Miles de estudiantes secundarios en las calles, más de 100 colegios "tomados" y una huelga de 24 horas que paralizó la educación en todos sus niveles fueron la noticia más importante que conmovió esta semana a la sociedad chilena y que hace recordar lo ocurrido en Francia hace unos meses.
Muchos las consideran las movilizaciones más importantes en los últimos 30 años, pero con un ingrediente inédito: apoyo ciudadano militante, simpatía de los medios de comunicación e inmovilidad del gobierno de Michelle Bachelet (sumado a una represión excesiva a las manifestaciones y descoordinación y una serie de imprecisiones en la negociación).
En una sociedad conservadora y con poca movilidad social, la clase media es conciente de que sólo si sus hijos tienen una educación de calidad hay alguna posibilidad de que su situación económica mejore en el futuro. Este convencimiento de la importancia que tiene la educación para quienes no nacieron en cuna de oro es un dato importante a la hora de evaluar las acciones que se desarrollan en las calles de Santiago.
Lo que en un principio comenzó como una tradicional protesta estudiantil por reivindicaciones sectoriales como el pasaje estudiantil y el no pago de la PSU (Prueba de Selección Universitaria que determina si se podrá estudiar en una universidad pública tradicional), termina con millones de chilenos pidiendo calidad educativa; la revisión de la ley que rige el sistema educacional; las desventajas de la municipalización; así como la pertinencia de la aplicación de la jornada escolar completa. Todo ello en base a una sola certeza: la crisis en la que se encuentra la educación pública junto a la competitividad son los problemas más serios que tiene Chile.
Los estudiantes de colegios municipalizados y que reciben subvención estatal, y sus aliados momentáneos (profesores, universitarios, padres de familia e Incluso algunos colegios privados que se adhirieron al paro), llegaron a movilizar a más de 600 mil personas, entregando en las calles sonrisas, pidiendo contribuciones económicas y escribiendo carteles creativos como "no se olvide que antes de vaca fue ternero" o "la educasion es un derexo".
Pero lo más destacable es el nuevo tipo de movilización que nació en los liceos e institutos más tradicionales y mejor evaluados del país.
Se trata de la primera generación nacida íntegramente en democracia y que siente el desafío de superar a sus padres (generación mítica en cierto sentido que luchó contra la dictadura de Augusto Pinochet, vivió el exilio, recuperó la democracia, ganó elecciones y ahora gobierna), grupo generacional que se distancia cada vez más de la problemática que enfrentan los jóvenes, quienes sospechan que sin educación no podrán insertarse al orden que crearon sus antecesores. No plantean el fin del sistema sino que éste se haga cargo de ellos.
Es parte del nuevo escenario que atraviesa la sociedad chilena, acostumbrada a los equilibrios políticos y a administrar eficientemente la escasez, pero que hoy atraviesa una etapa en la que el excedente por los altos precios del cobre, significa desafíos que podrían resumirse en la administración eficiente e inteligente de la abundancia.
En este contexto estos movimientos emergentes se insertan en el proceso de globalización pero estallan a nivel local: sin organizaciones estructuradas, actuando a través de en redes horizontales, sin liderazgos tradicionales, y más cercano a los class actions de consumidores que a una huelga de sindicatos; más movimiento que partido; utilizando tecnologías de la información para interactuar y organizarse (celulares, mensajes de texto, Internet, etc.).
Movimientos, además, preocupados por los medios de comunicación porque culturalmente están intrínsecamente ligados a ellos, a los cuales consideran fundamentales para su éxito ("tomas" realizadas en horario estelar, pautas de vocería que envidiaría cualquier político, cuñas cortas para aparecer en el bloque de noticias, etc.).
Protestas que no adhieren a ninguna ideología concreta, incluso varios de los líderes más visibles han manifestado simpatía por partidos de derecha (oposición), pero los más son independientes, sin partido alguno.
Es la explosión de la sociedad informacional (con sus ventajas y desequilibrios) en la que Chile se sumerge a medida que la economía crece y se integra al mundo. Ya no sólo es el uso de Internet (el país más avanzado en este aspecto en Latinoamérica), ni la masificación de los celulares, sino la forma en que estas tecnologías son apropiadas y utilizadas por los ciudadanos, no desde una perspectiva maximalista como en décadas pasadas sino para sumar individualidades con otra racionalidad.
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