El MERCOSUR es lo más parecido a un paciente bipolar que pueda describir un psiquiatra: Desfallece y renace con tanta facilidad como el ser mitológico aquél, y se revitaliza sólo dos meses después de haberse visto agonizante. En eso es la institución más auténticamente latina que pueda encontrarse en el mercado (como andina era la CAN y de ahí su destino trágico).
Pero esta capacidad de renacimiento también lleva a dudar de su consistencia y generar pesimistas análisis de políticos de toda la gama democrática, para quienes el ingreso de Hugo Chávez al bloque es casi el contagio de un virus terminal; estas opiniones tienen sólidas y detalladas justificaciones, sin duda, pero hay que agregar a ellas que con el ingreso de los venezolanos, el MERCOSUR agrupa actualmente casi el 80% del PBI de América del Sur y que, además, si es cierta la disposición de México de integrarse, se convertirá en uno de los mecanismos de integración más importantes del mundo sólo por su peso específico antes que por sus (des) aciertos políticos o económicos.
Los próximos seis meses, el MERCOSUR atravesará una nueva etapa, menos ciclotímica esta vez, porque estará bajo la presidencia brasileña, y seguramente entonces Lula centrara su atención en el tema energético y en la incorporación plena de Bolivia al bloque. Si bien es cierto que el brasileño puede no ser el más feliz de los presidentes luego del acuerdo con Cuba o del ingreso de Venezuela (pergeñado en su integridad durante la presidencia de la Argentina), firmó ambos cheques en un guiño a sus electores de izquierda a meses de tener que renovar credenciales democráticas. Más adelante tendrá tiempo para imponer la cordura y moderar la retórica.
Por tanto es apresurado pensar que alguno de sus países miembros no seguirá apostando con todas sus fuerzas al MERCOSUR, o que Brasil pueda (o deje de ser) su actor principal. Como antaño y en el futuro, las decisiones importantes del bloque pasarán por ese país... en acuerdo con la Argentina, eje que es su razón de ser, y que difícilmente pueda ser desplazado por otro (uno caraqueño, por ejemplo), si éste se encuentra engrasado y en sintonía (y parece que lo estará por varios años más según todas las encuestas electorales).
Ahora bien, la complejidad del escenario no radica en la retórica de izquierda simbolizada en ese Fidel Castro ya en decadencia plena, preso de un autoritarismo senil que lo asemeja a un rock star antes que a un político (y, se sabe, a las estrellas se les permite todo porque sólo afectan la vida de sus fanáticos); sino en las variables políticas y sociales incorporadas el fin de semana pasado a la ya de por sí difícil dimensión económica que también tuvo sus bemoles: El reconocimiento de las asimetrías entre países; la integración de Bolivia, Paraguay, y Uruguay a los proyectos energéticos de los tres grandes del bloque; y la casi segura creación de un banco de financiamiento regional.
Variables entonces que pueden hacer morir al MERCOSUR varias veces más en el futuro, pero que no evitarán que renazca como parte ineludible de la integración regional, más aún si EEUU continúa con el foco puesto a muchos miles de kilómetros de distancia.
Cumbre borrascosa
Si algo nos enseña la situación política internacional, es que no hay nada más saludable que el diálogo. Sobre todo si éste deja de lado los discursos circulares y auto referentes y comienza a tener una semántica común.
Que por primera vez haya una agenda compartida entre Chile y Bolivia es un cambio cualitativo que satisface a ambas partes. A Chile porque mantiene la discusión en el marco bilateral y según lo acordado previamente, y a Bolivia porque ahora la cuestión marítima y el agua -clave para Potosí y el norte chileno-, están nuevamente en el tapete. De ahora en adelante la cuestión se centrará en énfasis e interpretaciones pero no en significados... y, por supuesto, en enfrentar adecuadamente a los fastidiosos duendecillos de la contingencia.
Hoy lo que deja sin dormir a los bolivianos es la Asamblea Constituyente y los conflictos regionales por autonomía, lo que puede conducir a un escenario de confrontación interna según los pesimistas o a uno de reconciliación nacional como afirman los más optimistas.
