Según la religión que a uno le guste, el Mesías ya vino (se sacrificó por nosotros y bla bla, bla bla), o está por venir (y aún ni pinta por lo que se sabe); pero que es uno, único, santo, y sólo es un dogma que se comparte entre ambas, sin ambages. Y, ya se sabe, con la mística no hay que meterse (ni con la teología ni la metafísica ni con la mujer de un amigo, que en eso hay que creer o reventar). Pues bien, hay quienes sueñan que pueden hacerse a los Mesías, machos machotes de lo mesiánico (hermosa palabra que comparten sociólogos y políticos, castas ambas que se aman, que se odian, tan igualitas que asustan).
Yo por ejemplo, una vez quise ser Mesías, quise enamorar a una dama con efluvios espirituales y miradas matadoras (hasta que entendí que es mejor el intercambio de fluidos (tibios y calientes, espesos, húmedos y pegajosos)... pero esa es otra historia, una historia machista y obscena); o que se podía sacar buenas notas en la universidad sólo con discusiones políticas (aquí viene la lección moral sobre el estudio, pero ésa también es otra cosa y también es aburrida).
Pues bien, todos hemos querido ser Mesías en algún momento: el que mata con una bomba y se cree poseedor de vida y muerte; o el que cree que lo que dice es correcto, la verdad y la realidad (aunque Perón decía que la única verdad es la realidad, y alguien le argumentó que la realidad es la única verdad, que no es lo mismo pero es igual).
Es también un gran error pensar que los Mesías son solamente religiosos (o músicos), hay Mesías y Mesías. Los de saco y corbata y los desnudos; los que son hombres y las mujeres; Mesías de derecha y de izquierda; Mesías para todos los gustos.
Fue un Mesías Sharon y otro Arafat (Bush, el más grande de todos), es un Mesías Fidel y el Che y, qué duda cabe, Mesías se cree Chávez y así le va.
Cuando el asunto es privado, vaya y pase: A quién le importa que uno tenga el ego inflado, que su autoestima esté por todo lo alto y se considera tan pero tan importante que las demás quedan reducidos a un poroto. Si mi verdad es la verdad, allá yo con el solipsismo, que no hago daño a nadie y lo máximo que pueden hacerme es enterrarme en un psiquiátrico.
Pero cuando el Mesías se mete con los demás, cuidémonos, que Chávez hasta es simpático para la izquierda, para los izquierdistas y los izquierdizantes, que hasta lo defienden y lo quieren y lo extrañan (aunque lo hayan querido voltear la derecha, gringos y ramas anexas y a uno lo subleven esos asuntos). Pero también convengamos que se le ocurrió clausurar medios, poner francotiradores en las azoteas y disparar a quemarropa en lo más parecido a una dictadura que podamos concebir (pero, ya se sabe, dictadura es sólo de derecha); aunque la izquierda, los izquierdistas y los izquierdizantes no quieran reconocer que cuando es blanco y líquido es leche (y si la dejas mucho tiempo al sol se agría).
El Mesías venezolano se desmorona, se nos viene abajo como historieta, como Tom cuando el bulldog lo atrapa. Se viene abajo porque su formación militar le cuadriculó la vida y, nobleza obliga, porque se animó con quien no debía y, está visto, no podía.
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