Perú, rebelión en la amazonía

Alan García, tres años después

Entre una fuente que manaba pisco en lugar de agua en la Plaza de Armas de Lima y un discurso presidencial a contrapelo de lo que se discute internacionalmente, pero también con una de las pocas economías que no decrecerá este año, Perú celebró sus fiestas patrias y Alan García tres años en el poder.

Pero primero lo primero. Hay que reconocerle al gobierno peruano la continuidad de la expansión económica y la forma en que enfrentó la crisis: comenzó con un ritmo de crecimiento del 10% en 2008 y pasará al 0% en 2009, sin duda, pero ha logrado confirmar eso que algunos llaman el “milagro peruano” diversificando exportaciones (aunque sigue dependiendo dramáticamente de la minería) y expandiendo el mercado interno.

Pero es un milagro que no sólo contiene éxitos económicos sino también contradicciones: desde el 2006 no se ha incrementado la cobertura de agua potable, mientras que en el mismo periodo el analfabetismo solo ha caído un punto y ahora se sitúa en el 10%, a pesar de que el gobierno prometió erradicarlo.

García, quien fuera el presidente más joven y más atractivo de Latinoamérica, el mejor orador y el animal político capaz de recitar a Calderón de la Barca en una manifestación y hacer que las masas se enfervorizaran y se nos pusiera a todos la piel de gallina, llega a esta etapa de su vida sin poder explicar la paradoja que significa haber estatizado por izquierda cuando prevalecía el Consenso de Washington y las privatizaciones, y flanquear hoy a la derecha neoliberal más recalcitrante cuando la región se inclina por posturas progresistas y una participación mayor del Estado.

Es en lo que denominaría la “debilidad histórica de Alan García”, la misma que confirmó en su mensaje a la nación por las fiestas patrias peruanas, cuando dijo que "la democracia tiene como adversario al modelo estatista que lleva a la miseria y al desempleo, pues sus pobladores viven del subsidio de quien manda", olvidándose del consenso internacional que hay sobre este asunto, aquel de que el mercado por sí solo, sin Estado, no es capaz de regularse adecuadamente.

En el fondo García confirmó en este tiempo la característica principal de su segunda gestión: su derechización y la de su partido, el APRA, que más obedece a un deseo personal de enmendar los errores que cometió durante su primer gobierno populista e izquierdizante que a una férrea convicción ideológica.

Esa es una de las características del caudillo, si va a contrapelo lo hace por su personalidad antes que por sus convicciones, por eso su enfrentamiento definitivo con Hugo Chávez no se debe tanto a lo que éste hace, sino porque García quisiera estar en su lugar, ser un líder reconocido mundialmente, sea Chávez o cualquier otro.

Aislado internacionalmente, sobre todo frente a dos de los países con los que podía convivir de mejor manera: uno por historia y cultura y otro por afinidad económica, Perú se encuentra distante de Bolivia y Chile; sin haber hecho ningún tipo de acuerdo con otros países con los que podría tener mayor afinidad política como México o Colombia, por nombrar otros dos con los cuales comulga y cabalga en el mundo de las ideas.

En su descargo hay que decir que logró reencaminar las relaciones diplomáticas con Bolivia y esta semana volverá el embajador peruano que había sido llamado a consulta y los cancilleres de ambos países se dieron un fuerte abrazo para la foto hace sólo unos días.

Con serios problemas internos por su baja popularidad (que no son una novedad en los últimos gobiernos peruanos), pero que tienen la particularidad de haber disminuido sus guarismos en la costa, el espacio más desarrollado de Perú y donde se sustenta el crecimiento y la modernidad de ese país, y por ende la gobernabilidad y estabilidad; los peruanos sueñan con el fantasma siempre presente de que la sierra y la selva, junto a los sectores marginales de las ciudades costeras, se alíen y respalden a algún líder populista como ocurrió en su momento con Fujimori.

