En busca de lo que a sus ojos es políticamente correcto, varios gobernantes han manifestado su intención de controlar a los medios y limitar la libertad de expresión, sea porque creen que quienes la ejercieron tuvieron actitudes antidemocráticas (como afirma Hugo Chávez), o porque la utilizaron para mentir como aducen Rafael Correa y Evo Morales.
El caso venezolano es el más extremo: El fin de la concesión de la frecuencia de Radio Caracas Televisión se justifica con el argumento de que este medio fue cómplice del fallido golpe de Estado contra Chávez. Con el condimento de que todos quienes critican la medida son denostados ideológicamente (como se hizo con el congreso chileno).
En Bolivia, Evo Morales amenaza con nacionalizar un periódico porque a través de sus páginas se "miente", episodio éste que es parte de la pugna casi novelesca entre medios y gobierno, la cual que se ha desarrollado hasta ahora dentro de los límites de la convivencia democrática (aunque después de la decisión de Chávez es difícil descartar que Bolivia no siga sus pasos).
Finalmente, en Ecuador, Rafael Correa quiere regular a la prensa porque considera que tiene una relación "incestuosa con el capital financiero", las decisiones al respecto, dijo, las tomaría después de la pulseada electoral en la que está inmerso.
¿Es lícito poner límites a la libertad de expresión como sostienen estos Presidentes? Para muchos, limitarla no nos protege contra los abusos o la violencia (los que serían fines "positivos"), y eso, por supuesto, en el caso de que los deseos de Chávez, Morales y Correa fueran bien intencionados, y los tres quisieran el fin de los golpes de Estado o buscaran la verdad (lo que cualquiera podría poner en duda argumentando que su objetivo más bien es acallar a la oposición).
Es que a la vez que populistas, los tres gobiernos andinos son profundamente antiliberales porque creen que ese no es el camino para alcanzar bienestar y equidad social… Y tienen razón.
Al contrario de lo que se piensa, el liberalismo no es una utopía que busca que todos progresemos o seamos iguales (un anhelo "positivo"), sino apenas la conservación de un mínimo de libertades. Este concepto de libertad "negativa" pertenece a Isaiah Berlin, el gran pensador liberal del siglo XX. Para Berlin, el liberalismo es escéptico, no concibe al poder como un medio para obtener la felicidad o la igualdad sino como un instrumento para proteger a los ciudadanos y defender sus libertades.
Cierto, la mayoría de nosotros consideramos que estos gobiernos no pueden obligar a un medio a cerrar, inclusive si éste hubiera defendido un golpe de Estado (en tanto no haya incitación a la violencia, lo cual incumbe a la justicia). Tampoco que sean expropiados, aún si hubieran mentido a la población (lo que compete a la autorregulación de los medios y no al Estado).
Pero convengamos también que prohibir cualquier tipo de discurso, aún si se lo hace por un bien superior (sea la igualdad o la tan manoseada verdad), es asumir como propio el mismo razonamiento antiliberal de Chávez y Morales. Permitirlos todos, aún los más extremos, discriminadores o díscolos, es políticamente incorrecto, pero ese es el precio que hay que pagar por la libertad.
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