Mario Terán, el sargento que mató al Che Guevara, el que le infringió el disparo fatal, recuperó la vista la semana pasada luego de un tratamiento al que lo sometieron oftalmólogos enviados por Fidel Castro a Bolivia.
En La Higuera sólo hay dos médicos que atienden a los campesinos y a todos quienes viven de las pequeñas microempresas montadas alrededor del Che, ambos son cubanos.
En los últimos meses se han escrito decenas de reportajes sobre estas paradojas, sobre esa "Ruta del Che" plagada de cubanos hoy como hace cuarenta años.
Si algo le debe Bolivia a Guevara es visibilidad (y si algo debería criticarle es el sentido maximalista de la política que trajo aparejado con su muerte).
Pero puede notarse que a diferencia de antaño, los relatos sobre esa Ruta ya no se detienen tanto en su carácter revolucionario o en la devoción mística de los campesinos hacia el guerrillero (lo cual siempre me produjo envidia: yo no la sentí, ni ahí ni en ninguna otra parte de Vallegrande, apenas legítima estrategia de supervivencia, servicio al turismo revolucionario: ¿Qué quiere saber y cuánto me paga por la historia? Y uno escucha lo que quiere oír y el otro dice lo que uno quiere escuchar).
Escribo esto porque en el 40 aniversario de su muerte, muchas de las miles de publicaciones que se sucedieron en el mundo hicieron énfasis en el Che antes del mito (como si esto pudiera hacerse, o mejor, como si esto no fuera más que otra forma de mitificarlo). Estuvo de moda el abordaje humano, se encargaron de ventilar su vida privada y se buscaron sus dotes como escritor, poeta o amante, quizá sencillamente porque demasiados ya habían demostrado su déficit como militar, político o estratega. La consigna parecería haber sido humanicemos al Che que como político envejece.
Un periodista de la BBC llegó a afirmar que hay tres motivos para entender la vigencia del Che, uno de ellos es que era joven y bello. El héroe de la izquierda mundial, el icono global, la despiadada y fría máquina de matar, el romántico de izquierda que entregó su vida por sus ideas o como quieran llamarlo, da para todo.
En La Higuera sólo hay dos médicos que atienden a los campesinos y a todos quienes viven de las pequeñas microempresas montadas alrededor del Che, ambos son cubanos.
En los últimos meses se han escrito decenas de reportajes sobre estas paradojas, sobre esa "Ruta del Che" plagada de cubanos hoy como hace cuarenta años.
Si algo le debe Bolivia a Guevara es visibilidad (y si algo debería criticarle es el sentido maximalista de la política que trajo aparejado con su muerte).
Pero puede notarse que a diferencia de antaño, los relatos sobre esa Ruta ya no se detienen tanto en su carácter revolucionario o en la devoción mística de los campesinos hacia el guerrillero (lo cual siempre me produjo envidia: yo no la sentí, ni ahí ni en ninguna otra parte de Vallegrande, apenas legítima estrategia de supervivencia, servicio al turismo revolucionario: ¿Qué quiere saber y cuánto me paga por la historia? Y uno escucha lo que quiere oír y el otro dice lo que uno quiere escuchar).
Escribo esto porque en el 40 aniversario de su muerte, muchas de las miles de publicaciones que se sucedieron en el mundo hicieron énfasis en el Che antes del mito (como si esto pudiera hacerse, o mejor, como si esto no fuera más que otra forma de mitificarlo). Estuvo de moda el abordaje humano, se encargaron de ventilar su vida privada y se buscaron sus dotes como escritor, poeta o amante, quizá sencillamente porque demasiados ya habían demostrado su déficit como militar, político o estratega. La consigna parecería haber sido humanicemos al Che que como político envejece.
Un periodista de la BBC llegó a afirmar que hay tres motivos para entender la vigencia del Che, uno de ellos es que era joven y bello. El héroe de la izquierda mundial, el icono global, la despiadada y fría máquina de matar, el romántico de izquierda que entregó su vida por sus ideas o como quieran llamarlo, da para todo.
El Che por Alborta
¿Qué significa hoy ese Che de carne y hueso que no se cansan de criticar las publicaciones conservadoras? Difícilmente algo que no esté dicho ya en la famosa foto de Alborta en la lavandería, Guevara muerto y con los ojos abiertos, casi sonriente.
¿Qué significa hoy ese Che mítico del que abominan las publicaciones de izquierda? Nada que no se encuentre en el retrato de Korda, el de la boina y la melena (junto a la coca-cola los íconos más reconocible del siglo XX).
De Omar Sharif para acá, el cine siempre se equivocó con el Che, la fotografía fue la única que pudo asumir la densa complejidad del personaje.
Quizá por eso en el siglo XXI, en la era del homo videns, el Che nos resulta anticuado: quien está dispuesto a morir por una idea está dispuesto también a matar, y eso hoy es impresentable… menos en algunos lugares del mundo. Por eso recién hoy, cuarenta años después, uno entiende porque Guevara escogió Bolivia para su aventura, quizá esos cubanos, financiados por Chávez que curan bolivianos, sea la demostración más palpable de que esa elección no fue el error más estrepitoso de su vida.
(Publicado en La Tercera el 12 de octubre de 2007)
¿Qué significa hoy ese Che de carne y hueso que no se cansan de criticar las publicaciones conservadoras? Difícilmente algo que no esté dicho ya en la famosa foto de Alborta en la lavandería, Guevara muerto y con los ojos abiertos, casi sonriente.
¿Qué significa hoy ese Che mítico del que abominan las publicaciones de izquierda? Nada que no se encuentre en el retrato de Korda, el de la boina y la melena (junto a la coca-cola los íconos más reconocible del siglo XX).
De Omar Sharif para acá, el cine siempre se equivocó con el Che, la fotografía fue la única que pudo asumir la densa complejidad del personaje.
Quizá por eso en el siglo XXI, en la era del homo videns, el Che nos resulta anticuado: quien está dispuesto a morir por una idea está dispuesto también a matar, y eso hoy es impresentable… menos en algunos lugares del mundo. Por eso recién hoy, cuarenta años después, uno entiende porque Guevara escogió Bolivia para su aventura, quizá esos cubanos, financiados por Chávez que curan bolivianos, sea la demostración más palpable de que esa elección no fue el error más estrepitoso de su vida.
(Publicado en La Tercera el 12 de octubre de 2007)
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