Hay un refrán (xenófobo, sexista y avergonzante) que dice: "Desconfía del hombre peruano, de la justicia boliviana y de las mujeres chilenas". Es parte de nuestras pulsiones más perversas y autodestructivas.
Las mujeres chilenas demostraron en estos días lo equivocados que están quienes repiten el tonto estribillo. En Santiago, el domingo por la noche, miles de ellas tomaron las calles vestidas con la banda presidencial que vendían a "una luquita" (dos dólares) los avispados comerciantes callejeros, siempre a la vanguardia de las tendencias y la moda.
Jóvenes y viejas, gordas y flacas, ricas y pobres, todas radiantes, coincidían en las calles para demostrar al mundo lo que significaba que una mujer encabezara su gobierno. Sin importar la ideología o el partido político sino la solidaridad de género: tradicionalmente votantes conservadoras, las mujeres chilenas esta vez votaron masivamente por la Concertación y le dieron el triunfo a Michelle Bachelet. Solidaridad que, en broma, preocupa a los hombres, muchos de los cuales escribieron cartas a los periódicos preocupados porque ahora será "ella" la que mande en la casa. Las Ultimas Noticias el periódico de mayor venta en Chile tituló el lunes bajo una foto de Bachelet sonriente: "Michelle la lleva".
Días antes de la elección, en el cierre de campaña, un conocido analista político decía: "es muy loco que entre estas 200 mil personas la mayoría sean mujeres".
Los voceros de la derecha que no interpreta la cultura política chilena como lo hace la Concertación (una máquina aceitada a la perfección en ese sentido), sostuvo que había ido tanta gente porque había muchos "extranjeros" (en referencia a Miguel Bosé, Ana Belén y Víctor Manuel, cantantes españoles siempre fieles a la Concertación); pero ninguno entendió que más del 90% de los que asistieron al acto no escucharon nada (porque el sistema de sonido era muy malo) y vieron mucho menos (por la escasez de pantallas gigantes para tanta gente, que sorprendió hasta a los organizadores), sin embargo estaban ahí: mujeres con guaguas, mujeres solas, mujeres casadas, mujeres separadas, entre choripanes y cuchuflís, sucias algunas, "pitucas" otras, una mujer con cartera y vestido de marca a lado de la obrera que tenía un niño gordo y risueño en brazos, ensuciándose mutuamente, desconfiando. Es cierto que en estas postales hay mucho de fantasía y que la desigualdad y la pobreza son trans-genéricas, pero hay momentos en los que uno cree que quizá el mundo tenga solución. Uno de ellos fue ver la alegría en Jacky, una empleada doméstica que trabaja en Providencia (y vive a dos horas de ahí), que decía: "Dónde sino, estaría hoy. Hoy hay que estar aquí".
Que una mujer separada, con tres hijos de dos padres distintos, torturada por la dictadura y encima de todo ello, agnóstica, sea la presidenta de Chile merece frases como las de Jacky.
Bachelet es una mujer que despierta admiración, no sólo por su consecuencia ideológica sino por una vida marcada por la adversidad y por el desencuentro que nunca la amilanaron ni la derrotaron, un ejemplo para todas esas mujeres que antes de tiempo se dejan ganar por la vida (o por el marido) y piensan que no pueden solas.
Hija de un militar encarcelado por traición a la patria durante el gobierno de Pinochet, torturado y asesinado; años después ella y su madre serían también detenidas y torturadas para luego escapar al exilio en Alemania Oriental. Militante socialista, vivió la traición muy de cerca, cuando su compañero sentimental fue torturado y entregó información valiosa sobre su entorno a los militares.
Bachelet había estudiado medicina y volvió a Chile en los ochenta, todavía durante el gobierno militar para ocuparse de niños pobres y de hijos de desaparecidos. Luego de cargos menores y un intento de hacer política sin mucho éxito, fue rescatada por el presidente Ricardo Lagos que la nombró Ministra de Salud con el objetivo de terminar con las colas del sistema en sus tres primeros meses en el cargo. No lo logró, mejoró radicalmente el sistema, pero las colas seguían; por eso presentó su renuncia y Lagos la rechazó.
Después vendría la consagración pública al ser nombrada ministra de defensa y subir a un tanque mientras los militares (los sacrosantos militares chilenos) la veían y saludaban con la mano en la gorra. No hay ambiente más masculino que el del ejército, ni donde se exprese la autoridad y el orden de forma más directa y allí estaba ella a pesar de haber sido torturada, un símbolo de la democratización de la sociedad chilena con quien supo sintonizar plenamente, representaba el cierre del círculo virtuoso de la reconciliación.
La noche del domingo rodeada por su madre y dos de sus hijas (rodeada solamente de mujeres) dijo: "¿Quien lo hubiera pensado amigas y amigos?, ¿quién lo hubiera pensado?, ¿quién hubiera pensado que Chile elegiría como Presidente a una mujer?.. Demostráremos que una nación puede volverse más próspera sin perder su alma. Que se puede crear riqueza sin contaminar el aire que respiramos o el agua que bebemos, trabajaré por todos los chilenos, por todos ustedes. A partir de este mismo instante sus esperanzas son las mías, sus anhelos son mis anhelos".
La multitud la miraba y deliraba cantando: "ya van a ver, ya van a ver, cuando las mujeres lleguemos al poder". El lunes por la mañana en las oficinas todas comentaban el hecho, algunas se abrazaban, otras solamente sonreían, eran todas cómplices de uno de los hechos más importantes que vivió la sociedad chilena en los últimos años y que demuestra la profunda y dolorosa transformación que está viviendo. Los hombres, bien gracias, apenas espectadores.
Uno nunca sabe qué va a pasar o si el futuro tendrá algo de postal o de documental en blanco y negro. Pero el país donde hace apenas cincuenta años no había voto femenino, donde hombres y mujeres votan en mesas separadas y donde hay una tradición machista excesiva, ahora está gobernada por una mujer. Las cosas están cambiando en Latinoamérica y se expresan en símbolos como éste.