Chile era un país más amigo de los latinoamericanos cuando el liberalismo era hegemónico, y hoy es menos amigo cuando se impone otro tipo de discurso en la región
Sergio Molina Monasterios
Existe una leyenda urbana muy generalizada (como cualquiera de ellas) que sostiene que es preferible que hablen mal de ti a que no hablen. Pues bien, no estaría mal desempolvar este tipo de fábulas al ver los resultados de la última encuesta de Latinobarómetro presentada ayer.
El análisis comienza con una frase lapidaria: "América Latina no está en su mejor momento… estamos en una región donde cada vez cada cual está más solo, con menos amigos, indiferente hacia los otros… Donde predomina la desconfianza… que nos aísla y nos dificulta el encuentro con otros".
Lo paradójico es que dentro de Chile parece ocurrir lo mismo, el año pasado en otro sondeo se podía leer que "consultados sobre si predomina la confianza entre los chilenos, un 74% contestaba que no" (Imaginaccion 2006). Por tanto, parecería ser éste uno de los países más en sintonía entre lo que ocurre dentro de sus fronteras y en su percepción de los que están fuera de ellas.
Pero volvamos al tema, según el Latinobarómetro mientras en 1998 Chile estaba entre los siete países más amigos de la región, hoy ya no está en esa lista, sin embargo, lo paradójico es que en la pregunta inversa (el país menos amigo de América Latina) la odiosidad actualmente se la disputan EEUU, Cuba, Venezuela, Argentina y… Chile (ya no hablan bien, pero siguen hablando, diría el de la leyenda).
Datos todos estos con beneficio de inventario porque, según el Latinobarómetro, tanto las amistades como las odiosidades son muy minoritarias.
No es necesario ser muy perceptivo para darse cuenta que en los últimos años hay una variación sustancial en la percepción regional sobre Chile (la que tan bien retrató el New York Times en su momento cuando afirmó que era el niño rico del barrio); o que, para bien o para mal, Chile se consolida en el imaginario latinoamericano aún por sobre su peso específico.
Uno puede arriesgarse a decir que precisamente las referencias en ésta como en otras mediciones tienen una relación absolutamente directa con el éxito económico y el modelo que eligió para alcanzarlo (a diferencia de otros asuntos también exitosos como su estabilidad política). Ésta podría ser la explicación también para una variación tan sustancial en la percepción amigo-enemigo de los últimos ocho años. Esto es, Chile era un país más amigo de los latinoamericanos cuando aún el liberalismo era hegemónico en el cono sur, y hoy es menos amigo cuando se impone otro tipo de relato económico (estatista, populista o como quiera llamárselo).
En cualquier caso, ya no es novedad en buena parte de Latinoamérica hablar de los éxitos económicos de Chile o de los problemas que tiene con sus vecinos, pero si es una rareza escuchar de sus éxitos políticos, quizá el principal activo de Chile en los desconfiados/paranoicos tiempos en los que vivimos. A cualquiera le puede ir bien con las cuentas, ¿pero tener estabilidad política o resolver conflictos vecinales? Corregir este desbalance en la percepción pública latinoamericana quizá sea más importante de lo que se piensa… precisamente para que las cuentas salden bien en el largo plazo, aquél en el que todos estaremos muertos pero no nuestros países.
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