Al respecto, una encuesta del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica sitúa a su hija, Keiko, primera en intención de voto y a Ollanta Humala quinto, pero también muestra que casi el 40% de la población se inclina por opciones de centro y centro derecha como las de Flores o Castañeda. Pero aún es pronto, falta mucho para las elecciones de 2011 y lo más seguro es que aparezca alguien del que todavía no hemos escuchado hablar. Pero esa es otra historia.

El Perú (y ya es un tópico), son varios Perús. La costa es muy distinta a la sierra, mucho más “estatista” (en el sentido que le da García a este término) y, sobre todo, pobre y excluida; al igual que la selva muy extensa pero con menos del 20% de la población, pero el lugar donde se produjo el conflicto de Bagua que hizo retroceder al gobierno porque los indígenas Awajún de la zona (a los que nadie pudo nunca doblegar desde el incario y a los que Alan García llamó en octubre de 2007 “perros del hortelano”) creen que el modelo económico es el de un enclave con inversión intensiva pero sin redistribución y empleo de mano de obra local, y no quieren una fiesta sin estar invitados.

Precisamente García continúa afirmando que este conflicto, que le costó un gabinete y a su dialogante primer ministro, fue producto de una conspiración internacional comandada por Chávez y Morales y no producto de la rebelión de parte de la población que se resiste a un modelo que ha traído crecimiento, bienestar y disminución de la pobreza pero que no ha traspasado sus logros a esos diversos perús que conviven en un palimpsesto de una belleza desconcertante e indómita pero también contradictorio y excluyente.

El corsé de la OEA

La situación en Honduras está fuera de control. Si uno escucha las entrevistas tanto del presidente democrático depuesto como del presidente de facto en funciones se encuentra con discursos circulares sin espacios en común que permitan atisbar alguna posibilidad de resolución pacífica. Por el contrario, a medida que pasan los días las posiciones se abroquelan y polarizan tanto internamente como en el frente externo, y en ambos los intereses en juego son de tal complejidad que asustan: desde el frente bolivariano cuyos integrantes saben que una derrota hoy en Honduras podría ser la de ellos mañana; hasta la OEA que, como siempre en estas crisis, tiene que validarse como organización con el corsé impuesto por su propia institucionalidad.
Si hace unos años el sistema interamericano supo hacerse cargo de rupturas democráticas como la que se vive hoy en Honduras (con la hipocresía de Cuba de por medio), hoy se convierte en una prioridad su reinvención para enfrentar un desafío mucho más complejo y de difícil solución: la emergencia de gobiernos que, a pesar de su legitimidad formal, transgreden la institucionalidad democrática a través de mecanismos como la suspensión de tribunales constitucionales, la cooptación del poder judicial, la limitación de la libertad de expresión o, recientemente, el deseo de modificaciones constitucionales no en procura de profundizar las garantías democráticas o la redistribución del poder sino para legitimar el continuismo a través de la reelección (y en esto no hay contenido ideológico que valga porque lo mismo Menem que Uribe, Morales que Chávez).
A su vez, el resto de los países de la región más indignados que convencidos se enfrentan a la posibilidad de erigirse en gendarmes democráticos contraviniendo el principio básico de la convivencia democrática: la no ingerencia en asuntos internos.
Y no es casualidad que esta disyuntiva estalle precisamente en Centroamérica, la zona más frágil de la región. Tampoco que los antecedentes al conflicto hondureño hayan sido la acusación de asesinato a un presidente centroamericano y el autoritarismo bananero de otro.
En una lectura simple y correcta no hay duda que se debe repudiar el golpe de Estado, sin ambages y unánimemente. Ahora bien, si hacemos una lectura más compleja no hubo uno, sino tres golpes de Estado en Honduras (tomo esta idea prestada de M Á. Bastenier: “del Presidente; del Ejército y del Congreso”).
Hagamos un análisis u otro, se ha llegado a un punto de no retorno o, mejor, como se dice en algunos países de éste nuestro lugar en el mundo: nos han dado a elegir entre el moco y la baba.
Por ello, la convocatoria a elecciones anticipadas (como se hizo en su momento en varios países de Latinoamérica, desde la Bolivia de Siles Suazo a la Argentina de Alfonsín) podría permitir una salida que evitaría que uno u otro de los caudillos enfrentados salga triunfante, y más bien protegería esa institucionalidad democrática hoy resquebrajada.
A su vez, en lugar de demandar al secretario general de la OEA superpoderes más allá de los magros que le confiere su cargo, comencemos a discutir si acaso se puede hacer algo entre todos o dejamos que cada uno se salve como pueda.
La democracia es, entre otras cosas, la institucionalización de los conflictos, evitar que la política se traslade a las calles. Y la política hondureña hoy o está en las calles o fuera del país. Por tanto, su resolución vendrá de uno de esos dos lugares, y todos esperamos expectantes que no sea la primera alternativa la que se imponga.

