esta vez para la aprobación de una nueva Constitución (a la cual Vargas Llosa calificaría cuando menos de utopía arcaica); sino también autorizando —cuándo no— la reelección, de forma que el único líder boliviano de proyección nacional e internacional y a quien nadie puede hacer frente, continúe en el cargo. Es que si los resultados son iguales o parecidos a los del referéndum revocatorio, el 2009 se convocaría a nuevas elecciones y, a partir de ahí, el límite para Evo Morales sería el 2019.
Escenario probable porque después de los abrumadores resultados de aquel domingo de agosto (aciago para la oposición), ésta se encuentra difusa y confusa: sean los partidos de derecha que en un error que les costará su viabilidad futura propiciaron el mismísimo referéndum en el que fueron masacrados; sea la oposición regional que se encuentra en estado de apronte y radicalizada producto del aislamiento y del cerco geográfico oficialista que comienza a asfixiarlos… y a un enemigo herido y apaleado hay que darle una salida, por honor pero también por astucia: uno nunca sabe cuán peligroso puede ser en el futuro; no entender esa máxima política le cobrará la cuenta a Morales en algún momento. Por ahora la oposición acorralada comienza a enarbolar la tesis de “un país dos sistemas”, como si esto fuera viable o posible.
De todas formas, la convocatoria al referéndum por la nueva Constitución y por la reelección es una decisión arriesgada porque no es lo mismo votar por la continuidad de un Presidente democrático que por una doctrina ideológica que regirá la vida de millones de bolivianos en el largo plazo; pero además porque ha sido convocado por decreto supremo y no por ley como manda la Constitución vigente, poniendo en duda su legalidad, lo cual acaba de ser reiterado por la máxima autoridad electoral que se niega a organizarlo.
Falta mucho aún y nada está dicho, pero Evo Morales, cebado por el triunfo y dispuesto a imponer su hegemonía a la Media Luna parece haber fondeado el diálogo y el consenso, aquellos que le reclamaban los analistas y políticos del mundo entero. Ya lo escribía de forma inmejorable M.A. Bastenier en El País refiriéndose a la ceguera de la oposición y del oficialismo: “no sabemos si están condenados a entenderse, pero sí que si no se entienden, están condenados”.

Publicado en La Tercera el 4 de septiembre de 2008

El teflón Morales

A pesar de sus errores de principiante que son reflejados en caracteres catastróficos por los medios; de las nacionalizaciones inverosímiles (la última, el proyecto de estatizar los fondos de pensiones afectando a la clase media); y hasta de las voces alarmistas y exageradas sobre la influencia y billetera de Hugo Chávez, Evo Morales demostró ser un líder incombustible, un teflón al que nada se le pega.
Pocos presidentes en el mundo pueden fanfarronear con números como los que obtuvo en el referéndum del domingo pasado. Una votación del 63% luego de desgastantes dos años y medio de ejercicio en el poder (casi 10 puntos por encima de lo logrado el 2005); cifras arriba del 85% en el área rural; ciudades como El Alto con el 90% de los votos; y pueblos altiplánicos donde arañó el 100%.
Resultados de ese calibre no puede atribuirse únicamente a los errores de la oposición (que los hubo y muchos, entre ellos no hacer campaña); ni tampoco sólo a que Morales representa genuinamente lo que sienten y piensan los bolivianos (a esas pulsiones sociales que los definen: algo autoritarias y socialistas, algo premodernas), sino también a que es un liderazgo que excede por mucho lo político y que no puede ser explicado solamente bajo esos términos: genera complicidades mucho más complejas, solidaridades étnicas profundas en un país predominantemente indígena.
Pero dicho esto, no se puede subestimar el otro lado de la medalla de un referéndum que no sólo planteaba la revocatoria presidencial sino además la de autoridades regionales. Así, en cuatro de los nueve departamentos en los que se divide Bolivia se votó de manera rotunda contra Morales y también con porcentajes superiores a los de la elección pasada.
Por tanto no hubo esa reconfiguración de la correlación de fuerzas tan ansiada por los ideólogos recalcitrantes del oficialismo y la mayoría de los liderazgos regionales claves continúan en manos opositoras. Pero como las elecciones no se ganan ni se pierden sino que se explican, no faltará en uno y otro bando, quien quiera acomodar la realidad a sus deseos.
En cualquier caso, el resultado es una inyección de adrenalina para el gobierno, la confirmación de que la agenda nuevamente está en sus manos y de que su siguiente parada es la aprobación de una nueva Constitución, más nacionalizaciones y el empeño redentor en un socialismo indigenista sin que la oposición político-partidaria (en crisis terminal); o la oposición cívico-regional (algo más organizada), puedan detenerlo por el momento.
El “patria o muerte, venceremos” de Morales al terminar su discurso de triunfo en la plaza Murillo de La Paz es un dato del incremento de la polarización que vendrá en el futuro —y que opaca el tibio llamado al diálogo que hizo minutos antes—; lo mismo que la sediciosa demanda de un golpe de Estado del Alcalde de Santa Cruz.
Pero si Evo Morales revalidó su popularidad con esa contundencia y si los prefectos opositores en su mayoría se mantienen en sus cargos, la pregunta lógica es ¿para qué sirvió el referéndum? No hay muchas respuestas para ello: el deseo —antes que la certeza— de un desempate imposible; o la confirmación de aquella versión de la frase de Lampedusa atribuida a Víctor Paz Estenssoro, el líder político más importante del siglo XX: “En Bolivia pasa todo, pero, al final, no pasa nada”. Es que las sobredosis, aún las de política, son otra forma de evasión.
(Publicado en La Tercera el 13 de agosto de 2008)

