Si algo nos enseña la situación política internacional, es que no hay nada más saludable que el diálogo. Sobre todo si éste deja de lado los discursos circulares y auto referentes y comienza a tener una semántica común.
Que por primera vez haya una agenda compartida entre Chile y Bolivia es un cambio cualitativo que satisface a ambas partes. A Chile porque mantiene la discusión en el marco bilateral y según lo acordado previamente, y a Bolivia porque ahora la cuestión marítima y el agua -clave para Potosí y el norte chileno-, están nuevamente en el tapete. De ahora en adelante la cuestión se centrará en énfasis e interpretaciones pero no en significados... y, por supuesto, en enfrentar adecuadamente a los fastidiosos duendecillos de la contingencia.
Hoy lo que deja sin dormir a los bolivianos es la Asamblea Constituyente y los conflictos regionales por autonomía, lo que puede conducir a un escenario de confrontación interna según los pesimistas o a uno de reconciliación nacional como afirman los más optimistas.
En Chile también hay fuertes ruidos de interferencia. La política exterior de Michelle Bachelet está en entredicho para tirios y troyanos sobre todo después de las dificultades que enfrenta su gobierno con el de Néstor Kirchner. Ergo, lo que podría ser apertura al diálogo con Bolivia es leído por muchos como otra señal de debilidad, acusación que toca la fibra más sensible de la Presidenta, quien sale de una crisis de gabinete y enfrenta duras críticas de sus aliados y de la oposición por no tener un relato global que seduzca a sus ciudadanos.
En una coyuntura así, el peligro está en que se desande lo avanzado con actitudes intransigentes y maximalistas (parte del "huayralevismo" altoperuano que tanto criticaban los intelectuales más lúcidos bolivianos), o golpeando la mesa para dar una señal de autoridad (como gustan hacer algunos políticos chilenos), lo que en asuntos diplomáticos sólo es bien visto por compatriotas y correligionarios.
Si ya la cumbre del MERCOSUR era complicada para Bachelet porque debía discutir el aumento del precio del gas argentino (asunto en el cual Bolivia jugó un papel determinante) y el de los combustibles en zonas fronterizas, hoy su agenda internacional tiene otro frente complejo: el diálogo con Morales y la respuesta que tendrá que dar a sus reiteradas invitaciones para visitar Sucre el 6 de agosto próximo y asistir a la inauguración de la Asamblea Constituyente, el proyecto estrella del Presidente boliviano por refundacional y hegemónico. Invitación a la cual responderá con un sí, lo que podría ser leído en Chile como una concesión innecesaria; o con un no, monosílabo que sería interpretado en La Paz casi como un desplante.
Una Cumbre, entonces, acorde a esta era de diplomacia presidencial, donde -como ocurre en todos los mecanismos regionales de integración- las bilaterales son más importantes que las plenarias, en la que Kirchner y Morales juegan de locales, y en la cual los mandatarios, además de sonreír para la foto, tendrán que demostrar la muñeca que tienen para conducir en caminos de cornisa, ripiosos y escarpados.
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