Las segundas partes nunca son buenas dice un conocido refrán respecto al cine. Por supuesto que las excepciones van desde El Padrino a Batman pero hay demasiadas constantes como para desconfiar de la sabiduría popular, tanto que Hollywood ya no las hace (o hace tres de una sola vez para que nadie discuta).
Lo mismo pasa con el poder, es demasiado atractivo y seductor como para soltarlo sin pataleo, entonces se fuerza la jugada: si se permite un solo periodo, se busca el segundo; si hay dos, vayamos por el tercero. El deseo de reelección infinita corroe a los políticos cualquiera sea el color de su pelaje: Leonel Fernández en República Dominicana, Alvaro Uribe en Colombia, para no hablar de los K, Lula o Hugo Chávez.
En Bolivia, tras los resultados del referendo revocatorio, el Gobierno ha emprendido una operación que permitiría no sólo el tan ansiado desempate a través de otro referéndum en diciembre próximo, esta vez para la aprobación de una nueva Constitución (a la cual Vargas Llosa calificaría cuando menos de utopía arcaica); sino también autorizando —cuándo no— la reelección, de forma que el único líder boliviano de proyección nacional e internacional y a quien nadie puede hacer frente, continúe en el cargo. Es que si los resultados son iguales o parecidos a los del referéndum revocatorio, el 2009 se convocaría a nuevas elecciones y, a partir de ahí, el límite para Evo Morales sería el 2019.
Escenario probable porque después de los abrumadores resultados de aquel domingo de agosto (aciago para la oposición), ésta se encuentra difusa y confusa: sean los partidos de derecha que en un error que les costará su viabilidad futura propiciaron el mismísimo referéndum en el que fueron masacrados; sea la oposición regional que se encuentra en estado de apronte y radicalizada producto del aislamiento y del cerco geográfico oficialista que comienza a asfixiarlos… y a un enemigo herido y apaleado hay que darle una salida, por honor pero también por astucia: uno nunca sabe cuán peligroso puede ser en el futuro; no entender esa máxima política le cobrará la cuenta a Morales en algún momento. Por ahora la oposición acorralada comienza a enarbolar la tesis de “un país dos sistemas”, como si esto fuera viable o posible.
De todas formas, la convocatoria al referéndum por la nueva Constitución y por la reelección es una decisión arriesgada porque no es lo mismo votar por la continuidad de un Presidente democrático que por una doctrina ideológica que regirá la vida de millones de bolivianos en el largo plazo; pero además porque ha sido convocado por decreto supremo y no por ley como manda la Constitución vigente, poniendo en duda su legalidad, lo cual acaba de ser reiterado por la máxima autoridad electoral que se niega a organizarlo.
Falta mucho aún y nada está dicho, pero Evo Morales, cebado por el triunfo y dispuesto a imponer su hegemonía a la Media Luna parece haber fondeado el diálogo y el consenso, aquellos que le reclamaban los analistas y políticos del mundo entero. Ya lo escribía de forma inmejorable M.A. Bastenier en El País refiriéndose a la ceguera de la oposición y del oficialismo: “no sabemos si están condenados a entenderse, pero sí que si no se entienden, están condenados”.
Publicado en La Tercera el 4 de septiembre de 2008
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