El inobjetable triunfo de Evo Morales


El teflón

En otras circunstancias (o en otro lugar) que un Presidente no pueda recibir a sus invitados extranjeros por no controlar su territorio; que luego de dos muertos a balazos trepen a una treintena las víctimas caídas durante su mandato; que enfrente una rebelión regional sin precedentes condimentada por una masiva huelga de hambre; en fin, todo aquello que ocurrió en Bolivia esta semana, se hubiera traducido en una disminución dramática de su popularidad; quizá la declaración de estado de conmoción interna; y, qué duda cabe, habría generado frases célebres y sesudos análisis sobre su continuidad.
Nada de eso ocurre con Evo Morales. A pesar de sus errores de principiante que son reflejados en caracteres catastróficos por los medios; de las nacionalizaciones inverosímiles (la última, el proyecto de estatizar los fondos de pensiones y los ahorros individuales) y hasta de la sempiterna influencia y billetera de Hugo Chávez, Evo Morales sigue vivito y coleando, incombustible, un teflón al que nada se le pega y que será ratificado holgadamente en el referéndum del próximo domingo. Según la ley, necesita algo más del 46 por ciento para mantenerse en el cargo y las encuestas, aún las más pesimistas, sitúan su votación diez puntos por encima de ese porcentaje (las más optimistas veinte).
Un resultado de ese calibre (de confirmarse) no puede atribuirse únicamente a los errores de la oposición (que los hubo y muchos, entre ellos no hacer campaña) o a su racismo endémico en un país predominantemente indígena; ni tampoco sólo a que Morales representa genuinamente lo que sienten y piensan los bolivianos (a esas pulsiones sociales que los definen: algo autoritarias y socialistas, algo premodernas), sino también a que es un liderazgo que excede por mucho lo político y que no puede ser explicado solamente bajo esos términos: genera complicidades mucho más complejas.
En cualquier caso, el referéndum del domingo será una inyección de adrenalina para el gobierno, la confirmación de que la agenda nuevamente está en sus manos y de que su siguiente parada es la aprobación de una nueva Constitución, más nacionalizaciones y el empeño redentor en un socialismo indigenista sin que la oposición político-partidaria (en crisis terminal); o la oposición cívico-regional (algo más organizada pero que no se repondrá con facilidad si pierde a algunos de sus cuadros este domingo), puedan hacer nada.
Eso sí, difícilmente el próximo lunes habrá esa reconfiguración total de la correlación de fuerzas tan ansiada por los ideólogos más recalcitrantes del oficialismo, y la mayoría o por lo menos la mitad de los liderazgos regionales continuarán en manos opositoras.
Pero si Evo Morales revalida su popularidad con la contundencia con la que las encuestas lo prevén y si los prefectos en su mayoría se mantienen en sus cargos, la pregunta lógica es ¿para qué sirve este referéndum? No hay muchas respuestas para ello, quizá apenas el deseo —antes que la certeza— de un desempate imposible.

Tan lejos, tan cerca

Los colombianos están de moda en estos días, sea por las telenovelas, sea por la política: han hecho la de mayor éxito en los últimos años con remake hasta en EEUU (“Betty la fea”, con una actriz que se llama América, vaya casualidad); y en política tienen un líder que roza el 100% de popularidad, lo que da mucho que pensar sobre las encuestas y sobre la política misma.
El último episodio de la serie es el encontronazo entre el presidente nicaragüense —que aceptó un pedido para reunirse con las FARC—, y el gobierno de Colombia que rechaza esa posibilidad porque considera que sería intromisión interna.
En cualquier caso, las FARC en su desesperación terminal y quizá sin quererlo, están llevando a la tumba a la izquierda continental: desprestigiaron a Rafael Correa sólo por vincularse a él; contribuyeron a que Hugo Chávez vaya cuesta abajo en la rodada; y seguramente pasará algo parecido —está vez en tono de farsa— con Ortega... sólo falta algún boliviano y el cartón está completo. Estar lejos de las FARC hoy es garantía de sobrevivencia, y a la inversa. ¿Es que habrá alguna organización que se haya alejado más de los principios que propugnó en su momento? Para ellos, como para gran parte de los movimientos armados de las últimas décadas en Latinoamérica, el fin justifica los medios.

