Las repercusiones del rescate de la mina San José son difíciles de dimensionar pero muchos creen que serán de tal magnitud que darán para todo. Algo de eso debe de haber percibido Evo Morales (viejo lobo de mar) en su visita relámpago a Chile, la cual obedece al azar del accidente pero también al frío cálculo político.
Sobre esa coincidencia ya habrá tiempo para escribir: un minero boliviano en una faena en el norte, viviendo en el barrio más pobre de Copiapó en condiciones deplorables, en una constatación más de las inextricables relaciones que hay entre ambos países, pero también como augurio del futuro (ese futuro que, como decía el filósofo, es pura posibilidad).
Si no es difícil interpretar las razones de Morales, tampoco lo es entender la entrevista concedida por el Cónsul de Bolivia en Chile, en la que insinúa que las relaciones con Piñera son incluso mejores que las que se tenía con Bachelet, algo que era impensable meses atrás. No parece, sin embargo, una afirmación tan arriesgada: la sintonía entre ambos mandatarios por lo menos públicamente, es evidente.
Ahora bien, si el vínculo entre Chile y Bolivia ya no es noticia, Perú, el otro actor de la discordia, se muestra hoy dispuesto a reordenar las relaciones bilaterales dando una serie de señales potentes de acercamiento a Bolivia: ambos mandatarios se reunirán próximamente para retomar el acuerdo por el cual se creó una zona de libre comercio, Lima deportó a dos políticos buscados por la justicia boliviana y una larga lista menos conocida.
Todo lo cual, sin embargo, no disimula que entre García y Morales no hay acuerdo posible. Veamos sino en estos mismos días de distensión, el enfrentamiento que se produjo a raíz de la opinión que tienen ambos sobre Vargas Llosa (¡qué paradoja ésta, mientras sus vecinos se llenan de gloria: la hazaña minera chilena, el premio Nobel de literatura peruano, Bolivia, en cambio, es noticia internacional por un rodillazo en el bajo vientre!).
Si estas notas pudieran resumirse en una metáfora, sería más bien la de una especie de carrera entre Chile y Perú por seducir a Bolivia ex ante La Haya, y ahí, sin duda, el primero correría con ventaja: está claro que para Morales es mejor un liberal de toda la vida que un ex izquierdista converso. Pero si en época de cortejo la química es suficiente, más adelante, la futura pareja tendría que asumir en carne propia el peso de la historia: que el Silala o el Lauca son un dolor de cabeza, que un romance de pocos años no puede compararse con toda una vida en pareja o que la negociación marítima en algún momento deberá transparentarse.
Sólo entonces veríamos si el acercamiento que hay entre Chile y Bolivia es estructuralmente distinto a otros o si seguimos donde siempre. Por eso, poner las cartas sobre la mesa podría ayudar a que no haya otro quiebre como antaño, que a veces un colorado es mejor que cien amarillos, como el que protagonizó Carlos Mamani diciéndole a Evo Morales que se sentía orgulloso de ser boliviano pero que quería quedarse a trabajar en Chile, representando sin querer a millones de inmigrantes orgullosos de su nacionalidad pero también deseosos de oportunidades que sus propios países les niegan.
Publicado en La Tercera el 16 de octubre de 2010
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