Si bien algunos salían cansados y menos eufóricos de lo que uno podría pensar (“no sé por qué no vino más gente”, decían), había unos pocos en el estadio de Ñuñoa que se frotaban las manos porque recién comenzaba su trabajo, buena parte de ellos eran periodistas.
Cierto que la Cumbre paralela fue apenas una sombra de los otrora gloriosos actos que la izquierda hacía en Chile y ni siquiera se acercó a uno de los conciertos de música de los muchos que pueblan Santiago por estos días, pero, fiel a la globalización, a Chávez le importa menos quiénes van al estadio que cuántos lo verán por televisión.
Por eso habla por teléfono con Fidel, ¿importa mucho si fue verdadera la conversación o apenas una puesta en escena monumental? Muy poco.
Al verlo, nadie puede discutir la capacidad de Chávez para conmover o para exudar todo el carisma que sus poros apenas contienen. El venezolano hace lo necesario para ser protagonista, su personalidad lo empuja a actuar incluso más allá del personaje, a caricaturizarse. Pero eso es previsible. Recordemos que el jueves pasado el único tema que les interesaba a los cientos de periodistas que se habían dado cita en Santiago era el rumor de que Chávez no vendría a Chile. Creó expectativa, vino… y nadie salió defraudado.
El Rey, en cambio, actuó imprevisiblemente y, al enojarse, se convirtió en el jefe de la campaña bolivariana, porque Chávez es en tanto haya otro dispuesto a enfrentarlo y, en ese juego, uno de los principales comunicadores de nuestro tiempo, el que mejor intuye la lógica de los medios, triunfa. La dignidad es para la política seria y para las reuniones a puerta cerrada, no para los flashes y, cuando los roles se confunden, ocurren episodios como éstos.
Jorge Edwards (en una columna en El País) advertía a Chávez sobre la idiosincrasia chilena y lo que le podía pasar si no se moderaba y hablaba más de lo necesario. Pero Chávez se dirige a un público más vasto que el chileno, y lo hace para fijar su propia agenda continental. ¿O usted escuchó que alguien le preguntara por la represión a las manifestaciones en Venezuela o por la reelección indefinida? Su mayor virtud es hacer que los demás jueguen en su cancha discursiva y esta vez nada menos que su majestad aceptó el desafío.
En el día de la inauguración, se convocó a un grupo de periodistas a una reunión off the record y a celebrar con canapés la diversidad de la región. Mientras esperábamos, uno de los miembros de la comitiva del entrevistado nos decía que hacía mucho frío en la ceremonia inaugural y que para combatirlo se había tenido que tomar tres pisco sour al hilo. Los asesores de Chávez deben beber como todos nosotros pero prefieren no mostrarse en público después de hacerlo.
A esta altura nadie sabe cuáles fueron las conclusiones de la Cumbre. Ese el principal problema de una reunión que está más preocupada de la ritualidad de las cenas y las libaciones que de la comunicación a la opinión pública. Chávez, por el contrario, prefiere su propia agenda, un buen escándalo y algunos discursos encendidos. Incluso Morales optó por jugar al fútbol antes que comer con sus colegas.
El problema es enojarse con ellos por su forma de ejercer la política (que es más moderna de lo que nos imaginamos), y no por las consecuencias de otras acciones, más importantes que ésas, en sus propios países. Pero, puestos a guardar las formas, de aquéllo ni siquiera se habla.
Tiene razón Edwards: en Chile el episodio le costó caro a Chávez, pero hay otros millones de personas en Latinoamérica que ven TV, y si les dan a elegir entre los canapés del Sheraton y los choripanes del estadio, se quedarán con lo que mejor los representa. Comprender esa fórmula ha sido el secreto del éxito de Hugo Chávez.
(Publicado en La Tercera el 13 de noviembre de 2007)
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