Por la boca muere el pez

La larga y conflictiva historia diplomática entre Bolivia y Chile, sólo en estos últimos años, cobró dos cónsules al primer país y uno al segundo. En los tres casos y si nos atenemos a las versiones oficiales, por motivos similares: Hablar de más.
Lo cual confirma algunas certezas en el caso boliviano. En primer lugar que los temas que son determinantes para la administración de Evo Morales se manejan sin ningún tipo de intermediarios; es el caso, por ejemplo, de los hidrocarburos, Ministerio por el cual ya han pasado tres personajes de alto renombre en el último año; la Asamblea Constituyente donde la última palabra siempre la tiene el Presidente; o, salvando las distancias, la relación diplomática con Chile. Lo cual debe hacer reflexionar a los especialistas no sobre las contradicciones de Morales (que no las hubo en la destitución de Enrique Pinelo o Roberto Finot), sino sobre la toma de decisiones y su particular forma de ejercicio de la política.
La prioridad que tiene este asunto para el Presidente boliviano se confirma día tras día. La semana pasada, por ejemplo, cuando realizó un viaje relámpago al Perú, país con el que está algo más que distanciado. Ahí no tuvo reparos en soltar graciosas e infelices frases como aquella de que a Alan García lo conocía cuando era más flaco y más antiimperialista, palabras que por supuesto no cayeron nada bien en el gobierno peruano, pero que permiten colegir —si uno quisiera rizar el rizo—, cuál fue la respuesta peruana a los planteamientos marítimos bolivianos.
Por otra parte, si bien la construcción de su liderazgo sindical y político se sustentó en la lucha intransigente para evitar que se venda gas a Chile (lo que costó decenas de muertos y la renuncia de un Presidente), hoy en cambio, es precisamente él quien se muestra más convencido de que puede resolver la cuadratura del círculo.
Como cualquier político boliviano, alberga secretamente el deseo de resolver el principal diferendo sudamericano y pasar a la historia por la puerta grande, por tanto, como todos ellos, está dispuesto a pagar el precio (pero ni un centavo más, y menos por un funcionario de segundo rango). Es que nunca debiera olvidarse el costo político que diariamente tiene que pagar Morales por su política exterior ni dejar de prever cuán abultada es su cuenta corriente.
Finalmente, a diferencia de lo que tradicionalmente se piensa, en justicia hay que decir que si Bolivia tiene algo parecido a una política de Estado ésa es la referida al tema marítimo (¿o usted oyó alguna vez en el último siglo a un presidente, canciller, embajador o cónsul que no reivindicara una salida soberana al mar?). Que esa aspiración sea condimentada por una serie de fórmulas complejas y por la contingencia política, es anecdótico.
Y esto es en lo que no podemos equivocarnos (y donde Roberto Finot erró de medio a medio): Sólo Evo Morales le puede decir a los bolivianos que la soberanía será postergada por asuntos menos trascendentes y más terrenales, sea un enclave, una zona económica especial o un canje territorial; o, paradoja de las paradojas que se le venderá gas a Chile. No sólo es su responsabilidad como Presidente (y su derecho como político), sino que en el mundo real es el único que puede y está dispuesto a hacerlo.

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