El fútbol puede ser aderezado con cualquier ingrediente y, pese a todo, saber bien. Las pulsiones perversas que nos determinan como individuos y que escondemos hasta que llega el domingo por la tarde, sin duda; pero también otras que tienen casi el mismo ardor e intensidad. Revisemos sino la literatura y el periodismo: a Simonetti en Chile, claro, pero sobre todo a los argentinos, esos grandes fanáticos: Sasturain, Soriano, Fontanarrosa, hasta Valdano y su ya clásica selección de los mejores cuentos de fútbol.
Es también condimento para asuntos más espesos y contagiosos como la política: no hay un solo dictador o demócrata de fuste al que no se le haya pasado por la cabeza un balón… y que no haya actuado en consecuencia. Ni la fe se salva: ¿acaso no decía Vásquez Montalbán que el fútbol es una religión en busca de un Dios? Así, el estadio de Wembley es la catedral del fútbol y Maradona usó la mano de Dios para hacer su famoso gol a los ingleses.
22 años después, el mismo Maradona de antaño (sólo que más viejo), convertía otros tres goles imposibles, esta vez al equipo de Evo Morales en La Paz. Ambos disputaban un partido benéfico en defensa del derecho a jugar en la altura que la FIFA ha prohibido.
Ahora bien, a pesar de la resolución de la federación internacional, su filial chilena decidió que mantendría su compromiso de jugar el próximo partido de la selección en La Paz, lo cual —al margen de cualquier consideración deportiva— no pudo haber sido más acertado. Hay gestos de buena voluntad que los pueblos comprenden mucho más allá de la política, y éste es uno de ellos.
¿De qué habrían valido las visitas de todo tipo, las largas horas destinadas a pensar en mecanismos de distensión, las decenas de café entre Presidentes, las agendas de discusión, en fin, la buena voluntad de políticos y diplomáticos de ambos países, si ambas selecciones no jugaban el partido por las eliminatorias donde corresponde?
Da escalofríos pensar en un escenario diferente. No hubiéramos llegado a una guerra como aquella entre Honduras y El Salvador (a la que anecdóticamente se califica como la guerra del fútbol), pero hubiera sido una herida de aquellas que duelen. Claro que a raíz de una decisión así, y cualquiera que sea el resultado final del partido, se desatarán en ambos países el chauvinismo y la xenofobia de siempre y los periodistas deportivos se llenarán la boca de adjetivos, pero eso ya es algo con lo que estamos acostumbrados a lidiar.
Pero la decisión de la FIFA, al margen de lo que se piense sobre esta institución, es también el símbolo del papel de Bolivia en el mundo: Un país que tiene que esperar la buena voluntad de los demás para hacer uso de sus derechos se convierte en casi un paisaje. Y es señal inequívoca de su aislamiento, atribuible al tamaño y a la geografía, por supuesto, pero también a la economía y a la política, tan a contramano ambas de lo que ocurre en cualquier otro rincón del planeta, tan vintage.
Finalmente, es bueno recordar que en estos días las noticias no sólo fueron deportivas, la crisis de Estado que consume irremediablemente a Bolivia hizo implosión con la convocatoria a dos plebiscitos simultáneos que —como todos los contrarios— sumaban cero. Uno estaba a cargo del gobierno y otro lo organizaban los rebeldes de Santa Cruz. El empate provocó que Evo Morales escuchara un mensaje del Papa y pidiera auxilio a los obispos para que entraran en la cancha en un partido que comienza a serle adverso.
La religión, cuándo no, para mediar en el conflicto político; y, volviendo al principio, también para remediar entuertos futbolísticos: ¿qué otra motivo hay para invocar en el pleito con la FIFA al dios del balón encarnado sino es el de abandonarse a un milagro más allá de toda esperanza?
(Publicado en el periódico La Tercera de Chile el 20 de marzo de 2008)
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