La historia política argentina es un tango plagado de tragedias: desde Evita a Perón, sus caudillos suelen salir del foro en momentos estelares, no en la tranquilidad de sus camas y al final de sus vidas. Y en el centro de esa historia larga y apasionante, el peronismo, ese movimiento contradictorio, demagógico y popular que es el espacio indiscutido para hacer política en el río de La Plata.
Ayer, en medio del censo y la obligación de estar en casa, a pesar de que era un “día peronista” (soleado, lindo, primaveral), se murió el político que definió la década en Argentina, como lo había hecho mucho menos dignamente Menem en los ‘90 y como seguramente hará otra mujer u hombre en el futuro: la vida no se detiene ni se preocupa por nimiedades como ésta.
Lo anecdótico, eso sí, es que hubo hasta quienes se alegraron y tocaron bocinas, allá ellos; alguien también dijo, algo habrá hecho bien Kirchner para que los ricos se alegren con su muerte; pero todo esto: la alegría de mal gusto, la tristeza excesiva y sobreactuada y la incertidumbre constante, son parte del desgarramiento dramático que se vive en la Argentina desde hace décadas.
Es difícil saber qué pasará mañana, eso sí, habrá que evitar el machismo recalcitrante de quienes creen que una mujer, por serlo, no se las puede (no olvidemos que las grandes transformaciones de los últimos años no las hizo Néstor sino la actual Presidenta)… mejor desensillar hasta que aclare como decía Perón, y pesar por un hombre que vivió la política con tal intensidad que literalmente reventó su corazón.
Un entrañable amigo con el que compartí muchos años en ese país resumía su pesar por twitter: “parece una película ‘berreta’, como en cualquier guión, ahora se precipita el desastre. Happy end, por favor”.
(Publicado en La Tercera el 28 de octubre de 2010)
La carrera de la seducción
Las repercusiones del rescate de la mina San José son difíciles de dimensionar pero muchos creen que serán de tal magnitud que darán para todo. Algo de eso debe de haber percibido Evo Morales (viejo lobo de mar) en su visita relámpago a Chile, la cual obedece al azar del accidente pero también al frío cálculo político.
Sobre esa coincidencia ya habrá tiempo para escribir: un minero boliviano en una faena en el norte, viviendo en el barrio más pobre de Copiapó en condiciones deplorables, en una constatación más de las inextricables relaciones que hay entre ambos países, pero también como augurio del futuro (ese futuro que, como decía el filósofo, es pura posibilidad).
Si no es difícil interpretar las razones de Morales, tampoco lo es entender la entrevista concedida por el Cónsul de Bolivia en Chile, en la que insinúa que las relaciones con Piñera son incluso mejores que las que se tenía con Bachelet, algo que era impensable meses atrás. No parece, sin embargo, una afirmación tan arriesgada: la sintonía entre ambos mandatarios por lo menos públicamente, es evidente.
Ahora bien, si el vínculo entre Chile y Bolivia ya no es noticia, Perú, el otro actor de la discordia, se muestra hoy dispuesto a reordenar las relaciones bilaterales dando una serie de señales potentes de acercamiento a Bolivia: ambos mandatarios se reunirán próximamente para retomar el acuerdo por el cual se creó una zona de libre comercio, Lima deportó a dos políticos buscados por la justicia boliviana y una larga lista menos conocida.
Todo lo cual, sin embargo, no disimula que entre García y Morales no hay acuerdo posible. Veamos sino en estos mismos días de distensión, el enfrentamiento que se produjo a raíz de la opinión que tienen ambos sobre Vargas Llosa (¡qué paradoja ésta, mientras sus vecinos se llenan de gloria: la hazaña minera chilena, el premio Nobel de literatura peruano, Bolivia, en cambio, es noticia internacional por un rodillazo en el bajo vientre!).
Si estas notas pudieran resumirse en una metáfora, sería más bien la de una especie de carrera entre Chile y Perú por seducir a Bolivia ex ante La Haya, y ahí, sin duda, el primero correría con ventaja: está claro que para Morales es mejor un liberal de toda la vida que un ex izquierdista converso. Pero si en época de cortejo la química es suficiente, más adelante, la futura pareja tendría que asumir en carne propia el peso de la historia: que el Silala o el Lauca son un dolor de cabeza, que un romance de pocos años no puede compararse con toda una vida en pareja o que la negociación marítima en algún momento deberá transparentarse.
