Durante su primera presidencia Gonzalo Sánchez de Lozada le dijo a Ricardo Lagos, que en ese entonces era ministro de Obras Públicas, que el tema marítimo era como Drácula: podía morir en una película, pero, por cualquier motivo, aún el más inesperado, en la siguiente resucitaba y volvía a buscar, sediento, el cuello de sus víctimas. Si bien en los últimos meses la luz volvió al escenario y él antihéroe por antonomasia se retiró silencioso, nadie tampoco se anima a clavarle la estaca final, definitiva.
En su última actividad internacional (todo un símbolo en esta historia de desencuentros), Ricardo Lagos, ya no ministro de Obras Públicas sino uno de los presidentes más importantes de la historia de Chile, visitó Bolivia y se despidió de su gobierno en el exterior después de reunirse con Evo Morales en un humilde departamento, hablando de lo que no se debía hablar, mientras miles de hombres y mujeres se apropiaban de las plazas para festejar una victoria que consideraban propia.
Con este gesto tan simbólico Ricardo Lagos cerrará una etapa en las relaciones entre ambos países que pudo ser gloriosa pero que en definitiva fue trágica. Una historia donde existieron acercamientos, conatos de lucha, mesas pateadas, el caos en Bolivia e histeria nacionalista, así como también ?hay que reconocerlo? croupiers profesionales, políticos sensatos como el ahora ex Presidente Eduardo Rodríguez, y el propio Lagos (nunca resignado a sufrir una derrota que considera personal), quienes se animaron a levantar las cartas del suelo, barajar y dar de nuevo.
Un problema cultural
En cierto sentido la mediterraneidad boliviana no solamente es un problema económico (-0,7% anual del PIB para los países sin puertos, según Jeffrey Sachs), sino un problema cultural tan profundo como un iceberg y también así de peligroso. El hecho de haber sido confinado a las montañas y la selva pesa trágicamente en la historia y en la idiosincrasia boliviana. Al mismo tiempo que en la de Chile, los triunfos militares y económicos son componentes esenciales para entender la forma de mirarse a sí mismos.
En determinadas circunstancias esa sensibilidad es el catalizador del ?antichilenismo? boliviano y de sus pulsiones más perversas; y también, en el otro lado de este círculo vicioso, de esta serpiente que se muerde la cola, fermento de la xenofobia de algunos sectores retrógrados de la sociedad chilena que reparten sus odios entre peruanos y bolivianos de forma indiscriminada.
La simbología del poder
Lagos puede estar frustrado por no haber podido resolver esta encrucijada, pero no es menor el esfuerzo que hizo para propiciar el escenario que deja luego de su visita y despedida. En él hay una nueva Presidenta (la primera mujer), que quizá tenga la sensibilidad e imaginación suficiente, o la que ha faltado; y un Presidente (el primer indio), que ha moderado su discurso hasta sorprender por la seriedad con que hace referencia al tema marítimo.
Sin embargo, es temerario hacer pronósticos sobre lo que ocurrirá en los próximos meses: ¿Bachelet enfrentará los fantasmas del nacionalismo decimonónico chileno siendo mujer o quizá por ello? ¿Morales capeará el temporal de quienes cifran sus esperanzas en él como si fuera un nuevo Mesías que redimirá las injusticias de cinco siglos, donde se inscribe en letras cursivas la Guerra de Pacífico? Nadie sin una bola de cristal (o que no sea un charlatán) es capaz de responder estas preguntas: tienen tantas variables que ni los propios protagonistas son capaces de conocerlas o preverlas.
Por lo pronto hay esperanzas. Esperanzas en que Morales mantenga su postura y considere las relaciones con Chile como prioritarias y parte de una política de Estado donde la ?cualidad marítima boliviana? sea un factor preponderante pero no determinante; y, sobre todo, en que la política interna no se contamine con las relaciones internacionales. Y, finalmente, esperanzas en que la primera presidenta de la historia de Chile pueda trasladar su visión de gobierno ciudadano alejado de las elites, a la política exterior de forma que se piense en el futuro en función de los intereses de ambos pueblos y no a las tradiciones de las cancillerías.
Pero quedemos con la imagen del domingo. Ese día, viendo la teatralidad y el ceremonial de la posesión de Morales y la sencillez de su juramento, una niña de ojos verdes preguntó a su madre si ella también era india.
Responder a esta pregunta ha marcado a fuego a los bolivianos. En este caso la madre contestó: ?todos tenemos algo de indios?; pero podría haber dicho ?no digas estupideces? e incluso haberla golpeado.
En la respuesta qué eligió se encuentra alguna clave. La realidad ?dicen? es un reino disparatado, pero también, como lo han querido los pueblos de ambos países, es una construcción donde hay espacio para la soberanía, y donde al final, como en todas las buenas películas siempre se encuentra una estaca para atravesar el pecho del vampiro.
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