¿Qué hacer con Bolivia?

Convengamos que la situación no podría estar peor. Probablemente por varios años viviremos inmersos en un juicio con resultados por demás inciertos, sobre todo para Bolivia, que parece haberse olvidado del fin y celebra los medios (Morales, que ya iba a ser reelecto, seguramente lo será con un porcentaje aún mayor: no sólo es capaz de poner un satélite en el cielo sino de enfrentar a Chile, nada menos).

En Chile se restriegan las manos los que prefieren un juicio a la política y la negociación, porque en eso, en el farragoso papeleo, en la investigación erudita, hay pocos servicios exteriores más especializados en América Latina.

Estamos en una “no-relación” (menos divertida que los “no-cumpleaños” del Sombrerero Loco de Alicia pero igual de desquiciada), que se simboliza en que Chile quiere hablar de todo menos del mar, y Bolivia es monotemática. En un escenario así valdría abandonar toda esperanza… o aprender del pasado reciente.

En primer lugar, del fallo en el caso de Perú contra Chile. Si dejamos de lado el nacionalismo ramplón, convengamos que fue positivo para ambos: afianzará y permitirá una mejor relación en el largo plazo y eso es mucho más valioso en el siglo XXI que lo supuestamente perdido.

En segundo lugar, la política de cuerdas separadas. Un cúmulo de acciones que resultaron exitosas porque permitieron tener una relación de relativa normalidad con Perú en momentos en los cuales el conflicto podía haber escalado de forma insospechada. Los críticos de la cuerdas separadas no piensan en lo que hubiera pasado si el azar oprimía un gatillo.

En tercer lugar, los elementos básicos de una negociación. Para que resulte, todos deben ceder: Bolivia debe comprender que Chile no tiene por qué entregar territorio sin obtener algo similar a cambio (y, sobre todo, que no existe una justicia divina por encima de la legalidad internacional).

Pero también Chile tiene que asumir(se): fue el vencedor de la Guerra del Pacífico y es un país más rico y desarrollado, lo cual le otorga derechos pero también obligaciones y entre ellas está la de encapsular la demanda… unilateralmente, porque a Bolivia sólo le interesa discutir del mar y a Chile de cualquier otra cosa. En resumen, si Chile no lo hace, Bolivia no lo pide. 

Y claro que hay forma: ¿cómo puede ser que dos países limítrofes, con un incesante intercambio comercial, no tengan un vuelo directo entre sus capitales, o que el ferrocarril Arica-La Paz no funcione adecuadamente; o que no haya una partida presupuestaria destinada únicamente a la cooperación con Bolivia en materias que no tengan que ver ni con la política ni la diplomacia? ¿Cómo no garantizar, además, que el libre tránsito y las facilidades que se le otorgan a Bolivia y que son imprescindibles para su relacionamiento con el mundo, funcionen por sobre el estándar?

¿Que este encapsulamiento unilateral de la demanda podría verse como una señal de debilidad o una concesión a la argumentación boliviana? Eso sería subestimar la inteligencia de los jueces: ser buen vecino, buscar relaciones cooperativas con una nación adversaria y tenaz, no es señal de debilidad sino de fortaleza.


Publicado en La Tercera el domingo 20 de abril de 2014
Analista político boliviano-chileno, profesor de la UDP