La liturgia de la reelección

Evo Morales lo dijo como al pasar, anunció elecciones para el 2008 (tres años antes de que culmine su periodo constitucional), y desató la vorágine.
No es difícil encontrar los motivos para que tomara esta decisión, además del más obvio: Bolivia sigue la misma trayectoria que la revolución bolivariana, lo que incluye Asamblea Constituyente para perpetuarse en el poder, y refundación del Estado).
También hay que buscar las razones en que la campaña electoral cohesiona a cualquier partido político, y hoy el MAS está enfrascado en una dura lucha intestina por espacios de poder (días después del anuncio, hasta los más díscolos se plegaron a la idea de que Morales tiene derecho a reelegirse hasta el 2018).
Además, la promesa de una nueva elección permite patear para adelante las notables deficiencias de gestión que ha demostrado su administración (luego de los discursos fundacionales llega la hora del trabajo cotidiano… después de los revolucionarios están los técnicos, y ahí la estructura oficialista pisa en falso). Casualmente Morales pateó el tablero cuando se incrementaba una seguidilla de denuncias que afectaban la línea de flotación de su gobierno: Irregularidades en la "nacionalización" petrolera, prebendas para obtener espacios en la administración pública, miles de emigrantes estafados en los aeropuertos que huyen del sueño refundacional indígena, y un largo etcétera.
Es muy pronto todavía para saber si esta iniciativa se impondrá finalmente. Por lo pronto el Vicepresidente, Alvaro García Linera, llama a la calma, sobre todo ahora que su situación no es de las mejores, y cuando muchos dudan que acompañe a Evo en otra lid electoral. El nuevo círculo de hierro, en cambio, está fascinado, pero es conciente de que parte de la clase media que confió en el proyecto original -precisamente gracias a García Linera- comienza a preocuparse por el giro que están tomando las cosas. Por eso discuten la posibilidad de permitir el sufragio desde los 16 años o que los emigrantes voten en sus países de residencia (aproximadamente la tercera parte de la población total). Estos votos, mayoritariamente oficialistas, sumados a los sólidos números actuales de quienes viven en Bolivia, son excesivos… abrumadoramente excesivos incluso para el más pesimista de los seguidores de Morales, y aún si la oposición no se hubiera declarado derrotada de antemano.
Aunque parezca mentira, la eliminación de las garantías, los contrapesos y los procedimientos democráticos que impiden a los gobernantes la perpetuación en el poder son los temas más racionales que discute las Asamblea Constituyente. Paralelamente a ellos, hay otras lindezas antológicas: La modificación de los símbolos patrios (otro símil chavista), obligar a la Coca-Cola a que no utilice la primera parte de su marca; legalizar la justicia por mano propia; o instaurar un cuarto poder por encima de los tres clásicos que nos legó Montesquieu.
Sueños afiebrados que reproducen la mayoría de los 255 constituyentes en liturgias paganas multitudinarias que se repiten de pueblo en pueblo y que son convocadas para escuchar la voz de Dios en algunos casos, o para desatar la pasión pugilística de los bolivianos en otros.

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