Mentira, mentirita

1. Shelagh y Jonathan Routh afirman, en un libro que publicaron hace unos años, que es verdadero un supuesto Codex Romanoff (así llaman los especialistas a algunos de los pocos escritos que se conocen de Leonardo dispersos en varios lugares del mundo), que habría estado escondido en el Hermitage ruso.
Algo similar ocurrió en la década del cincuenta en la Biblioteca Nacional de Madrid donde, al desempolvar viejos papeles sin clasificar, se encontraron tesoros invaluables del hombre más importante del Renacimiento (el Codex Madrid).
Pues bien, este supuesto nuevo Codex trata exclusivamente de cocina, un asunto que Leonardo cultivó apasionadamente. Hay antecedentes al respecto: se sabe que Leonardo fue maestro de banquetes, que le gustaba comer bien y que fue jefe de cocineros de una taberna sin mucho éxito. Incluso se afirma que es el creador de la nouvelle cuisine por su histeria minimalista. Pues bien, "Notas de Cocina de Leonardo da Vinci", dice reproducir el supuesto Codex Romanoff y relata suculentas recetas de la época basándose en hechos reales y en otros inventados, de tal forma que al terminar de leer el libro uno no sabe qué es verdad y qué no (ése quizá su mayor atractivo).
2. En una curiosa definición de Chile, alguien tuvo la ocurrencia de sostener que se trataba de un país de mentiras porque nada hace referencia a su nombre: Isla Negra, por ejemplo (el hermoso lugar que Pablo Neruda eligió para construir su casa y su pulsión enfermiza por coleccionar), no es una Isla y tampoco es Negra, apenas un pueblito entre otros a lo largo de la extensa costa marítima chilena. En ese país las fuentes de soda son restaurantes y un sandwich de jamón y queso se llama Barros Jarpa.
3. En la Argentina la gente creyó que podía vivir como en el primer mundo y que un peso valía igual que un dólar. Pero el mejor chiste de todos los que porteños y provincianos fueron capaces de creerse es el que dice que el sistema bancario es sólido y está del lado de la gente. Ja. Cuando escuche la palabra banquero ponga su mano en la cartuchera.
4. En Bolivia también somos de creernos grandes mentiras, por ejemplo ésa de que la Policía está para servir y proteger en lugar de asaltar y matar (en una calle oscura, entre un maleante y un patrullero, ¿a quién prefiere?); o esa otra ficción autóctona que proclama que todos somos iguales ante la ley. Ja de nuevo.
Vengo de un lugar donde todo es mentira, lo cual sin ser solipsista no debería importarnos. Un graffiti que apareció recientemente señala: el problema no es que nos mientan sino que les creamos. Touché.
5. Por eso nos aferramos a ficciones y mitologías que podemos controlar, mentiras piadosas con final feliz conocido de antemano y no puñaladas falsas y dolorosas por la espalda.
Como están las cosas en el mundo, ¿por qué no creer en Gandalf o en el Codex Romanoff?, asuntos más amables que policías que son ladrones, revolucionarios burócratas y el vuelo de los peces, que así me dijeron era el reino del revés donde dos y dos suman tres.

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