En Chile también hay fuertes ruidos de interferencia. La política exterior de Michelle Bachelet está en entredicho para tirios y troyanos sobre todo después de las dificultades que enfrenta su gobierno con el de Néstor Kirchner. Ergo, lo que podría ser apertura al diálogo con Bolivia es leído por muchos como otra señal de debilidad, acusación que toca la fibra más sensible de la Presidenta, quien sale de una crisis de gabinete y enfrenta duras críticas de sus aliados y de la oposición por no tener un relato global que seduzca a sus ciudadanos.
En una coyuntura así, el peligro está en que se desande lo avanzado con actitudes intransigentes y maximalistas (parte del "huayralevismo" altoperuano que tanto criticaban los intelectuales más lúcidos bolivianos), o golpeando la mesa para dar una señal de autoridad (como gustan hacer algunos políticos chilenos), lo que en asuntos diplomáticos sólo es bien visto por compatriotas y correligionarios.
Si ya la cumbre del MERCOSUR era complicada para Bachelet porque debía discutir el aumento del precio del gas argentino (asunto en el cual Bolivia jugó un papel determinante) y el de los combustibles en zonas fronterizas, hoy su agenda internacional tiene otro frente complejo: el diálogo con Morales y la respuesta que tendrá que dar a sus reiteradas invitaciones para visitar Sucre el 6 de agosto próximo y asistir a la inauguración de la Asamblea Constituyente, el proyecto estrella del Presidente boliviano por refundacional y hegemónico. Invitación a la cual responderá con un sí, lo que podría ser leído en Chile como una concesión innecesaria; o con un no, monosílabo que sería interpretado en La Paz casi como un desplante.
Una Cumbre, entonces, acorde a esta era de diplomacia presidencial, donde -como ocurre en todos los mecanismos regionales de integración- las bilaterales son más importantes que las plenarias, en la que Kirchner y Morales juegan de locales, y en la cual los mandatarios, además de sonreír para la foto, tendrán que demostrar la muñeca que tienen para conducir en caminos de cornisa, ripiosos y escarpados.
Que por primera vez haya una agenda compartida entre Chile y Bolivia es un cambio cualitativo que satisface a ambas partes. A Chile porque mantiene la discusión en el marco bilateral y según lo acordado previamente, y a Bolivia porque ahora la cuestión marítima y el agua -clave para Potosí y el norte chileno-, están nuevamente en el tapete. De ahora en adelante la cuestión se centrará en énfasis e interpretaciones pero no en significados... y, por supuesto, en enfrentar adecuadamente a los fastidiosos duendecillos de la contingencia.
Hoy lo que deja sin dormir a los bolivianos es la Asamblea Constituyente y los conflictos regionales por autonomía, lo que puede conducir a un escenario de confrontación interna según los pesimistas o a uno de reconciliación nacional como afirman los más optimistas.
En Chile también hay fuertes ruidos de interferencia. La política exterior de Michelle Bachelet está en entredicho para tirios y troyanos sobre todo después de las dificultades que enfrenta su gobierno con el de Néstor Kirchner. Ergo, lo que podría ser apertura al diálogo con Bolivia es leído por muchos como otra señal de debilidad, acusación que toca la fibra más sensible de la Presidenta, quien sale de una crisis de gabinete y enfrenta duras críticas de sus aliados y de la oposición por no tener un relato global que seduzca a sus ciudadanos.
En una coyuntura así, el peligro está en que se desande lo avanzado con actitudes intransigentes y maximalistas (parte del "huayralevismo" altoperuano que tanto criticaban los intelectuales más lúcidos bolivianos), o golpeando la mesa para dar una señal de autoridad (como gustan hacer algunos políticos chilenos), lo que en asuntos diplomáticos sólo es bien visto por compatriotas y correligionarios.
Si ya la cumbre del MERCOSUR era complicada para Bachelet porque debía discutir el aumento del precio del gas argentino (asunto en el cual Bolivia jugó un papel determinante) y el de los combustibles en zonas fronterizas, hoy su agenda internacional tiene otro frente complejo: el diálogo con Morales y la respuesta que tendrá que dar a sus reiteradas invitaciones para visitar Sucre el 6 de agosto próximo y asistir a la inauguración de la Asamblea Constituyente, el proyecto estrella del Presidente boliviano por refundacional y hegemónico. Invitación a la cual responderá con un sí, lo que podría ser leído en Chile como una concesión innecesaria; o con un no, monosílabo que sería interpretado en La Paz casi como un desplante.
