Podría decirse de los resultados electorales en Bolivia, que Evo Morales demostró tener una sólida y envidiable caja de ahorros pero que este mes sobregiró su cuenta corriente. Ganó bien y sigue acumulando poder, pero se equivocó al creer que la autonomía regional no era una reivindicación sentida y anhelada por la mitad de los bolivianos.
También, por supuesto, demuestra otro rasgo de sabiduría popular: no se deben firmar cheques en blanco. Eso graficaron los electores cuando cruzaron su voto y apoyaron al gobierno en la mayor parte de las cosas pero no en ésta.
El apabullante voto favor de las autonomías -pese a la campaña del gobierno- en cuatro de nueve departamentos, es señal de que se asumió la descentralización como pérdida de poder para el gobierno central y como forma de democratización y apertura de la sociedad.
Por eso, el plebiscito realizado por exigencia de Santa Cruz, que presentó decenas de miles de firmas para aprobarlo meses atrás, expresa vitalidad republicana, al igual que la Asamblea Constituyente, la que el propio Morales impulsó mucho antes de ser Presidente. El problema está en creer que ambos instrumentos de participación ciudadana (reales y no retóricos) y sus resultados, son antitéticos, o que uno reemplaza al otro.
En ese sentido, Morales tiene una oportunidad histórica: reconocer, aunque no le guste, la demanda autonómica (aprendiendo del modelo español, por ejemplo), y al mismo tiempo aprovechar su mayoría en la Asamblea Constituyente para profundizar la participación en otras áreas de la vida pública a través del pacto, el diálogo y el consenso... o impulsar una en desmedro de la otra, buscando algún resquicio legal para mantener el centralismo e imponer su concepción del mundo pugnando por mantener la hegemonía, que genera y mantiene el poder pero resiente las instituciones.
En ese caso, se olvidaría que democracia también es permitir que cada uno decida sobre sí mismo, sea en su región, en su ciudad o en su vida. En eso consiste. Más que en creer que el Estado central, por más buenas intenciones que tenga, resolverá nuestros problemas.
Morales está ante un disyuntiva histórica, ser el líder que transformó a Bolivia y permitió el desarrollo desde la periferia (nada menos que él, quien proviene de los márgenes no sólo regionales sino sociales y étnicos), o el líder de un gobierno populista que simplemente buscó eternizarse en el poder y del que la historia se acordará como otro esfuerzo fracasado de las mayorías nacionales bolivianas, tan desprotegidas y abandonadas.
Para no ser tan solemnes y utilizar un metáfora futbolística, ser como Ronaldiho para las brasileños de quien esperaban tanto y dio tan poco, o como Zidane para los franceses a quien nadie venía venir pero que de pronto apareció y sorprendió a todos.
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