Sólo entonces veríamos si el acercamiento que hay entre Chile y Bolivia es estructuralmente distinto a otros o si seguimos donde siempre. Por eso, poner las cartas sobre la mesa podría ayudar a que no haya otro quiebre como antaño, que a veces un colorado es mejor que cien amarillos, como el que protagonizó Carlos Mamani diciéndole a Evo Morales que se sentía orgulloso de ser boliviano pero que quería quedarse a trabajar en Chile, representando sin querer a millones de inmigrantes orgullosos de su nacionalidad pero también deseosos de oportunidades que sus propios países les niegan.
Publicado en La Tercera el 16 de octubre de 2010
Sobre esa coincidencia ya habrá tiempo para escribir: un minero boliviano en una faena en el norte, viviendo en el barrio más pobre de Copiapó en condiciones deplorables, en una constatación más de las inextricables relaciones que hay entre ambos países, pero también como augurio del futuro (ese futuro que, como decía el filósofo, es pura posibilidad).
Si no es difícil interpretar las razones de Morales, tampoco lo es entender la entrevista concedida por el Cónsul de Bolivia en Chile, en la que insinúa que las relaciones con Piñera son incluso mejores que las que se tenía con Bachelet, algo que era impensable meses atrás. No parece, sin embargo, una afirmación tan arriesgada: la sintonía entre ambos mandatarios por lo menos públicamente, es evidente.
Ahora bien, si el vínculo entre Chile y Bolivia ya no es noticia, Perú, el otro actor de la discordia, se muestra hoy dispuesto a reordenar las relaciones bilaterales dando una serie de señales potentes de acercamiento a Bolivia: ambos mandatarios se reunirán próximamente para retomar el acuerdo por el cual se creó una zona de libre comercio, Lima deportó a dos políticos buscados por la justicia boliviana y una larga lista menos conocida.
Todo lo cual, sin embargo, no disimula que entre García y Morales no hay acuerdo posible. Veamos sino en estos mismos días de distensión, el enfrentamiento que se produjo a raíz de la opinión que tienen ambos sobre Vargas Llosa (¡qué paradoja ésta, mientras sus vecinos se llenan de gloria: la hazaña minera chilena, el premio Nobel de literatura peruano, Bolivia, en cambio, es noticia internacional por un rodillazo en el bajo vientre!).
Si estas notas pudieran resumirse en una metáfora, sería más bien la de una especie de carrera entre Chile y Perú por seducir a Bolivia ex ante La Haya, y ahí, sin duda, el primero correría con ventaja: está claro que para Morales es mejor un liberal de toda la vida que un ex izquierdista converso. Pero si en época de cortejo la química es suficiente, más adelante, la futura pareja tendría que asumir en carne propia el peso de la historia: que el Silala o el Lauca son un dolor de cabeza, que un romance de pocos años no puede compararse con toda una vida en pareja o que la negociación marítima en algún momento deberá transparentarse.
Sólo entonces veríamos si el acercamiento que hay entre Chile y Bolivia es estructuralmente distinto a otros o si seguimos donde siempre. Por eso, poner las cartas sobre la mesa podría ayudar a que no haya otro quiebre como antaño, que a veces un colorado es mejor que cien amarillos, como el que protagonizó Carlos Mamani diciéndole a Evo Morales que se sentía orgulloso de ser boliviano pero que quería quedarse a trabajar en Chile, representando sin querer a millones de inmigrantes orgullosos de su nacionalidad pero también deseosos de oportunidades que sus propios países les niegan.
Publicado en La Tercera el 16 de octubre de 2010
Ecuador: después del humo y de las balas
La inestabilidad política, como toda situación crítica, pone en tensión nuestras convicciones más profundas, nos enfrenta a nosotros mismos; cuando hay sol nos convierte en héroes pero en días oscuros de lluvia, uno nunca sabe.
La rebelión en el Ecuador merece nuestra condena y todos compartimos aquello de que respecto a la defensa de la democracia no hay matices, sin embargo, una vez que el humo de las balas se asienta y cuando comienzan a contarse los heridos, es una obligación preguntarse qué es lo que se vislumbra hacia delante.
Por ejemplo, la certeza de que se ha aceitado la reacción regional; UNASUR parece haber encontrado su razón de ser y hasta la OEA despertó de su letargo (siempre ocurre lo mismo con las historias con final feliz, sólo las derrotas no tienen generales).