Pero si esto ocurre en un lado de la balanza, en el otro deberíamos ser igual de cuidadosos. Hoy todos tratan de arrimarse a Alvaro Uribe por sus éxitos; sobran los parabienes y loas sobre el presidente colombiano y sus acciones; se multiplican los reportajes sobre su personalidad y sus razones; los comentaristas ya no encuentran adjetivos y hace rato que olvidaron los sustantivos… todo lo cual suena a desquite: si los dos años anteriores fueron de la izquierda y muchos se cansaron de escuchar hablar sobre Chávez, Morales y compañía, hoy la derecha quiere cobrarse la revancha. Pero en eso hay un problema (no en la revancha que siempre habrá quienes vean la política en blanco y negro) sino en creer que Uribe está en las antípodas de Chávez.
En lo ideológico, sin duda, pero la distancia que tienen es mucho menor de lo que se cree: en el estilo de gobernar (allá, en las calles y con la gente); en la importancia que le asignan a los medios y a las instituciones (la fascinación por el vivo y el directo, el odio a los procesos); sus intentos de reelección y perpetuación en el poder (aún a costa de la Constitución); sus creencia en un destino manifiesto (típico de todo líder mesiánico); y, claro, otra vez ese gustito tan desagradable con el que justifican sus acciones.

Finalmente, ese Uribe al que muchos ven como el mejor cuadro de la derecha continental, el hombre al que algunos colombianos literalmente quieren hacer rey (y que Vargas Llosa consagra como el mayor estadista latinoamericano) ¿negociará con las FARC, permitirá las mediaciones para liberar más secuestrados, les dará una salida como debe hacerse con cualquier adversario, o recrudecerá el embate militar y buscará la destrucción total del enemigo?
Difícil saberlo, uno puedo arriesgar un final para una serie de televisión, pero es imposible entrar en la cabeza de personalidades tan complejas. Pero en este tipo de decisiones se juega mucho más que el futuro de la guerra en Colombia, quizá incluso la forma en que entenderemos la democracia en ese país de aquí en adelante, y hasta el destino del populismo en la región, un riesgo últimamente tan cargado a la izquierda como a la derecha.

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Sergio Molina M. es coordinador del Observatorio de política regional de Chile 21
Publicado en La Tercera el 24 de julio de 2008

José Miguel Insulza inauguró Observatorio Sudamérica XXI





El Observatorio Sudamérica XXI, un emprendimiento del que soy corrresponsable junto con Nicole Etchegaray fue inaugurado el jueves 10 de julio de 2008. Acá encontrarán una nota de prensa de la Universidad Diego Portales para tener más datos:
En el marco de la presentación del Observatorio de política regional Sudamérica XXI -nacido de una alianza entre la Fundación Chile 21 y la Escuela de Periodismo de la UDP- José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, analizó el escenario que vive el continente, su nivel de crecimiento progresivo y la forma en que los Estados deben asumir sus problemáticas internas y externas.
Su visita a la UDP se inscribe en el propósito que tiene el observatorio de ser un espacio dedicado al análisis, discusión e información de los principales procesos y temas de interés en Sudamérica. Por ello, el sitio web www.sudamericaxxi.cl –encabezado por la investigadora Nicole Etchegaray y el cientista político Sergio Molina- agrupa información de prensa destacada, estudios y encuestas sobre la región, además de un completo desarrollo sobre las características de cada uno de los países de ésta.
Para la directora de la Fundación Chile 21, María de los Ángeles Fernández, el nacimiento de este centro de investigación online no sólo se condice con los objetivos de esta institución, sino que además colabora en la formación de profesionales de la prensa más enterados de lo que ocurre en el mundo, y de comunicarlo a través de la pauta noticiosa. De hecho, en la contrucción del sitio también participaron tres alumnos de periodismo.
En su conferencia inaugural, José Miguel Insulza explicó que América Latina es el continente que más ha crecido desde el año 2002, a pesar de que para sus ciudadanos el cambio no sea tan representativo como se ve desde fuera. El desafío que esto implica, entonces, se vincula a la política, pues ésta debe ser capaz de traspasar los beneficios que ha logrado el continente a sus habitantes. “Si bien mejoró considerablemente la calidad de la democracia, el problema que tiene el continente radica en la diferencia que existe entre el tamaño de los Estados y lo que la gente exige de éstos”, el tema común entre las naciones latinas, recalcó, es la necesidad de que el gobierno retome la creación y aplicación de políticas públicas.
Insulza manifestó que, contrario a lo que se piensa, estamos en una etapa en que son necesarios los planes estratégicos para la solución de los conflictos que la sociedad considera como relevantes, ya sea delincuencia, violencia y seguridad en general. “La gente espera que las políticas públicas sean eficaces, y lo que va a definir a los Estados entre sí es su capacidad de dar respuesta a estas peticiones ciudadanas.
Finalmente, el actual secretario general de la OEA enfatizó que la vida diplomática en Latinoamérica no es tranquila y que en ese sentido, no todas las cumbres producen la integración que deberían, por tanto, hay una amenaza al continente y la calidad republicana de éste para la resolución de conflictos.

