Referéndum revocatorio III

El referéndum revocatorio no resolverá nada.

Apenas la ratificación de las heridas y problemas que dividen Bolivia... O nuestra particular (e infinita) capacidad para postergar la resolución de los problemas siempre con un más imaginativo volador de luces, o una apuesta mayor en la ruleta en la que se ha convertido la política boliviana.

El referéndum revocatorio fue inicialmente esgrimido por el propio gobierno en noviembre pasado para "redefinir la correlación de fuerzas", pero las encuestas hicieron que diera marcha atrás y se olvidara de la idea. A fin de cuentas todo iba a quedar igual, sólo que con mayor legitimidad para los Prefectos.

El hecho de que ahora sea la oposición quien lo plantee, obedece a la misma lógica: hay quienes consideran que pueden lograr la revocatoria del mandato de Evo Morales, obnubilados como están en la victoria del domingo pasado... con más adrenalina que sensatez y olvidándose que Bolivia es ancha y ajena.

Esperan reproducir la derrota que le infringió la oposición a Hugo Chávez en el referéndum venezolano de diciembre pasado y que le impidió la reelección. ¿Quién sabe? Es difícil hacer pronósticos. Lo concreto es que ni la pregunta es la misma ni los procesos boliviano y venezolano pueden ser comparados.

El gobierno no esperaba que después de perder la iniciativa política en las últimas semanas, la situación continuara igual luego del referéndum autonómico. Se equivocó. Apenas es reactivo ante hechos políticos ya consumados. Ese es el principal golpe que le dio Santa Cruz, como lo demuestra la pelea que tuvo con la Iglesia Católica porque el Cardenal fue a votar (¿cómo pueden ser tan infantiles?).

Por eso era tan difícil para el oficialismo hacer lo que era más sensato: decir que el referéndum no resuelve nada y que sólo será un derroche de recursos sin sentido. Pero puestos a ver quién es el más macho...

Unos enceguecidos por la victoria del domingo, pensando que lo ocurrido en Santa Cruz es lo que ocurre en todo el país... Otros incapaces de reconocer que algo ha cambiado a raíz de lo ocurrido ese día...

En fin, que estamos (y disculpen la expresión) entre el moco y la baba.

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