Cuando el Presidente Ricardo Lagos viaje a Bolivia este domingo se encontrará con un país distinto al que conoció en sus últimas dos visitas o quizá con el mismo, parafraseando a un líder de su talla, el ex presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro, quien decía que en su país "pasa de todo y no pasa nada".
Conocedor de los bolivianos como pocos (fue lo que De Gaulle a los franceses), Paz Estenssoro jamás quiso profundizar más de la cuenta en la relación bilateral chileno boliviana porque --decía-- "uno sabe cuando se mete en esos problemas pero no cuándo podrá salir".
Lagos terminará su mandato como el Presidente que más veces visitó Bolivia en las últimas décadas: Asistió al entierro de Hugo Banzer (un personaje amado y odiado pero trascendental en la vida política boliviana), estuvo en la Cumbre Iberoamericana de Santa Cruz (días después del derrocamiento de Gonzalo Sánchez de Lozada, donde conocería a Carlos Mesa en una reunión que terminó en Monterrey a los gritos), y ahora se animará con el Presidente más legítimo del último periodo democrático pero también con el líder indígena que deja sin sueño a buena parte del continente.
Sin duda que Lagos ha sido el que más puso en esta relación neurótica y quien intentó resolverla con más afán que éxito (también es uno de los pocos que siente su fracaso como una frustración personal), pero su talante, capacidad y deseos de ingresar a la historia no fueron suficientes.
Es que las relaciones entre Chile y Bolivia se parecen mucho a la de esas parejas que se aman y a la vez se odian, que se detestan y quieren dejar de verse, pero aunque lo intentan no pueden. No sólo el hecho definitivo de la geografía sino una historia estrecha de desencuentros son los datos con los que la realidad hace jugar a los políticos de ambos países.
Chile es una coartada para Bolivia, y más de una vez la política interna y externa se confundieron haciendo que predomine el racismo por sobre la racionalidad política, pero también en el ánimo chileno prevalece un nacionalismo decimonónico previsible y retrógrado. Los extremos siempre terminan tocándose.
Por eso la visita de Lagos es una de las señales más importantes que pueda dar el gobierno chileno al boliviano, es también un símbolo del término de su mandato y el deseo de pasar la posta a la Presidenta electa sin la agitación internacional que caracterizó al suyo (aunque esto linde más con los deseos que con la compleja realidad que enfrenta hoy América Latina).
Bachelet parecería con más dificultades para resolver el problema que las que tuvo Lagos porque embarcarse en tamaña empresa con una mirada distinta a la tradicional, en un gobierno de sólo cuatro años, puede ser malinterpretado como una señal de debilidad. Ni qué decir en el caso de Morales.
Pero también es cierto que un liderazgo que se aleje de la lógica confrontacional masculina puede ser lo que necesiten ambos países. Sólo el tiempo lo dirá. Eso sí, ¿quién negará el atractivo que tiene que dos outsiders de la política (una mujer en un mundo de hombres y un indígena en un mundo de blancos) sean los llamados a resolver la cuadratura del círculo?
Sergio Molina Monasterios es analista de Imaginaccion Consultores
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