La Fundación Chile 21 tiene entre sus objetivos desarrollar un diálogo sistemático en torno a los grandes desafíos que enfrentan los sectores progresistas para perfeccionar y profundizar la democracia, consolidar y acelerar el crecimiento y favorecer la inclusión y cohesión social en la región.
Por su parte, la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales (que después de dos décadas de existencia, se ha consolidado como una de las más prestigiosas instituciones de educación superior privada de Chile), tiene entre sus objetivos la formación académica con sólidos conocimientos en las áreas de la información, la industria de los medios, la comunicación y la gestión.

Ambas instituciones han decidido crear un observatorio sudamericano de política regional denominado Sudamérica XXI que contendrá información, análisis y discusión relevante sobre los procesos políticos, sociales y culturales en Sudamérica. Hará énfasis en los procesos de democratización en Sudamérica, así como la difusión de experiencias exitosas, entre las cuales se encuentran los procesos electorales que se desarrollan en la región.
Los principales productos esperados de esta actividad serán progresivamente: un sitio Web informativo sobre Sudamérica; un boletín distribuido por correo electrónico; un Banco de Encuestas Latinoamericano; e informes de coyuntura mensual.

El próximo 10 de julio a las 11:30 hrs. el Observatorio Sudamérica XXI será inaugurado con una conferencia que dictará el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, sobre los procesos de integración en la región.

Diplomacia en tres actos

Primer acto: Lima-Tucumán
En esa incontinencia verbal típica de los políticos, y creyendo aquello de que la revolución será latinoamericana o no será, Evo Morales, pidió al pueblo peruano que se movilice para expulsar unas supuestas bases militares cuya instalación habría permitido Alan García.
Por supuesto, el aludido afirmó que todo era mentira, que se trataba de injerencia en asuntos internos, y su Canciller —que estaba en Tucumán—, llamó a consulta a su embajador para evaluar el “conjunto de las relaciones bilaterales”.
Segundo acto: Chapare-Washington
Del Chapare boliviano, el lugar que vio nacer políticamente a Evo Morales y donde se produce la mayor cantidad de hoja de coca destinada al narcotráfico, se expulsó a los funcionarios de USAID (la agencia de cooperación norteamericana) y sus pobladores declararon ese “territorio libre de los EEUU”. Además, el 9 de junio pasado, miles de personas estuvieron a punto de tomar la embajada norteamericana en La Paz, casi como en Teherán el 79, pero en versión andina.
Tercer acto: Santiago-La Paz
Hace unos días 14 dirigentes de las organizaciones más importantes y combativas de Bolivia visitaron Santiago. Para el Cónsul de Bolivia y los funcionarios de la Cancillería que explicaron el sentido de la reunión, se trataba de “legitimar el accionar gubernamental de Morales” en sus relaciones con Chile, y una expresión concreta de la denominada “diplomacia de los pueblos”.
Corolario
¿Qué tienen que ver estos tres actos tan distintos entre sí? Quizá las retaliaciones que propiciaron dos de los involucrados y la paradoja que nos regaló un tercero (lo demás se me escapa).
EEUU llamó a su embajador en reclamó por lo del Chapare y lo de La Paz, y excluyó a Bolivia de los beneficios de la Cuenta del Milenio contra la pobreza.
Perú también llamó a su embajador, protestando por éste y otros actos inamistosos como el veto boliviano a modificar una normativa andina referida a la propiedad intelectual que impide que Perú implemente su TLC con EEUU.
Y he aquí la paradoja: mientras las relaciones diplomáticas con dos de los países más importantes para Bolivia están en su peor etapa, las que tiene con otro igual de relevante (Chile) pasan por un momento inmejorable: de todas las visitas que ha habido en estos meses de intensa relación mutua, la de los dirigentes sociales quizá haya sido la más importante. La comprobación, por si faltaba, de que las negociaciones para resolver el diferendo histórico entre Chile y Bolivia están marchando viento en popa, para usar una metáfora marítima.

