Antaño, la presencia de Fidel Castro podía significar su éxito o fracaso (los reyes son figura puesta porque la Cumbre la organiza España), hoy ese espacio ha sido llenado por otros líderes carismáticos. Imagínese la Cumbre sin la presencia de Hugo Chávez: podría ser sustanciosa pero le faltaría sal y pimienta.
Quizá una explicación para la expectación que levanta donde quiera que vaya el venezolano es que se ha apropiado de elementos centrales de la comunicación política moderna: La mediatización y espectacularización de la política (por ejemplo su programa “Aló Presidente”, ubicuo y desterritorializado y con un claro sentido global); y los rituales políticos tradicionales que inserta en una gramática simbólica y trascendente (los actos y mítines donde hace referencia a la nación, la patria, al hombre nuevo, etc.).
Cuando llegue a Santiago, Chávez participará en dos de estos rituales: la Cumbre Iberoamericana, y la Cumbre por la Amistad e Integración de los Pueblos que organiza la izquierda. Ahora bien, protagonizarlos no da credenciales progresistas, y esta es la segunda idea que quería comentar.
Fijémonos sino en lo que dijo el venezolano en uno de sus espectáculos de prestidigitación política más recientes: “Si la oligarquía logra derrocar o asesinar a Evo, el Gobierno venezolano, los venezolanos, no nos vamos a quedar de brazos cruzados… sería entonces… el Vietnam de las ametralladoras, de la guerra”.
En una lectura lineal hasta podría evocarse en estas palabras la solidaridad y el internacionalismo revolucionario, a un Chávez que quiere “ser como el Che” y sacrificar su vida por la causa; nadie podría estar más de acuerdo con él en la defensa de la democracia boliviana. Pero si uno escarba nota que las suyas no parecen las palabras de un igual, de un camarada (ni siquiera las de un cómplice).
Como le gusta reiterar, Chávez se la pudo cuando hubo un golpe en su país, en cambio Evo lo necesita. Si existe una plan de desestabilización, los venezolanos podrían conjurarlo, los bolivianos no. Pobrecitos, necesitan ayudan incluso para ser felices, hay que obligarlos a ser libres.
“Evo no es un bruto”, afirmó Chávez para mostrarle su solidaridad, pero la ironía es que al decir esa frase se encuadra en un discurso discriminador. ¡Qué diferencia con otros presidentes que discrepan con Morales pero que lo consideran igual a ellos!
Por eso cuando los revolucionarios de toda laya asistan a la USACH a ver a los personajes de esta historia, no deberían perder de vista la perspectiva: mucha ritualidad de izquierda, mucho espectáculo, pero a la hora de la política, la visión de Chávez sobre los bolivianos es más racista que la de los fantasmas que dice combatir.
(columna publicada en el periódico La Tercera de Chile el 24 de octubre de 2007)
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