UNASUR: nacimiento con pronóstico reservado

El viernes pasado sólo los malabarismos diplomáticos brasileños y su peso específico en la región lograron que uno de los fracasos diplomáticos más resonantes de los últimos tiempos se convirtiera en el tibio y prematuro nacimiento de la Unión de Naciones Sudamericanas.
UNASUR es un nuevo organismo de integración política, social, cultural y económica que agrupa a 12 países sudamericanos que tendrá una Secretaría Permanente con sede en Quito, un Consejo de Jefes de Estado y otro de Ministros, y que deberá encontrar su lugar en el mundo entre el MERCOSUR y la CAN, las otras dos instancias subregionales de integración ya conocidas y existentes.
Como para que nadie dude de lo bien que nos va a los latinoamericanos en estos temas, hagamos un recuento de los problemas que tuvieron que sortear los anfitriones en Brasilia para que el papelón no se consumara: Colombia no quiso aceptar la presidencia pro témpore que le correspondía, por sus problemas con Venezuela y Ecuador (por eso la tuvo que asumir Chile, el siguiente país en orden alfabético); el Secretario General de UNASUR —el ex presidente ecuatoriano, Rodrigo Borja— renuncio intempestivamente porque no se hicieron las cosas como él quería; y, finalmente, lo que iba a ser la primera resolución de UNASUR, la idea brasileña de crear un Consejo de Defensa de América del Sur —una especie de OTAN sudamericana—, se vino abajo, nuevamente por la oposición de Colombia, país que hablaba por sí mismo, cierto, pero también por los EE.UU.
Con todos esos traspiés, sólo la fortaleza de Brasil, que busca en esta plataforma retomar el liderazgo continental, y la aquiescencia de la izquierda chavista que bebe los vientos por asuntos como éste, permitieron que naciera algo que se venía abajo irremediablemente.
Se ha escrito mucho sobre las dos almas de América Latina: una según la cual no importa el color del gato sino que éste cace ratones; y aquella para la cual es importante la raza y hasta el color del felino, parafraseando la clásica metáfora de Deng Xiaoping. Esas dos almas chocaron en la fundación de UNASUR, sólo que las buenas maneras de la diplomacia impidieron que el enfrentamiento se haga más explícito. Con la excepción, una vez más, de Colombia. Si algo hay que reconocerle a este país es que no tiene problemas en decir lo que piensan fuerte y claramente y que se ha convertido en una especie de anti-líder indiscutible.
En cualquier caso la unidad latinoamericana nunca estuvo tan lejos ni tampoco tuvo tantos organismos, burocracia, cumbres y reuniones como ahora. Si ya la integración económica está bastante magullada (a pesar de que como nunca la economía continental anda viento en popa), pensar en una de carácter político es excesivo para cualquiera, incluso para las ambiciones imperiales de Brasil o Venezuela.
Que Chile presida una instancia como ésta precisamente ahora es, que duda cabe, paradójico, sea porque algunos querrán ver en ello un premio consuelo al desplazamiento de su liderazgo económico del que tanto se habla sin mayor fundamento, sea porque quienes le reclamaban protagonismo político se dan cuenta que no hay mejor manera de cosechar tempestades.
Pero lo concreto es que UNASUR ha nacido, que Chile tiene la obligación de acompañarla durante sus primeros pasos; que Venezuela enciende cigarros, feliz por el alumbramiento; y que Brasil hará sus mejores esfuerzos para que el niño no se vuelva camello en el camino.


Coordinador Observatorio de Política Regional Chile 21

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