Una de las innumerables fotos del ex Presidente boliviano René Barrientos Ortuño encabezaba la mesa durante los almuerzos dominicales de mi infancia. En ella se lo ve tomando un cóctel de singani y riendo de alguna ocurrencia ya perdida en el tiempo. Pero no es una foto aristocrática, ni mucho menos: retrata un humilde solar campesino, uno de esos lugares donde se sentía a gusto el autoproclamado "General del pueblo" y quien se convirtió a fuerza de imágenes como ésa, en uno de los líderes más carismáticos de los que se tenga recuerdo en la historia contemporánea de Bolivia.
El caso de Barrientos es curioso: En 1964, siendo Vicepresidente, derrocó a Víctor Paz Estenssoro, luego cogobernó junto a Alfredo Ovando (quien años después nacionalizaría el petróleo), derrotó al Che Guevara, fue elegido presidente "democrático" y murió en un accidente de helicóptero del que aún hoy se tejen conjeturas.
Barrientos también es famoso porque fue autor de lo que se llamó el "pacto militar-campesino", y al igual que Evo Morales, también inauguró una Asamblea Constituyente, redactó una nueva Constitución e hizo desfilar a miles de campesinos junto a las Fuerzas Armadas a paso de ganso. Los dos afirmarían después que eran hechos inéditos en la historia y ninguno tendría razón porque ese tipo de puesta en escena les antecede y les sobrevivirá, de igual forma que el culto a la personalidad al que políticos y militares fatuos son tan afectos. Por eso no resulta descabellado afirmar que las huellas del futuro de Bolivia hay que encontrarlas sobre todo en su pasado autoritario, en momentos como ese en el que Barrientos era amo y señor de vidas y haciendas.
Hace unos días Morales fue noticia nuevamente por la impresión de un juego de estampillas con su foto, la declaración de su casa natal como monumento histórico y otras iniciativas aún más graciosas y menos comentadas: El deseo de convertir la whipala multicolor (y símbolo del movimiento gay) en enseña patria o el afán por crear un cuarto poder del Estado y rebautizar plazas y calles. Además de otros hechos más sustanciales: La fuerte polarización entre oriente y occidente que está cobrando un cariz espinoso y violento, el desconocimiento de las minorías en la Asamblea Constituyente y el pozo sin fondo en el que ha caído la nacionalización por la incapacidad y las sospechas de corrupción que envuelven a YPFB.
Es que la casa y un sello postal vayan y pasen, sobre todo porque serán circuito turístico y reliquia para filatelistas (como lo fue la famosa "chompa", esa vez para fetichistas varios), pero ello, sumado a la amenaza a las instituciones democráticas o el peligro de enfrentamientos regionales, sea en nombre de la revolución o del "pachakuti", son un cóctel tan explosivo como el que tomaba Barrientos en ese solar ya inexistente y bucólico al que quieren retornar algunos sectores milenaristas y que están desdibujando un gobierno legítimo como pocos.
No hay que olvidar que si hay cosas que siempre van de la mano son la idolatría y el autoritarismo, el culto a la personalidad y la conculcación de libertades. Porque, se sabe, si es líquida, caliente y se sirve a mediodía es sopa. "Chairo" quizá (con charqui de cordero, chuño y mote), pero sopa al fin.
Sergio Molina Monasterios es boliviano, politólogo y analista de Imaginaccion Consultores.
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