Coordinador Observatorio de política regional de Chile 21

AK-47

Antaño se declaraba territorio libre a aquellos lugares en los cuales se había expulsado a los norteamericanos. Hubo pocos, Cuba sin duda el más emblemático.
No supimos más de ellos hasta ayer, en el Chapare boliviano, el lugar que vio nacer políticamente a Evo Morales y donde se produce la mayor cantidad de hoja de coca destinada al narcotráfico: los pobladores de la zona expulsaron a los funcionarios de USAID (la agencia de cooperación norteamericana) y declararon al Chapare “territorio libre de los EEUU”.
El portavoz del Departamento de Estado dijo que una cosas así es “inapropiada, inamistosa y lamentable” y reclamó frente a la violencia contra EEUU. Se refería a lo ocurrido ayer y a lo que pasó el 9 de junio cuando miles de personas estuvieron a punto de tomar la embajada norteamericana en La Paz, casi como en Teherán el 79, pero en versión andina. El incidente se evitó con la intervención de policías que, inmediatamente después, fueron destituidos.
Otra zona boliviana, esta vez Tarija: un atentado a un canal de TV ocasiona la detención de un subteniente que portaba un AK-47. El sospechoso afirma suelto de cuerpo que, entre otras cosas, trabaja para Evo Morales.
Lo curioso es que los militares solían usar fusiles M-16 y FAL, de forma que la aparición de un AK-47 obligó al Comandante del Ejército a informar que hay diez mil armas de este tipo las cuales —nadie sabe cómo—, ahora están en poder de las Fuerzas Armadas. Pocos se acordaron que Venezuela compró 100 mil el 2005 y que en ese entonces el Secretario de Defensa de Estados Unidos declaró que “no podía imaginar para qué eran esos fusiles”.
Como siempre, tenía poca imaginación.

Coordinador Observatorio de política regional de Chile 21

AK-47

Antaño se declaraba territorio libre a aquellos lugares en los cuales se había expulsado a los norteamericanos. Hubo pocos, Cuba sin duda el más emblemático.
No supimos más de ellos hasta ayer, en el Chapare boliviano, el lugar que vio nacer políticamente a Evo Morales y donde se produce la mayor cantidad de hoja de coca destinada al narcotráfico: los pobladores de la zona expulsaron a los funcionarios de USAID (la agencia de cooperación norteamericana) y declararon al Chapare “territorio libre de los EEUU”.
El portavoz del Departamento de Estado dijo que una cosas así es “inapropiada, inamistosa y lamentable” y reclamó frente a la violencia contra EEUU. Se refería a lo ocurrido ayer y a lo que pasó el 9 de junio cuando miles de personas estuvieron a punto de tomar la embajada norteamericana en La Paz, casi como en Teherán el 79, pero en versión andina. El incidente se evitó con la intervención de policías que, inmediatamente después, fueron destituidos.
Otra zona boliviana, esta vez Tarija: un atentado a un canal de TV ocasiona la detención de un subteniente que portaba un AK-47. El sospechoso afirma suelto de cuerpo que, entre otras cosas, trabaja para Evo Morales.
Lo curioso es que los militares solían usar fusiles M-16 y FAL, de forma que la aparición de un AK-47 obligó al Comandante del Ejército a informar que hay diez mil armas de este tipo las cuales —nadie sabe cómo—, ahora están en poder de las Fuerzas Armadas. Pocos se acordaron que Venezuela compró 100 mil el 2005 y que en ese entonces el Secretario de Defensa de Estados Unidos declaró que “no podía imaginar para qué eran esos fusiles”.
Como siempre, tenía poca imaginación.

Coordinador Observatorio de política regional de Chile 21

Ese aura de invencibilidad

¿Qué habrá ocurrido para que los personajes más rutilantes de la región hayan desaparecido del firmamento mediático o, por lo menos, para que éste se haya nublado y comenzado a serles adverso?
Hugo Chávez que era la estrella de cuanto acontecimiento ocurriera, uno de los pocos actores latinoamericanos a nivel mundial, aquel que se codeaba con los grandes protagonistas de la política internacional (negociaba con Putin, convocaba a Ahmadinejad, abrazaba a Castro), ha disminuido su protagonismo dramáticamente. El otrora acertadísimo político omnipresente, el influyente líder continental hoy se equivoca una vez tras otra como si fuera un principiante en la política.
Evo Morales, uno de los cuadros sociales más lúcidos que han tenido los sectores indígenas en el continente, aupado en los hombros de millones que lo aclamaban y a los que representaba por su asertividad política, hoy se debate en contradicciones no sólo diarias sino horarias, y a una pérdida de autoridad que le impide pisar gran parte de su territorio (lo cual no quita relevancia a otros asuntos de diván como ese en el que un ministro chileno le regala al presidente boliviano “20 Poemas de Amor” y no cualquiera de las otras obras de Neruda, pero ese es otro tema).
Y, finalmente, la Argentina de los Kirchner, aquella que se había levantado de las cenizas milagrosamente se desmorona de nuevo, enfrentadas la “patria soyera” con la “patria peronista”, en un duelo que para sus protagonistas parecería definitivo, y lo definitivo —se sabe— es triste y solitario, pero sobre todo no es político (los héroes de la novela negra pueden ser derrotados, los políticos no).


