Corren tiempos de guerra y todo lo demás parece intrascendente (el café de la mañana, el cine de los domingos, el beso casto de buenas noches), las pocas cosas que hacen llevadero nuestro destino, que le dan sentido. Las anécdotas cotidianas son insignificantes frente al drama épico de la matanza, del bombardeo (probable), de la invasión posible, frente al planificado arte de la destrucción. O, aún peor, la soberbia de la intromisión en nuestra vida privada, el espionaje absurdo, el fin de la libertad individual.
Alguien dirá: ¿cómo pueden ser importantes nuestras vidas si otras miles ya no existen (las exterminaron) y muchas más desaparecerán en pocos días cuando se eleve al cielo el humo acre de la batalla? ¿Será posible vivir en una burbuja y alegar que estamos tan lejos del mundo? ¿Será posible no participar militantemente (no criticar la barbarie) y ser dignos al mismo tiempo?
El mundo está a punto de entrar en guerra (tarda porque está fuera de forma), el mundo está a punto de estallar en mil pedazos, uno por cada muerto en Occidente, uno por cada muerto en Oriente. ¿Cuál es la actitud ética, la actitud responsable?, ¿sobre qué debemos escribir? ¿Quién lo sabe? Es fácil llenarse la boca sobre la paz y la dignidad del hombre cuando no esperamos un avión en la oficina ni una bomba en nuestras calles, cuando sabemos que todos volveremos a casa esta noche, cuando nuestros niños escuchan, al despertar, dulces canciones de cuna y no sordas ráfagas de ametralladora.
El mundo está en guerra y las falanges se pertrechan en cuevas y portaaviones, se alistan los combatientes en el desierto y en el mar: el show debe continuar y lo aplaudiremos en nuestra sala, frente a un televisor a colores. Los pájaros de la muerte (civiles y militares) graznan de placer, ya mueven sus entumecidas alas, esperan el prime rate, la hora pico, la cerveza y las pipocas.
Corren tiempos mezquinos: los de una guerra que no es ideológica ni religiosa (nunca lo han sido, nunca lo son). Corren tiempos de guerra sin enemigo: un grupo de fanáticos al frente, delincuentes y asesinos, incapaces de elevarse a la altura de la más insignificante de sus víctimas (nadie debería rebajarse a su condición, disminuirse, corromperse como lentamente lo estamos haciendo al darles un status que no les corresponde). La guerra es demasiado importante para que valga la pena desperdiciarla en ellos.
¿La guerra es el preludio de tiempos de paz o la continuación de una, muy larga, que comenzó hace siglos, cuando Caín mató a su hermano y selló nuestro destino? (todo lo demás es tecnología y ya vimos para lo que sirve).
Nadie critica la guerra, nadie se anima (nadie la quiere). Rechacemos la guerra por inútil (desde el lugar en el que estemos), salvemos lo poco que queda (el café de la mañana, el cine de los domingos, el beso casto de buenas noches), castiguemos a los culpables, cooptemos a los inocentes. Oremos por la paz que todos queremos. La paz que nadie espera.
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