Civiles en contra de civiles

Por Fernando Molina, director de la revista Pulso
La noticia más preocupante de esta semana llena de malas noticias en Bolivia es que los peores episodios de violencia --el del miércoles 10 en Tarija que arrojó 70 heridos, y el de Cobija el jueves 11, con la muerte de ocho personas-- fueron enfrentamientos entre civiles. Esto altera significativamente la trayectoria del conflicto que vive el país desde el año 2000. Porque a lo largo de esta década casi de crisis política, los distintos grupos sociales que han salido a protestar a las calles y a bloquear caminos (por muchos motivos distintos, pero en el fondo uno solo: el control de los recursos naturales) se enfrentaban siempre contra el Estado, contra las fuerzas de seguridad. Ahora ya no es así. El cambio comenzó imperceptiblemente, hace varios meses, y esta semana ha quedado al descubierto.
El gobierno de Evo Morales, igual que todos los que lo precedieron durante este siglo, ha tenido que actuar jaqueado por las llamadas “minorías eficientes”, es decir, por facciones de la sociedad que, a causa de su gran politización, han sido capaces de resistir denodadamente sus políticas. Lo mismo le pasaba a los presidentes Mesa, Sánchez de Lozada, Quiroga y Banzer, aunque los movimientos que luchaban contra ellos eran diferentes de los que ahora están en el centro de la actualidad. Eran justamente los contrarios.
Para ilustrar una vez más que el mundo da vueltas, resulta que en Bolivia quienes ayer encabezaban la revuelta contra los presidentes “neoliberales” --y que éstos solían adjetivar de “golpistas”-- son los mismos que ahora acusan a los dirigentes regionales rebeldes de tramar un golpe de Estado. Un caricaturista local expresó esta paradoja con un dibujo de Morales “tomando un poco de su propia medicina”.
Lo que nos interesa aquí es saber si efectivamente se trata de la misma medicina. A primera vista semeja serlo, tiene la apariencia del purgante que los siempre indignados súbditos del Estado boliviano hacen tragar una y otra vez a sus gobernantes, la hiel de la insubordinación. (Como es sabido, el Estado en estas tierras, y ya desde la Colonia, “manda pero no obliga”).
Sin embargo, en este último tiempo observamos una diferencia que no es menor. Los gobernantes actuales, enfrentados como hemos dicho a estos movimientos sociales de nuevo tipo, no han intentado sin embargo controlarlos por medio de la coerción estatal, como hicieron los anteriores, sino apelando a otro método muy distinto: la movilización de sus propias fuerzas.
Este solo hecho bastaría para caracterizar a este gobierno de populista. Morales carece de la idea del poder como Leviatán, no siente la necesidad de salvar a la sociedad de su desorden congénito, a diferencia por ejemplo de Sánchez de Lozada, que por esta idea sacó al ejército un sábado, y se acostó el domingo con la siniestra nueva de que la tropa había matado a casi 70 personas.
De modo que a la medicina que intenta suministrarle la oposición desde 2006, y que antes era su propia medicina, Morales ha contestado de forma homeopática: con la firme creencia de que el mejor antídoto es un poco más del mismo veneno.
Así es como columnas de comerciantes y artesanos, y sobre todo a los campesinos de los cuatro departamentos donde se concentra la oposición (pero en las ciudades, no en el campo) han sido movilizados constantemente. Campo contra ciudad, pobres contra ricos. ¿No es ésta la fórmula que siempre les ha dado resultado a los populistas?
Pero Morales ha exagerado la dosis. Una cosa es que a él no le interese el orden y otra que el orden no sea importante para la sociedad y para el ejercicio de la política. Finalmente el orden (nuevo) es el objetivo, aunque el camino sea la revolución. Sólo que nada de esto está en la mente del Presidente boliviano, como muestra su última e inopinada decisión de expulsar al embajador de Estados Unidos para mostrar que todo este lío surge de una conspiración externa.
La verdad, sin embargo, es otra. Luego de casi tres años de azuzar desde la alta palestra de la Presidencia a unos grupos de bolivianos contra otros, Morales ha logrado remover el poso de resentimiento, odio racial y prepotencia, que estaba depositado en el sustrato de la cultura boliviana.
Y una buena parte de la oposición, íntimamente regocijada, se ha puesto a chapotear en este mismo lodo.
La responsabilidad material por los muertos y heridos de esta semana es de quienes les golpearon y dispararon, claro, pero la responsabilidad ética llega más lejos. Civiles en contra de civiles. Éste es el resultado directo de la prédica de la confrontación comenzada por Evo Morales y continuada por los dirigentes regionales. Facilitada por la indiferencia, la conveniencia o la estupidez de las naciones extranjeras. Celebrada por los bienpensantes del primer mundo. Animada por los medios de comunicación. Aplicada por las claques. Impulsada por millones de votos. Permitida por la sociedad entera.
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y el que busca, encuentra.

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