Se ha escrito mucho sobre la justicia histórica que significaría este declive mediático de izquierda para dar paso a otros líderes antes opacados y que hoy cobran relevancia porque apostaron por una economía sólida, abierta al mundo, de libre mercado, etc., etc. (verbigracia Brasil, Colombia, México, Chile), pero ese análisis está bien para los procesos de largo plazo y para los juicios de la historia, y nosotros apenas escribimos artículos en el periódico.
Quizá la cosa sea más simple y ramplona, y no tenga que ver con lo bien o mal que hagan las cosas esos países (o no solamente); como alguien dijo tan acertadamente alguna vez: “la política es más rasca de lo que parece”.
Luego del plebiscito en el que Chávez fue derrotado; posterior a los referéndums autonómicos en Bolivia en los que Morales perdió; asumida la conciencia machista de que Cristina Fernández es un flanco más débil que el de su esposo; en fin, después de todo eso, parecería que el aura de invencibilidad que rodeaba a estos líderes se vino abajo, y a partir de ahí el despeñadero (dejaron de ser obras de arte, apenas meras reproducciones).
Pasó su “momentum”, un término muy usado en el marketing político que se puede resumir como esa etapa en la que todo le sale bien a uno y mal al oponente. Todos los políticos lo buscan (y que coincida con el día de las elecciones), por supuesto también los presidentes… y quizá los que hemos mencionado lo consigan, ¿quién sabe? A Chávez le toca tener algún acierto, a Morales alguna victoria electoral, a los Kirchner saber que el centro también existe… entonces volveremos a discutir largamente sobre la izquierda continental, sus divisiones y su protagonismo.
Por eso aquéllos que la dan por muerta y enterrada deberían ser más cuidadosos: que algunos líderes de izquierda se hayan desmoronado no quiere decir que sus ideas no tengan adeptos, y en la política pura y dura, lejos del marketing y de la TV, de eso trata.

Coordinador del observatorio de política regional de Chile 21

Cuestión de peso

Evo Morales tuvo razón en una sola cosa esta semana: Alan García tiene varios kilos de más. Pero hay cosas que no se dicen, y menos cuando Perú es la estrella del momento y todos festejan sus éxitos.
Todo lo demás (sus referencias al antiimperialismo, sus críticas a los TLC peruanos, etc. etc.), parecen obra más de la desesperación que del frío cálculo político.
Quizá la complejidad de la situación interna (tres referéndum adversos y uno para agosto en el que se discutirá su mandato, la pérdida de control sobre parte del territorio, entre otras muchas cosas), ocasionan que el gobierno boliviano busque aire fuera del país, sea enfrentándose estética e ideológicamente con Alan García, sea reafirmándose en aquel lugar en el que se siente más cómodo: antiimperialista y seguidor de Hugo Chávez.
En esta búsqueda de aire político, no se debe olvidar que hace unos días Bolivia intentó “multilateralizar” la disputa que tiene con Chile en la OEA, situación que se sorteó en silencio. Convengamos que en otras circunstancias ese hubiera sido un escándalo político de altísimo nivel pero pasó desapercibido porque ambas cancillerías caminan despacio y de puntitas.
Pero la pregunta queda picando: ¿se trata de desorientación momentánea o cambiará su política internacional para tener mayor espacio interno? El tiemse tirano, lo dirá.


Coordinador del observatorio de política regional de Chile 21

El punto ciego del gobierno

Jorge Lazarte R.