Publicado en La Tercera de Chile y Pulso de Bolivia

Elecciones anticipadas en Honduras

Norbert Lechner escribió alguna vez que podía entenderse “la democracia como la institucionalización de los conflictos”. O, lo que es lo mismo, debemos evitar que la política se traslade a las calles.
Quizá el fenómeno principal que se vive en la región es la forma en que la entendemos y lo que esperamos de ella. Muchos gobiernos, a pesar de su legitimidad formal, transgreden la institucionalidad democrática a través de mecanismos que, sin quebrar la legalidad, le ponen cortapisas, como la suspensión de tribunales constitucionales, la cooptación del poder judicial, la limitación de la libertad de expresión o, recientemente, el deseo de modificaciones constitucionales no en procura de profundizar las garantías democráticas o la redistribución del poder sino para legitimar el continuismo a través de la reelección (y en esto no hay contenido ideológico que valga porque lo mismo Menem que Uribe, Morales que Chávez).
Todo ello ha tensionado sobremanera el sistema democrático y requiere no sólo una respuesta integral sino salidas imaginativas porque hay riesgos que van más allá de la coyuntura. Como se sabe desde hace varios años, menos de la mitad de los latinoamericanos están dispuestos a defender la democracia por razones éticas.
Y no es casualidad que esta disyuntiva estalle precisamente en Centroamérica, la zona más frágil de la región. Tampoco que los antecedentes al conflicto hondureño hayan sido la acusación de asesinato a otro presidente centroamericano, el de Guatemala; y el autoritarismo bananero de Daniel Ortega en Nicaragua.
En una lectura simple y correcta no hay duda que se debe repudiar el golpe de Estado, sin ambages y unánimemente. Sólo una digresión sobre este punto: lo decidido por Barack Obama en su momento ayudó mucho a que haya una posición monolítica de todos los países y organismos internacionales, pero EEUU también tuvo sus dudas al principio, y por horas se mostró menos confrontacional con los golpistas. Si queremos ver el medio vaso lleno, este es el dato más importante de lo ocurrido, y el que más nos concierne.
Ahora bien, si hacemos una lectura más compleja no hubo uno, sino tres golpes de Estado en Guatemala (tomo esta idea prestada de M Á. Bastenier: “El domingo estaba convocado un triple golpe: del presidente por querer que hubiera consulta; del Ejército por derrocar al jefe del Estado, y del Congreso por elegir a su presidente, Roberto Micheletti, como sucesor de Zelaya en un interinato hasta las presidenciales”).
Hagamos una lectura u otra, se ha llegado a un punto del que difícilmente se puede salir indemne, o mejor, como se dice en algunos países de éste nuestro lugar en el mundo, nos han dado a elegir entre el moco y la baba.
Honduras es una sociedad que posee un establishment primario, conservador y provinciano que fue sometida a debatir las sutilezas del modelo bolivariano extraído por arte de birlibirloque del sombrero de Manuel Zelaya, y estalló en mil pedazos. El miedo de la élite generó un temeroso y abroquelado respaldo a Roberto Micheletti, y, como es natural, la polarización de otros sectores que se le oponen y que tarde o temprano saldrán a enfrentarse en la calle, lo cual puede producir tanto dolor a los hondureños, como el ya sufrido en las últimas décadas.
Por ello, la convocatoria a elecciones anticipadas (como se hizo en su momento en gran parte de Latinoamérica, desde la Bolivia de Siles Suazo a la Argentina de Alfonsín) podría permitir una salida que evitaría que uno u otro de los caudillos enfrentados salga indemne y más bien protegería esa institucionalidad democrática hoy resquebrajada.

