Fernando Molina, Premio Rey de España


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Fernando Molina es uno de esos contados iluminados que alguien riega con mezquidad en el mundo. Que uno de ellos haya caído por estos lados tuvo que haber ocurrido o como gesto de desdén contra este pueblo desgraciado de origen o por error del tirano muevefichas de este tablero esférico. Pero cayó acá cerca, como cae un pedazo de roca del espacio. Una rareza.
Y privilegió, el déspota, a otro puñado de vecinos de desierto con su amistad. Yo me cuento entre ellos, desde las madrugadas olor a tinta fresca de la vieja La Razón miraflorina de La Paz. Muchas madrugadas y una que otra noche de Socavón solmateano. ¿O era al revés?
Hoy me enteré que fue galardonado con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España en el apartado Iberoamericano. Y tendría que haberle buscado para brindar con él por su galardón. Pero no lo hice. Y tengo dos razones: La primera, que Santa Cruz y La Paz están aún muy lejos una de otra, y léase en todos los sentidos; y segundo, que Fernando no bebe ni para brindar. De hecho, ya lo imagino en Madrid, de pie, incómodo en un traje elegante, con sus lentes descansando en mitad de nariz, con una copa levantada, mirando fijamente no sé si al Rey Juan Carlos o a Alex Grijelmo, nervioso y tímido como casi todos los días, e impaciente por no saber donde dejar su copa de champán y buscar una de agua.
Así que lo busqué en Facebook. Pero no tiene cuenta. Cómo iba a tenerla! El autócrata regador de excepcionales no necesariamente los hace afines a las redes sociales. Lo cual, en su caso, es una tontería, porque Fernando es un incansable y entretenido conversador.
En fin, ya lo buscaré en mi próximo sobrevuelo por La Paz. Eso es lo que apenas logro hacer últimamente para pena mía. Mientras tanto, comparto con nuestros amigos comunes esta alegría de saber a nuestro Fer Molina cada vez más grande.
Y una precisión final. Creo en Dios, pero en realidad no creo que haya tal tirano administrador de fichas. Fernando, el intelectual, escritor y periodista de 24 horas es la prueba. Él se hizo. Me contaron que una vez lo encontraron duchándose con una mano, y con la otra mano sostenía un libro que leía ansioso. Y no es un mito. Varios de ustedes también han escuchado esta historia en voz de quien lo sorprendió en medio del vapor, cuando él vivía en Calacoto.
Fernando es nuestro orgullo. Sus amigos lo queremos mucho.  (JCR)

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