Quizá una de las canciones más conocidas para los argentinos sea la marcha peronista, aquella que popularizó Hugo del Carril y que acompañaría buena parte de la historia contemporánea de ese país. Como es de suponer no estuvo ausente en el festejo de Cristina Fernández el domingo pasado y fue el estribillo que coreó con insistencia el público que la ovacionaba (“los muchachos peronistas, todos unidos venceremos…”).
Octubre es un mes peronista (por el 17, considerado el “día de la lealtad”); cuando está soleado, se trata, cómo no, de un “día peronista”; y, por supuesto, si no eres “compañero”, eres “gorila” (antiperonista, algo así como momio en Chile, pero mucho más transversal). La prensa americana fue la que mejor definió esa elección y en lugar de comparar a Néstor Kirchner y Cristina Fernández con los Clinton, lo hizo con Perón y Evita.El peronismo —dicen los argentinos— no puede ser entendido por extranjeros; buena parte de la literatura Argentina que habla sobre el país (o sea, toda su literatura), contienen prevenciones en ese sentido, las que pueden sonar a xenofobia, pero que quizá sea una estrategia de sus intelectuales para diferenciarlo, de movimientos fascistas y corporativos en un inicio, o del neoliberalismo y del populismo después, que por todo eso transcurrió el justicialismo; así, los únicos que sitúan el peronismo dentro de la teoría política son sus opositores y, por supuesto, nosotros los extranjeros. En cualquier caso es una frase digna de la idiosincrasia rioplatense, una marca registrada.
Si bien la elección de una mujer presidenta en Argentina es tan trascendental como lo fue en Chile (lo cual confirma aquello de que la única revolución exitosa del siglo XX fue femenina), es igual de relevante la vigencia del peronismo (y ese gusto a interna partidaria que tiene su democracia).
Primer dato entonces, ganó una mujer. Pero en segundo lugar ganó nuevamente el peronismo y por mucho (con las excepciones de las grandes capitales como Buenos Aires, ciudad que varió entre la derecha y la izquierda en cuestión de meses y que es otro fenómeno por explicar).
Por ello Chile es el país en el que primero piensan los políticos argentinos a la hora de hacer un balance de la elección, y quizá a eso se deba la conversación de Lagos con la Presidenta electa sobre continuidad y discontinuidad en la transición, curiosamente un tema presente en todos los discursos postelectorales de Fernández.
Desde el punto de vista histórico lo más trascendente es que haya dos mujeres presidentas en países vecinos, pero en términos de gestión los argentinos miran a la Concertación y a Bachelet, sea para crear un instrumento así, tarea que podría estar en manos del Presidente saliente; sea para que su gestión sea mejor y se aprenda de sus errores… o para que fracasé, visto desde la oposición, no sólo por machismo que lo hay y mucho, sino por necesidad política.
El “tópico es tan recurrente que muchos ministros (argentinos) se han convertido en glosadores de la gestión Bachelet”, afirmaba hace unos días Mario Wainfeld en Página/12. Las explicaciones sobre el bajo performance de Bachelet van en muchos sentidos: desde su decisión de innovar en su primer gabinete, hasta que seleccionó gente sin experiencia; pasando por el abuso de compañeros “setentistas”, hasta la existencia de un núcleo liberal muy influyente. En fin, para todos los gustos.
Eso en la columna del debe, pero en la del haber, ¿quién ha sido capaz de reinventarse a sí mismo, ofrecer liderazgos, lecturas o, como dijo Cristina Fernández, “relatos” que expliquen y proyecten a un país? Así, y para decirlo en broma, lo único realmente argentino que va quedando del peronismo es la marchita (¿dónde más sino?).
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