Una Cumbre, entonces, acorde a esta era de diplomacia presidencial, donde -como ocurre en todos los mecanismos regionales de integración- las bilaterales son más importantes que las plenarias, en la que Kirchner y Morales juegan de locales, y en la cual los mandatarios, además de sonreír para la foto, tendrán que demostrar la muñeca que tienen para conducir en caminos de cornisa, ripiosos y escarpados.
Evo: ¿Ronaldinho o Zidane?
Podría decirse de los resultados electorales en Bolivia, que Evo Morales demostró tener una sólida y envidiable caja de ahorros pero que este mes sobregiró su cuenta corriente. Ganó bien y sigue acumulando poder, pero se equivocó al creer que la autonomía regional no era una reivindicación sentida y anhelada por la mitad de los bolivianos.
También, por supuesto, demuestra otro rasgo de sabiduría popular: no se deben firmar cheques en blanco. Eso graficaron los electores cuando cruzaron su voto y apoyaron al gobierno en la mayor parte de las cosas pero no en ésta.
El apabullante voto favor de las autonomías -pese a la campaña del gobierno- en cuatro de nueve departamentos, es señal de que se asumió la descentralización como pérdida de poder para el gobierno central y como forma de democratización y apertura de la sociedad.
Por eso, el plebiscito realizado por exigencia de Santa Cruz, que presentó decenas de miles de firmas para aprobarlo meses atrás, expresa vitalidad republicana, al igual que la Asamblea Constituyente, la que el propio Morales impulsó mucho antes de ser Presidente. El problema está en creer que ambos instrumentos de participación ciudadana (reales y no retóricos) y sus resultados, son antitéticos, o que uno reemplaza al otro.
En ese sentido, Morales tiene una oportunidad histórica: reconocer, aunque no le guste, la demanda autonómica (aprendiendo del modelo español, por ejemplo), y al mismo tiempo aprovechar su mayoría en la Asamblea Constituyente para profundizar la participación en otras áreas de la vida pública a través del pacto, el diálogo y el consenso... o impulsar una en desmedro de la otra, buscando algún resquicio legal para mantener el centralismo e imponer su concepción del mundo pugnando por mantener la hegemonía, que genera y mantiene el poder pero resiente las instituciones.
En ese caso, se olvidaría que democracia también es permitir que cada uno decida sobre sí mismo, sea en su región, en su ciudad o en su vida. En eso consiste. Más que en creer que el Estado central, por más buenas intenciones que tenga, resolverá nuestros problemas.
Morales está ante un disyuntiva histórica, ser el líder que transformó a Bolivia y permitió el desarrollo desde la periferia (nada menos que él, quien proviene de los márgenes no sólo regionales sino sociales y étnicos), o el líder de un gobierno populista que simplemente buscó eternizarse en el poder y del que la historia se acordará como otro esfuerzo fracasado de las mayorías nacionales bolivianas, tan desprotegidas y abandonadas.
Para no ser tan solemnes y utilizar un metáfora futbolística, ser como Ronaldiho para las brasileños de quien esperaban tanto y dio tan poco, o como Zidane para los franceses a quien nadie venía venir pero que de pronto apareció y sorprendió a todos.
También, por supuesto, demuestra otro rasgo de sabiduría popular: no se deben firmar cheques en blanco. Eso graficaron los electores cuando cruzaron su voto y apoyaron al gobierno en la mayor parte de las cosas pero no en ésta.
El apabullante voto favor de las autonomías -pese a la campaña del gobierno- en cuatro de nueve departamentos, es señal de que se asumió la descentralización como pérdida de poder para el gobierno central y como forma de democratización y apertura de la sociedad.
