Jorge Lazarte R.
Se sabe que lo que se hace no es a partir de lo que se ve sino lo que se cree que se ve. Esto es particularmente cierto cuando se trata de las ideologías del poder, que es el caso que comentamos.
A pocas horas de los hechos de violencia del 24 de mayo en Sucre, el Ministro de la Presidencia y el de Gobierno reconocieron que el Ejecutivo había incurrido en una mala evaluación en el ´cálculo de riesgos´ y que el error fue ´subestimar´ el potencial de violencia existente.
Si la cuestión fuera sólo de una incorrecta apreciación de una situación específica de conflicto, el error podría ser atribuible a la incompetencia de los operadores, lo que ya sería muy preocupante. Sin embargo, este mismo error fue cometido en la convocatoria a votar contra las autonomías departamentales, ´subestimando´ el sentimiento colectivo generalizado; en la Asamblea Constituyente, donde ´subestimaron´ el potencial de conflicto por los 2/3; ´subestimaron´ a los sucrenses en el conflicto por la capitalía; ´subestimaron´ las reacciones contra el proyecto constitucional de Oruro; ´subestimaron´ la reacción urbana en Cochabamba; ´subestimaron´ los referendos por los estatutos. En fin, siempre ´subestimaron´ y, por tanto, no es fortuito.
Aunque los operadores son los mismos, la fuente del error parece que está en otro lugar, mientras que las fallas operativas sólo amplificaron sus efectos. Esta fuente es el punto ciego del Gobierno, que condiciona lo que puede ´ver´ o no ´ver´, y está en la raíz de los errores repetidos de apreciación, que no se resuelven con medios más sofisticados para ver mejor. El problema está en el ´ojo´ mismo con el cual se ve.
Ese punto ciego en el Gobierno (en el MAS y los dirigentes ´sociales´) es la creencia derivada de lo que ellos llaman ´pueblo´. Como se sabe, ´pueblo´ es una expresión polisémica. Con pueblo se puede decir muchas cosas, y hasta inventar su existencia allí donde no existe. Para el Gobierno, ´pueblo´ no comprende a todos los ´bolivianos´, como cuando se dice ´pueblo boliviano´, sino que ´pueblo´ es todo lo que no es ´pueblo´. Esta diferenciación es congruente con una visión maniquea de la sociedad, entre ´nosotros´ y los ´otros´. Estos ´otros´ que no son ´pueblo´ son la ´minoría explotadora´, ´neocolonialista´, ´racista´, ´desestabilizadora´, y todos sus equivalentes que en suma designan a la ´oligarquía´ cargada con todas las descalificaciones.
Y como prueba se valen de los resultados electorales que les habría confirmado lo que ya creían que eran permitiéndoles dar un salto. Ya no se trata sólo de que el Gobierno represente al ´pueblo´ sino de que el Gobierno mismo ´es´ el ´pueblo´. La representación, que es siempre una relación, se convierte así en una fusión-identificación intercambiable.
Si son el ´pueblo´, entonces, todo lo que los contraría no puede sino provenir del no ´pueblo´. Esta mirada, que es a la vez idealizante y desvalorizante, les hace ´ver´ en las movilizaciones de protesta puras maniobras de las ´oligarquías´, que no se resignarían a no ser más el poder, a no perder el poder, a no ceder poder, y que por ello mismo sólo pueden estar contra el ´pueblo´, es decir, contra el Gobierno.
Esta es una razón explicativa de una tendencia paranoica de pretender ´explicar´ las resistencias colectivas que encuentran en su camino como fruto de la ´conspiración´ de las ´oligarquías´. Esta creencia profunda de que del otro lado sólo hay ´oligarquías´ les hizo ´ver´ que la demanda por las autonomías de la ´media luna´ eran ´oligárquicas´, y por tanto, contrarias al ´pueblo´. Entonces, había que convocar a votar contra ellas.
Este punto ciego les hace incurrir en errores de apreciación acerca de la magnitud y autenticidad de la protesta, cegándoles la percepción de que en realidad se trata de movilizaciones de una parte del país, que se cuentan por centenares de miles, que rebasan de lejos el núcleo exiguo de las ´cien familias´. Del mismo modo les impide preguntarse cómo es que se pudo llegar a la situación a la que se llegó en Sucre, cuya población comparte ampliamente un senti-
miento de reivindicación colectiva y fuertemente antigubernamental, que no existía hace dos años. Sin lugar a dudas, varios de los operadores políticos tienen también sus propias razones de poder para reforzar ese punto ciego, que los preserva de los errores que contribuyeron a la transmutación de los pocos en una multitud.
En los casos mencionados y en otros parecidos, los resultados para el Gobierno (y en primer lugar para el país) han sido desastrosos. Pero aún no hay nada que permita decir que estén dispuestos a vencer su punto ciego, lo que supone previamente darse cuenta de su existencia, y aceptar que nadie es el pueblo, así sean los ´discriminados de siempre´. El pueblo son todos y nadie a la vez, y sólo existe cuando vota como mayorías o minorías fluctuantes. Esta es la idea de ´pueblo´ en democracia. La otra idea abre el camino al absolutismo, que se expresó en la fórmula tan conocida de ´l´Etat c´est moi´, cuyo equivalente populista extremo podría ser ´el pueblo soy yo´.
Si es cierto que están aprendiendo de sus errores, como suele repetir el Presidente de la República, el aprendizaje debería llegar hasta el núcleo de muchos errores que están alojados en este punto ciego, que como todo lo que es ciego, los extravía en el camino.
Pero como no se puede ser impunemente ciego todo el tiempo, llegará un momento en que la tozuda realidad haga saltar las falsas evidencias. Mientras tanto, los costos pueden ser muy altos y ya lo son.
Finalmente, admitir que han cometido errores en Sucre, ¿no es ya admitir una responsabilidad sobre sus consecuencias?
*Jorge Lazarte R.es analista político
La Razón - Columnistas
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