Nacionalismo

De un tiempo a esta parte por razones profesionales, algo de vedettismo y curiosidad morbosa me he detenido a leer los post que pueblan los blogs de algunos periódicos, incluido éste. Sobre todo los que comentar artículos referidos a países limítrofes como el mío (Bolivia) y a otros igual de entrañables para mí como Perú o Argentina.
La experiencia ha sido aterradora.
La ignorancia, la mendacidad, pero sobre todo de intolerancia que pueblan la mayor parte de ellos puede sumir a cualquier demócrata en la más negra de las depresiones.
No debe haber mayor sinsentido que el nacionalismo, y su exaltación en esos post —pero también en algunos artículos de colegas míos— es un ejercicio contra la libertad que empaña y desluce una herramienta como Internet nacida para profundizarla.
¿Qué discusión posible puede haber entre decenas de comentarios que no buscan comprender sino denostar, ofender y destruir; que afirman que se es mejor o peor según sea el lugar de nacimiento, el color, la religión, o cualquiera de todos ellos?
Escribo este artículo indignado luego de esa lectura escabrosa y tediosa, porque a la insensatez se suma la ausencia de belleza y la incapacidad de conjugar palabras armónicamente, de entender la diferencia entre un adjetivo y un verbo, de comprender la profundidad del sustantivo, todo lo cual, sin duda, no es casualidad.
Y la primera pregunta que me hice es si los medios, éste en el que escribo por ejemplo, deben intervenir de alguna manera y prohibir la apología de la guerra, del racismo y de la violencia.
No tengo una respuesta para eso.
Hay destacadísimos periódicos en el mundo que prohíben publicar, por ejemplo, una argumentación que viole los derechos humanos o para ir a un clásico, ensalzar ideologías como el nazismo. Otros, en cambio, creen que se debe permitir cualquier tipo de expresión, aún si ésta riñe con la racionalidad democrática.
En cualquier caso, lo que uno no debería hacer es quedarse al margen y leer esos llamados a la violencia fratricida sin intervenir desde la trinchera que haya elegido.
Por motivos que no vienen a cuento, gran parte de mi vida la he pasado en el extranjero y he recibido las bendiciones que eso significa, sobre todo he aprendido cómo viven los otros en lugares tan cercanos y distintos como éste, fascinante para mí desde que supe hace muchos años que era el país que más salsa de tomate consumía en el mundo, antes incluso de que mi hijo abriera sus ojos en Santiago y fuera bautizado con el nombre de uno de sus próceres; pero también, y de vez en cuando, he sufrido maldiciones aquí y en otras ciudades, de quienes se creían por cualquier motivo, incluido el pasaporte, mejores que yo (y que seguramente lo eran pero no tenían el buen gusto de guardar esa opinión para sus adentros).
Sin embargo, el haber sido extranjero casi siempre, en ningún momento me llevó a renunciar a mis afectos fundamentales, muchas veces asociados a un lugar, una ciudad o un país: ese donde uno entierra a su madre, aquel donde te enamoras por primera vez, éste donde aprendió a hablar a quien le debo la mayor parte de lo que soy. Sin embargo, esos afectos tienen que ver con la experiencia particular e intransferible de uno, tan bella o dolorosa como la de cualquier otro. Con los años uno comienza a entender que el único aprendizaje que nos enriquece es el de la tolerancia, y la agradece, cualquiera sea la vida que nos haya tocado en suerte.
En fin, allá ustedes autores de post innobles, yo apenas puedo acudir a la wikiquote y sugerirles la bellísima frase de Schopenhauer: "Cuantas menos razones tiene un hombre para enorgullecerse de sí mismo, más suele enorgullecerse de pertenecer a una nación."