La cultura rentista

Esta vez no se trata sólo de la satisfacción de un deseo (la autonomía en la cual cifran todas sus esperanzas), ahora las regiones bolivianas se rebela contra la decisión del gobierno central de recortar hasta en un 70% sus ingresos por el impuesto a los hidrocarburos.
Estos recursos se destinarían a pagar una renta vitalicia a los ancianos mayores de 60 años, reemplazando una ya existente creada por el gobierno de Sánchez de Lozada como parte de la capitalización que realizó a finales de la década del ‘90 (la venta del paquete mayoritario de las empresas estatales y el uso de las utilidades del resto de las acciones, propiedad de los bolivianos, para pagar una renta anual de jubilación llamada Bonosol).
Esas utilidades nunca fueron como se esperaban, lo que sumado a la nacionalización de los hidrocarburos, hicieron que el Bonosol se tornara inviable. Para reemplazarlo, el gobierno plantea obtener el dinero recortando los ingresos de las regiones.
Se trata de una medida de corte profundamente social (Sánchez de Lozada vivió muchos años de su popularidad), ¿quién puede oponerse a que los ancianos indigentes reciban 300 dólares al año?, pero la “media luna” argumenta que se trata de una política que sólo busca saldar cuentas con los opositores.

Al margen de este episodio, la lucha por repartir la riqueza ya existente (y no por crear una nueva), tiene larga data. Por los ciclos de extracción de materias primas que tuvo en su historia, Bolivia creó un paradigma colectivo que suele llamarse “rentista”. El MAS tiene a la redistribución como eje de su propuesta política y fue exitosa en tanto la cultura rentista de la elite política anterior era profundamente excluyente.
Ahora bien, a diferencia de antaño, el eje La Paz–Oruro–Potosí (alrededor del cual se instauró esta cultura), basado en la minería y mirando al Pacífico, ha perdido importancia y ha sido desplazado por un eje agrícola y otro gasífero en el oriente y sur bolivianos, que tienen sus ojos puestos en el Atlántico. Actualmente ambos son responsables del 70% de las exportaciones totales del país.
Evitar que esta situación se consolide y haga irrelevante políticamente a la región andina fue una de las apuestas de Evo Morales desde un inicio, por eso es ingenuo atribuir sólo a errores políticos su oposición a la descentralización y a las autonomías.
¿Llegó el momento de ahogar económicamente a la “media luna”? ¿El horno está para esos bollos? Un nuevo liderazgo y un desarrollo económico distinto plantean dos formas de ver el futuro de Bolivia, y esas agendas provocan acciones en una escalada de difícil pronóstico.
Hace unos días el ejército hizo una operación comando para “tomar” el aeropuerto de Santa Cruz, lo que fue duramente resistido en esa ciudad, por lo que Morales tuvo que dar un paso al costado, pero este nuevo enfrentamiento por los recursos de los hidrocarburos promete ser aún más duro.
Ahora bien, sería una lectura muy simple pensar que todo se reduce a la lucha entre una región occidental arcaica e indígena y una región oriental moderna y dinámica. Desde el punto de vista económico es probable que el eje se haya desplazado, pero políticamente los dirigentes cívicos que encabezan la “media luna” —ante la ausencia de liderazgos políticos—, son tan retrógrados como integristas algunos miembros del gobierno.
Los movimientos cívicos, sin legitimidad popular y con visiones profundamente racistas y balcanizadoras, suscitan temores transversales y fundados en el resto del país. Para muchos de ellos, Morales es un “indio ignorante” incapaz de gobernar. Lamentablemente en sus regiones nadie sale al frente de ese discurso por temor a ser tildado de progubernamental, lo cual impide que el liderazgo económico se traduzca en un liderazgo político que responda a los problemas nacionales.
Puesto así, el panorama no parecería llevar a ningún desempate, por tanto, unos y otros prometen seguir mirándose a sí mismos, quizá negociando para que no haya enfrentamientos violentos (la última línea que nadie quiere cruzar); farreándose los recursos del boom económico que, de declinar, ocasionará que comiencen a replantearse nuevamente cómo repartir una renta cada vez más pequeña entre cada vez más comensales.

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