Bolivia: hagan sus apuestas

Bolivia es el paraíso del juego, y los políticos, ludópatas compulsivos. Por eso pocos se sorprenden de que estén prohibidos los casinos o de que ante la perdida de iniciativa oficialista por el referéndum autonómico de Santa Cruz, la reacción fuera escalar el conflicto para retomar la agenda política.
Evo Morales optó por nacionalizar empresas petroleras (sobre lo cual había acuerdos previos porque el negocio alcanza para todos); e intentar nuevamente expropiar ENTEL (lo único que puede considerarse una patada al tablero).
Y la mala costumbre cunde: en los últimos días todos quienes siguen de cerca la política en la región apuestan sobre lo que pasará después de un referéndum que concentra la preocupación máxima de organismos como la OEA que desde hace semanas tratan de encontrar alternativas de diálogo y enfrentan la paradoja de que una de las partes (los movimientos regionales) quiere esperar hasta después del 4 de mayo para negociar con más fuerza, y la otra (el gobierno) quiere hacerlo antes por el mismo motivo.
¿Habrá estado de sitio? ¿Guerra civil, acaso? ¿Balcanización, división? Y, en ese caso, ¿quién se quedará con qué? Los más irresponsables incluso arriesgan el número de muertos que en días más enlutarán Bolivia.
La respuesta que se puede arriesgar a estos interrogantes es no: el lunes la lucha continuará en el campo simbólico (a la boliviana, claro está), con violencia esporádica como hasta ahora, pero sin definición de ningún tipo. Se trata de un proceso de largo aliento en el que se cierra un ciclo del Estado que nació después de la Revolución del ‘52 sin que nadie sepa a ciencia cierta qué vendrá después.
El referéndum del domingo es un momento culminante pero no definitivo: se vota por un estatuto autonómico parecido al español que fue redactado para hacer frente a la Constitución indigenista que el gobierno quiso aprobar y que hoy todos dan por desahuciada; se vota contra las medidas de desgaste económico (prohibición de exportaciones de aceite y recorte de recursos); pero por sobre todo se vota en adhesión o rechazo al gobierno.
Pero no nos engañemos, este proceso ha generado que Santa Cruz, el departamento económicamente más importante, el más rico, el más moderno (pero también el que tiene dirigentes más racistas y reaccionarios), esté a punto de consumar un acto que tendrá consecuencias para el futuro político y administrativo de Bolivia. El clivaje regional —al igual que el indígena que permitió la victoria de Morales hace dos años—, ahonda el empate catastrófico boliviano convirtiéndolo en un problema de seguridad nacional para todos los países de la región, incluido Chile.
El gobierno ha reaccionado con distintas estrategias para frenar al referéndum, conciente que le será adverso numérica y políticamente: la nacionalización es una de ellas, pero también bautizándolo como una “encuesta cara”, lo que significa que lo desconocerá pero permitirá que se lleve a cabo pacíficamente.
Por su parte, los cruceños saben que, una vez aprobado, el estatuto autonómico será poco más que papel en tanto no haya un acuerdo nacional o una Constitución que lo respalde y permita ponerlo en marcha.
Por eso, sea cual sea la correlación de fuerzas que arroje el referéndum del domingo (y los otros tres en preparación en regiones tan importantes como Tarija, donde se encuentra la riqueza gasífera del Chaco), el lunes Bolivia volverá a esa anomalía permanente a la que comienza a acostumbrarse, sin resolver la crisis estatal que la aqueja desde hace ocho años esperando la siguiente apuesta de los jugadores. Claro está, con un crupier cada vez más deteriorado, deprimido y agónico… pero aún entero.


Coordinador Observatorio de Política Regional Chile 21
(Publicado en La Tercera el domingo 4 de mayo de 2008)

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