Se sabe que lo que se hace no es a partir de lo que se ve sino lo que se cree que se ve. Esto es particularmente cierto cuando se trata de las ideologías del poder, que es el caso que comentamos.
A pocas horas de los hechos de violencia del 24 de mayo en Sucre, el Ministro de la Presidencia y el de Gobierno reconocieron que el Ejecutivo había incurrido en una mala evaluación en el ´cálculo de riesgos´ y que el error fue ´subestimar´ el potencial de violencia existente.
Si la cuestión fuera sólo de una incorrecta apreciación de una situación específica de conflicto, el error podría ser atribuible a la incompetencia de los operadores, lo que ya sería muy preocupante. Sin embargo, este mismo error fue cometido en la convocatoria a votar contra las autonomías departamentales, ´subestimando´ el sentimiento colectivo generalizado; en la Asamblea Constituyente, donde ´subestimaron´ el potencial de conflicto por los 2/3; ´subestimaron´ a los sucrenses en el conflicto por la capitalía; ´subestimaron´ las reacciones contra el proyecto constitucional de Oruro; ´subestimaron´ la reacción urbana en Cochabamba; ´subestimaron´ los referendos por los estatutos. En fin, siempre ´subestimaron´ y, por tanto, no es fortuito.
Aunque los operadores son los mismos, la fuente del error parece que está en otro lugar, mientras que las fallas operativas sólo amplificaron sus efectos. Esta fuente es el punto ciego del Gobierno, que condiciona lo que puede ´ver´ o no ´ver´, y está en la raíz de los errores repetidos de apreciación, que no se resuelven con medios más sofisticados para ver mejor. El problema está en el ´ojo´ mismo con el cual se ve.
Ese punto ciego en el Gobierno (en el MAS y los dirigentes ´sociales´) es la creencia derivada de lo que ellos llaman ´pueblo´. Como se sabe, ´pueblo´ es una expresión polisémica. Con pueblo se puede decir muchas cosas, y hasta inventar su existencia allí donde no existe. Para el Gobierno, ´pueblo´ no comprende a todos los ´bolivianos´, como cuando se dice ´pueblo boliviano´, sino que ´pueblo´ es todo lo que no es ´pueblo´. Esta diferenciación es congruente con una visión maniquea de la sociedad, entre ´nosotros´ y los ´otros´. Estos ´otros´ que no son ´pueblo´ son la ´minoría explotadora´, ´neocolonialista´, ´racista´, ´desestabilizadora´, y todos sus equivalentes que en suma designan a la ´oligarquía´ cargada con todas las descalificaciones.
Y como prueba se valen de los resultados electorales que les habría confirmado lo que ya creían que eran permitiéndoles dar un salto. Ya no se trata sólo de que el Gobierno represente al ´pueblo´ sino de que el Gobierno mismo ´es´ el ´pueblo´. La representación, que es siempre una relación, se convierte así en una fusión-identificación intercambiable.
Si son el ´pueblo´, entonces, todo lo que los contraría no puede sino provenir del no ´pueblo´. Esta mirada, que es a la vez idealizante y desvalorizante, les hace ´ver´ en las movilizaciones de protesta puras maniobras de las ´oligarquías´, que no se resignarían a no ser más el poder, a no perder el poder, a no ceder poder, y que por ello mismo sólo pueden estar contra el ´pueblo´, es decir, contra el Gobierno.
Esta es una razón explicativa de una tendencia paranoica de pretender ´explicar´ las resistencias colectivas que encuentran en su camino como fruto de la ´conspiración´ de las ´oligarquías´. Esta creencia profunda de que del otro lado sólo hay ´oligarquías´ les hizo ´ver´ que la demanda por las autonomías de la ´media luna´ eran ´oligárquicas´, y por tanto, contrarias al ´pueblo´. Entonces, había que convocar a votar contra ellas.
Este punto ciego les hace incurrir en errores de apreciación acerca de la magnitud y autenticidad de la protesta, cegándoles la percepción de que en realidad se trata de movilizaciones de una parte del país, que se cuentan por centenares de miles, que rebasan de lejos el núcleo exiguo de las ´cien familias´. Del mismo modo les impide preguntarse cómo es que se pudo llegar a la situación a la que se llegó en Sucre, cuya población comparte ampliamente un senti-
miento de reivindicación colectiva y fuertemente antigubernamental, que no existía hace dos años. Sin lugar a dudas, varios de los operadores políticos tienen también sus propias razones de poder para reforzar ese punto ciego, que los preserva de los errores que contribuyeron a la transmutación de los pocos en una multitud.
En los casos mencionados y en otros parecidos, los resultados para el Gobierno (y en primer lugar para el país) han sido desastrosos. Pero aún no hay nada que permita decir que estén dispuestos a vencer su punto ciego, lo que supone previamente darse cuenta de su existencia, y aceptar que nadie es el pueblo, así sean los ´discriminados de siempre´. El pueblo son todos y nadie a la vez, y sólo existe cuando vota como mayorías o minorías fluctuantes. Esta es la idea de ´pueblo´ en democracia. La otra idea abre el camino al absolutismo, que se expresó en la fórmula tan conocida de ´l´Etat c´est moi´, cuyo equivalente populista extremo podría ser ´el pueblo soy yo´.
Si es cierto que están aprendiendo de sus errores, como suele repetir el Presidente de la República, el aprendizaje debería llegar hasta el núcleo de muchos errores que están alojados en este punto ciego, que como todo lo que es ciego, los extravía en el camino.
Pero como no se puede ser impunemente ciego todo el tiempo, llegará un momento en que la tozuda realidad haga saltar las falsas evidencias. Mientras tanto, los costos pueden ser muy altos y ya lo son.
Finalmente, admitir que han cometido errores en Sucre, ¿no es ya admitir una responsabilidad sobre sus consecuencias?