Pero también una preocupante sensación de déjà vu, y aunque es pronto para saber cómo finalmente reaccionará Rafael Correa, nada hace pensar que será de manera distinta a la forma en que lo hicieron en situación de crisis institucional y amenazas de golpe de Estado los presidentes de Venezuela, Bolivia y otros países con los cuales el ecuatoriano comparte más de una certeza. Sobre todo si nos atenemos a los antecedentes previos y a su proceder suicida el jueves pasado, porque —con el riesgo de ser políticamente incorrectos— convengamos que esa actitud kamikaze de ir a negociar con los sublevados tuvo más que ver con el martirologio que con la política.
Recordemos, además, que al margen de las diferencias inevitables de estas revueltas antidemocráticas, todas ellas reforzaron la majestad presidencial pero también se convirtieron en el mejor argumento para despertar oscuras pulsiones autoritarias y tentaciones continuista. En resumen, las crisis mostraron (o se generaron) por la imposibilidad que tienen algunos líderes de aceptar límites al ejercicio del poder.
Los presidentes de Ecuador, Venezuela y Bolivia tienen una clara orientación hacia los sectores sociales desposeídos, han protagonizado reformas a los principales sectores económicos y han mejorado las políticas sociales dirigidas a los más pobres, con todo lo cual es difícil disentir; pero también comparten el deseo confeso de ser reelectos de forma indefinida y de controlar a cualquier costo todos los poderes del Estado.
Veamos sino a Chávez y sus malabarismos matemáticos luego de las elecciones, demostrando que es más fácil ser demócrata por conveniencia que por convicción; a Morales buscando apasionadamente a su némesis, en persecución abierta a cualquier disidentes en nombre de la revolución; y a Correa, chutado de adrenalina, descubriendo el pecho a las balas, poseído, eufórico, pero aún en un límite razonable atendiendo las circunstancias y, sobre todo, con la gran oportunidad de romper la racha. Su liderazgo siempre pareció más pragmático que el de alguno de sus colegas: éste es el mejor momento de demostrar cuán acertados o equivocados estábamos.
(Publicado en La Tercera el 3 de octubre 2010)
La rebelión en el Ecuador merece nuestra condena y todos compartimos aquello de que respecto a la defensa de la democracia no hay matices, sin embargo, una vez que el humo de las balas se asienta y cuando comienzan a contarse los heridos, es una obligación preguntarse qué es lo que se vislumbra hacia delante.
Por ejemplo, la certeza de que se ha aceitado la reacción regional; UNASUR parece haber encontrado su razón de ser y hasta la OEA despertó de su letargo (siempre ocurre lo mismo con las historias con final feliz, sólo las derrotas no tienen generales).
Pero también una preocupante sensación de déjà vu, y aunque es pronto para saber cómo finalmente reaccionará Rafael Correa, nada hace pensar que será de manera distinta a la forma en que lo hicieron en situación de crisis institucional y amenazas de golpe de Estado los presidentes de Venezuela, Bolivia y otros países con los cuales el ecuatoriano comparte más de una certeza. Sobre todo si nos atenemos a los antecedentes previos y a su proceder suicida el jueves pasado, porque —con el riesgo de ser políticamente incorrectos— convengamos que esa actitud kamikaze de ir a negociar con los sublevados tuvo más que ver con el martirologio que con la política.
Recordemos, además, que al margen de las diferencias inevitables de estas revueltas antidemocráticas, todas ellas reforzaron la majestad presidencial pero también se convirtieron en el mejor argumento para despertar oscuras pulsiones autoritarias y tentaciones continuista. En resumen, las crisis mostraron (o se generaron) por la imposibilidad que tienen algunos líderes de aceptar límites al ejercicio del poder.
Los presidentes de Ecuador, Venezuela y Bolivia tienen una clara orientación hacia los sectores sociales desposeídos, han protagonizado reformas a los principales sectores económicos y han mejorado las políticas sociales dirigidas a los más pobres, con todo lo cual es difícil disentir; pero también comparten el deseo confeso de ser reelectos de forma indefinida y de controlar a cualquier costo todos los poderes del Estado.
Veamos sino a Chávez y sus malabarismos matemáticos luego de las elecciones, demostrando que es más fácil ser demócrata por conveniencia que por convicción; a Morales buscando apasionadamente a su némesis, en persecución abierta a cualquier disidentes en nombre de la revolución; y a Correa, chutado de adrenalina, descubriendo el pecho a las balas, poseído, eufórico, pero aún en un límite razonable atendiendo las circunstancias y, sobre todo, con la gran oportunidad de romper la racha. Su liderazgo siempre pareció más pragmático que el de alguno de sus colegas: éste es el mejor momento de demostrar cuán acertados o equivocados estábamos.
(Publicado en La Tercera el 3 de octubre 2010)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)