Por eso, el plebiscito realizado por exigencia de Santa Cruz, que presentó decenas de miles de firmas para aprobarlo meses atrás, expresa vitalidad republicana, al igual que la Asamblea Constituyente, la que el propio Morales impulsó mucho antes de ser Presidente. El problema está en creer que ambos instrumentos de participación ciudadana (reales y no retóricos) y sus resultados, son antitéticos, o que uno reemplaza al otro.
En ese sentido, Morales tiene una oportunidad histórica: reconocer, aunque no le guste, la demanda autonómica (aprendiendo del modelo español, por ejemplo), y al mismo tiempo aprovechar su mayoría en la Asamblea Constituyente para profundizar la participación en otras áreas de la vida pública a través del pacto, el diálogo y el consenso... o impulsar una en desmedro de la otra, buscando algún resquicio legal para mantener el centralismo e imponer su concepción del mundo pugnando por mantener la hegemonía, que genera y mantiene el poder pero resiente las instituciones.
En ese caso, se olvidaría que democracia también es permitir que cada uno decida sobre sí mismo, sea en su región, en su ciudad o en su vida. En eso consiste. Más que en creer que el Estado central, por más buenas intenciones que tenga, resolverá nuestros problemas.
Morales está ante un disyuntiva histórica, ser el líder que transformó a Bolivia y permitió el desarrollo desde la periferia (nada menos que él, quien proviene de los márgenes no sólo regionales sino sociales y étnicos), o el líder de un gobierno populista que simplemente buscó eternizarse en el poder y del que la historia se acordará como otro esfuerzo fracasado de las mayorías nacionales bolivianas, tan desprotegidas y abandonadas.
Para no ser tan solemnes y utilizar un metáfora futbolística, ser como Ronaldiho para las brasileños de quien esperaban tanto y dio tan poco, o como Zidane para los franceses a quien nadie venía venir pero que de pronto apareció y sorprendió a todos.
La agridulce victoria de Evo Morales
Las elecciones para elegir constituyentes en Bolivia dieron más de una sorpresa.
Si bien el oficialismo mantuvo la votación que había logrado en las presidenciales pasadas y la oposición continúa fragmentada, a diferencia de diciembre de 2005, las expectativas de Morales eran mucho mayores al resultado que finalmente obtuvo; si el MAS esperaba dos tercios de los votos, ayer "apenas" laogró algo más del 50%.
Lo que podría haber sido un plebiscito para confirmar la popularidad de Morales y para ratificar el respaldo a sus políticas, se enfrentó, por culpa del exceso de confianza y de la sensación de que su poder es inagotable y absoluto, a un revés impensado producto de que hace unas semanas tomó una de las decisiones más arriesgadas y quizá más equivocadas de su gestión.
Es que no sólo se votó para elegir constituyentes sino que se realizó un referéndum para aprobar o rechazar las autonomías departamentales, una reivindicación cara a las regiones no occidentales de Bolivia y que representa no sólo a las élites sino que es un anhelo mayoritario de quienes viven en la periferia del país.
Morales equivocadamente identificó esa demanda con las de la oligarquía y, en lugar de apoyarla, como prometió en un principio, o abstenerse como dijo después, decidió oponerse a ella, y hasta amenazó con desconocer el carácter vinculante de la consulta.
Pese a ello, en cuatro de las nueve regiones bolivianas triunfó abrumadoramente la votación por el Sí. Este traspié gubernamental llevó a los voceros de gobierno a hacer malabarismos verbales para justificar que su desazón no era tal.
Estaba claro, sin embargo, que no esperaban un apoyo tan contundente a la autonomía, sobre todo si éste se ha dado en lugares como Santa Cruz y Tarija, dos departamentos claves por su importancia económica y energética.
Si el gobierno antes de la elección incluso amenazó con desconocer los resultados, anoche se cuidaba de decirlo públicamente porque sintió el golpe y sabe que puede jugar con fuego pero no tan cerca del incendio en un país que siempre vive al borde del abismo y que tiene una disputa regional sólo parecida a la que vivió en el siglo XIX y que convirtió a La Paz en capital de la República en desmedro e Sucre.