*Jorge Lazarte R.es analista político

La Razón - Columnistas

Los nuevos racismos

Fernando Molina

A veces los bolivianos nos pensamos, condescendientemente, como gente poco racista. Según una encuesta del Defensor del Pueblo, sólo el 40 por ciento de la población cree que el racismo es un (anti) valor nacional. Pero ésta es una opinión poco sincera, como los responsables de esa encuesta hacen notar. Otro estudio, realizado por la Fundación Unir hace algo más de un año, recoge otra percepción: el 70 por ciento de los bolivianos cree que el racismo es “alto” en nuestra sociedad.El contraste muestra el funcionamiento de una estrategia de negación. Según la oficina del Defensor, “La llamada ‘violencia simbólica’ está tan internalizada en el grueso de la población que muchos comportamientos discriminatorios son considerados ‘normales'” y “es posible que muchas personas se resistan a aceptar haber sido objeto de discriminación… por el hecho de ser a su vez también agentes discriminadores”. En tal caso, no vemos el racismo porque nosotros mismos lo practicamos.Sin embargo, no puede decirse que este problema esté fuera de la agenda pública. Al contrario, la “etnización” de la sociedad boliviana y, por tanto, de las propuestas políticas de reorganización social, es un fenómeno de primera importancia que comenzó alrededor de 1992, con la conmemoración de los 500 años del descubrimiento de América, que como se sabe revaloró y puso en debate la cuestión indígena. Y ha crecido incesantemente desde entonces.En esta última década, Bolivia, deseosa de afirmar una condición de sociedad pluralista, se ha abierto a corrientes que, desde el extranjero, pregonan el multiculturalismo, sustituyendo así la antigua ideología hegemónica del “mestizaje” y la construcción de una nación boliviana como medios para resolver la heterogeneidad física, cultural y socio-política de la población.Con ello el racismo ha mutado, pero no ha desaparecido. Y nuestra obligación es determinar las nuevas formas de racismo que están vigentes y combatirlas.Si bien una etnia se distingue de otra preponderantemente por razones culturales, especialistas como Michel Wieviorka nos enseñan que en ciertos casos estas diferencias culturales son presentadas como naturales, es decir, como determinaciones imposibles de modificar, intercambiar o revertir. Y cuando se considera a las etnias incombinables entre sí, se las convierte en “razas”, colectividades cerradas que sólo pueden relacionarse de manera competitiva unas respecto de las otras. Esto es lo que Wieviorka llama “nuevo racismo”, y que inflama y tuerce la disputa por los recursos económicos, políticos y simbólicos de un país. Hemos visto al nuevo racismo en acción en los sucesos de Sucre de la semana pasada: dos grupos de personas fisonómicamente parecidas que se enfrentan en nombre de diferencias culturales y políticas, antes que raciales, pero que lo hacen de la manera brutalmente anuladora de la dignidad humana que es típica del racismo. Resulta evidente que los racistas contemporáneos se insertan en la virulenta reaparición de los nacionalismos subestatales, tanto aquí en Bolivia como en todas partes.Los racismos en batalla hoy, aquí, son de un lado el indianismo, cuando entiende el multiculturalismo como una forma de exaltar la cultura de los vencidos por encima de todas las otras. Y por el otro lado el mesticismo, que bajo el argumento de que desde 1952 ya todos somos iguales, y no sólo ante la ley, sino también étnicamente, pretende acallar los reclamos de los que no se sienten mestizos y demandan que esa su diferencia se exprese y respete.Estas corrientes están basadas en la identidad. Tienden a preguntarse quiénes somos y no qué podemos hacer. Y las respuestas que pergeñan se dan, claro, en términos de filiaciones y oposiciones: de éstos y aquellos, de nosotros versus los otros. Son respuestas esencialistas, centradas en la naturaleza (se conciba ésta como invariable o dinámica) de los pueblos, las clases, los conceptos. Son respuestas que se cuestionan de dónde vienen los hombres, no a dónde van. Que sostienen, con la mitad de un aforismo de Hegel, que “todo lo real es racional”, es decir, que lo existente está justificado por el sólo hecho de haber sobrevivido (incluso la democracia comunitaria que fomenta la desconfianza social y el machismo; o la persecución indígena de los homosexuales; o el tuteo a los indígenas; o su uso como siervos domésticos; o su exclusión del poder por “incapacidad”). Estas corrientes olvidan la otra mitad de dicho aforismo. Porque Hegel también decía que “todo lo racional es real”, es decir, que aquello que está justificado y es verdadero merece nacer, aunque vaya en contra de las tradiciones. Nadie está condenado a ver en el otro a un enemigo, o una diferencia irreductible. La posibilidad de ver, en lugar de eso, a semejantes, a ciudadanos homólogos, está abierta.