La historia política argentina es un tango plagado de tragedias: desde Evita a Perón, sus caudillos suelen salir del foro en momentos estelares, no en la tranquilidad de sus camas y al final de sus vidas. Y en el centro de esa historia larga y apasionante, el peronismo, ese movimiento contradictorio, demagógico y popular que es el espacio indiscutido para hacer política en el río de La Plata.
Ayer, en medio del censo y la obligación de estar en casa, a pesar de que era un “día peronista” (soleado, lindo, primaveral), se murió el político que definió la década en Argentina, como lo había hecho mucho menos dignamente Menem en los ‘90 y como seguramente hará otra mujer u hombre en el futuro: la vida no se detiene ni se preocupa por nimiedades como ésta.
Lo anecdótico, eso sí, es que hubo hasta quienes se alegraron y tocaron bocinas, allá ellos; alguien también dijo, algo habrá hecho bien Kirchner para que los ricos se alegren con su muerte; pero todo esto: la alegría de mal gusto, la tristeza excesiva y sobreactuada y la incertidumbre constante, son parte del desgarramiento dramático que se vive en la Argentina desde hace décadas.
Es difícil saber qué pasará mañana, eso sí, habrá que evitar el machismo recalcitrante de quienes creen que una mujer, por serlo, no se las puede (no olvidemos que las grandes transformaciones de los últimos años no las hizo Néstor sino la actual Presidenta)… mejor desensillar hasta que aclare como decía Perón, y pesar por un hombre que vivió la política con tal intensidad que literalmente reventó su corazón.
Un entrañable amigo con el que compartí muchos años en ese país resumía su pesar por twitter: “parece una película ‘berreta’, como en cualquier guión, ahora se precipita el desastre. Happy end, por favor”.
(Publicado en La Tercera el 28 de octubre de 2010)
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