De tal forma, la Asamblea Constituyente se verá envuelta no sólo en pugnas ideológicas de variados colores, sino en disputas regionales que si uno mira la historia, son más difíciles de resolver y más traumáticas.
La voluntad democrática de los bolivianos que concurrieron a las urnas, desechando la abstención que tanto temían los analistas, y el cruce de su voto (muchos apoyaron al gobierno en la Constituyente, pero votaron contra él en el referéndum) demuestra su talante democrático, lo que hará más difícil el camino hacia el modelo chavista y plebiscitario de la política en el que está embarcado el régimen.
Es, en resumen, un triunfo de la democracia porque nuevamente en Bolivia llegó la hora de las alianzas y los pactos en busca de los dos tercios de los constituyentes, por ejemplo, para que se apruebe la reelección presidencial que tanto seduce a los asesores del primer mandatario boliviano y a él mismo.
A primera vista parecería que el poder de Morales se vio consolidado apero ayer sufrió más de lo que esperaba y, se sabe, la política es muchas cosas, pero también es cuestión de expectativas.
Si bien el oficialismo mantuvo la votación que había logrado en las presidenciales pasadas y la oposición continúa fragmentada, a diferencia de diciembre de 2005, las expectativas de Morales eran mucho mayores al resultado que finalmente obtuvo; si el MAS esperaba dos tercios de los votos, ayer "apenas" laogró algo más del 50%.
Lo que podría haber sido un plebiscito para confirmar la popularidad de Morales y para ratificar el respaldo a sus políticas, se enfrentó, por culpa del exceso de confianza y de la sensación de que su poder es inagotable y absoluto, a un revés impensado producto de que hace unas semanas tomó una de las decisiones más arriesgadas y quizá más equivocadas de su gestión.
Es que no sólo se votó para elegir constituyentes sino que se realizó un referéndum para aprobar o rechazar las autonomías departamentales, una reivindicación cara a las regiones no occidentales de Bolivia y que representa no sólo a las élites sino que es un anhelo mayoritario de quienes viven en la periferia del país.
Morales equivocadamente identificó esa demanda con las de la oligarquía y, en lugar de apoyarla, como prometió en un principio, o abstenerse como dijo después, decidió oponerse a ella, y hasta amenazó con desconocer el carácter vinculante de la consulta.
Pese a ello, en cuatro de las nueve regiones bolivianas triunfó abrumadoramente la votación por el Sí. Este traspié gubernamental llevó a los voceros de gobierno a hacer malabarismos verbales para justificar que su desazón no era tal.
Estaba claro, sin embargo, que no esperaban un apoyo tan contundente a la autonomía, sobre todo si éste se ha dado en lugares como Santa Cruz y Tarija, dos departamentos claves por su importancia económica y energética.
Si el gobierno antes de la elección incluso amenazó con desconocer los resultados, anoche se cuidaba de decirlo públicamente porque sintió el golpe y sabe que puede jugar con fuego pero no tan cerca del incendio en un país que siempre vive al borde del abismo y que tiene una disputa regional sólo parecida a la que vivió en el siglo XIX y que convirtió a La Paz en capital de la República en desmedro e Sucre.
De tal forma, la Asamblea Constituyente se verá envuelta no sólo en pugnas ideológicas de variados colores, sino en disputas regionales que si uno mira la historia, son más difíciles de resolver y más traumáticas.
La voluntad democrática de los bolivianos que concurrieron a las urnas, desechando la abstención que tanto temían los analistas, y el cruce de su voto (muchos apoyaron al gobierno en la Constituyente, pero votaron contra él en el referéndum) demuestra su talante democrático, lo que hará más difícil el camino hacia el modelo chavista y plebiscitario de la política en el que está embarcado el régimen.
Es, en resumen, un triunfo de la democracia porque nuevamente en Bolivia llegó la hora de las alianzas y los pactos en busca de los dos tercios de los constituyentes, por ejemplo, para que se apruebe la reelección presidencial que tanto seduce a los asesores del primer mandatario boliviano y a él mismo.
A primera vista parecería que el poder de Morales se vio consolidado apero ayer sufrió más de lo que esperaba y, se sabe, la política es muchas cosas, pero también es cuestión de expectativas.
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