La construcción del mito

Bolivia tenía la particularidad de ser desconocida para el mundo (quizá algunos entendidos la asocien a un dudoso récord mundial de golpes de Estado, o a la cocaína, pero poco más). Sin embargo, en el último tiempo esa percepción comienza a cambiar. No a raíz del gas o del experimento social de la Asamblea Constituyente, sino por la construcción mítica de la figura de Evo Morales.
Sin duda se trata de un personaje inusual, casi improbable, no sólo por el hecho de haber nacido en Isallavi, uno de los lugares más pobres del mundo (lugar al que ya ungido como Presidente, declararía Patrimonio Histórico), sino por la forma en que se transformó en el político más exitoso de Bolivia (conjugando felizmente esa rara ecuación entre indigenismo e izquierda, entre etnia y clase que se había olvidado en Latinoamérica).
Sin embargo, en estos días es posible percibir como el relato mediático comienza a transformarse precisamente a partir de su biografía: Morales ya no sólo es un político, un hombre hecho a sí mismo que vence a la adversidad, sino un predestinado. Sólo como ejemplo, su hermano sostiene que el verdadero apellido de los Morales es Catari, de forma que estaría emparentado con los caudillos de las grandes rebeliones indígenas de los siglos XVIII y XIX.
Es que a medida que Morales se ha ido trasladando de las páginas políticas de los diarios a las librerías y a las salas de cine (deificado, satanizado), comprendemos que estamos ante el surgimiento de un fenómeno de dimensión cultural.
Sin querer hacer un recuento sistemático, sólo en los últimos meses se han estrenado dos documentales sobre Morales —entre ellos “Cocalero” de Alejandro Landes—, y se anuncia una biopic de Tonchi Antezana. En librerías chilenas se pueden encontrar dos de la ya casi decena de libros escritos sobre él (“Un tal Evo”, de Darwin Pinto y Roberto Navia; y “Morales y el origen de la izquierda nacionalista” de Fernando Molina).
Libros y audiovisuales que indagan sobre sus escarceos con la política y su formación ideológica, pero también sobre ese talento deportivo que hoy se prueba ante la FIFA, que especulan alrededor de los cobres que tocaba en una banda de música, sobre una supuesta redención existencial en el Chapare y hasta sobre sus dotes amatorias.
De esa copiosa producción lamentablemente han tenido mucha mayor cabida en el panorama mediático y cultural internacional, aquellos discursos que construyen un personaje unidimensional, dicotómico, ajeno a la contingencia, uno en el que su sola biografía personal y racial le permite entrar en el parnaso. Así, lo que haga o deje de hacer simplemente ayuda a consolidar el mito preconcebido: sea el fundacional, aquel que augura un nuevo amanecer para Bolivia, sea el discriminatorio, ese que plantea la imposibilidad de la autonomía indígena.
El problema es que si el personaje de carne y hueso debe estar a la altura de esas circunstancias, el panorama se le complica: en el reino poético pero de trazo grueso y exagerado de la mitología, no tienen mucha cabida el pragmatismo político, la sutileza de los acuerdos o la gris tarea de buscar consensos.

Sergio Molina M. es politólogo boliviano y analista de Imaginaccion Consultores
smolina@imaginaccion.cl

No hay comentarios.: