El triunfo del líder indígena boliviano ha sido inobjetable. Ha ganado no sólo abrumadoramente en sus bastiones tradicionales, sino en lugares que le habían estado vedados y a los cuales hace unos años ni siquiera se animaba a viajar. En resumen, es un triunfo inédito que hace recordar aquellos de la década del 50, durante la Revolución Nacional, quizá el mejor espejo con el que se puede mirar lo que sucede en Bolivia, tanto desde el punto de vista político como económico.
Preliminarmente se puede concluir que la elección de ayer:
a) Confirma la imposición de una nueva hegemonía y el desempate “no catastrófico” que supera la división y la polarización a la que nos había acostumbrado Bolivia.
b) Consolida la derrota de la oposición y el caos en que está sumido el sistema de partidos, dando nacimiento a lo que varios analistas han denominado un “partido de Estado” (el MAS), donde las diferencias entre uno y otro se confunden.
c) Morales con su triunfo consigue el control de todo el aparato estatal y tiene amplia mayoría para nombrar a las autoridades de todos los poderes del Estado, e incluso abre la posibilidad de ser reelecto.
d) Plantea nuevos desafíos sobre el futuro del capitalismo de Estado clásico que ha construido y de su proyecto político, más allá de la reafirmación simbólica inclusiva que el domingo pasado ha demostrado su incombustibilidad.
e) Ratifica el liderazgo con rasgos populistas de Morales, un Presidente teflón al que no se le pega nada, por ejemplo, los problemas de corrupción que enfrentó su gobierno en los últimos cuatro años.
f) Inicia un proceso inédito en Bolivia de autonomías regionales e indígenas sobre las cuales no se sabe mucho aún, pero que seguramente significarán un nuevo rediseño geográfico, económico, político y étnico de consecuencias difíciles de prever.
La nueva composición del Congreso
Con su victoria el MAS controlará la Asamblea Legislativa Plurinacional (Congreso) donde tendrá mayoría absoluta en ambas cámaras y los dos tercios del senado con lo cual podrá designar al Contralor de la República, al Defensor del Pueblo, al Fiscal General, a los vocales electorales y a las autoridades del Tribunal Supremo de Justicia, del Tribunal Constitucional y del Consejo de la Magistratura. Lo cual significa que el Presidente Morales tendrá control de todos los poderes del Estado, incluido el judicial y el electoral.
También podrá reformar la Constitución Política del Estado y lograr la aprobación de la reelección indefinida. Actualmente el vencedor de las elecciones bolivianas puede ser reelegido sólo por una vez (la reelección fue limitada por un artículo transitorio de la Constitución que establece que los mandatos anteriores a la actual Carta Magna también se tomarán en cuenta. Lo que deja momentáneamente fuera a Morales). Sin embargo, el Presidente boliviano, en uno de los puntos oscuros de la jornada electoral, afirmó que este sería su primer periodo, lo cual significaría desconocer su propia Constitución.
Por otra parte, cinco departamentos que no lo habían logrado aún (La Paz, Cochabamba, Oruro, Potosí y Chuquisaca), aprobaron un régimen autonómico, sumándose a los departamentos orientales, con lo cual todas las regiones bolivianas tendrán esta cualidad. Además, en 11 municipios se optó por aprobar autonomías indígenas, sobre las que todavía no hay mucha claridad porque hace falta una ley que certifique su funcionamiento.
Datos duros más allá de lo simbólico
Los votos reflejan lo que dijeron las encuestadoras en todos estos meses: los bolivianos sienten que están mejor que antes y que van a estar aún mejor en el futuro inmediato. Bolivia creció este año un 3,8 por ciento, la tasa más alta de la región.
En estos números influye sin duda el narcotráfico que sigue siendo un tema sobre el cual el gobierno no tiene muchos argumentos más allá de los ideológicos. La oposición y muchos organismos internacionales acusan a Morales de ser excesivamente permisivo con la producción de coca. Para Naciones Unidas, la producción de cocaína se ha mantenido o ha disminuido levemente: en 2004 se estimó en 107 toneladas y en 2006 Bolivia habría producido 94.
A pesar del alto crecimiento económico en el último lustro, la informalidad de la economía sigue siendo tan grande que, como afirma Fernando Gualdoni, hace imposible “consolidar la inclusión social y económica de la mayoría de los 10 millones de bolivianos, entre los que el 60% es pobre y más de la mitad de este porcentaje raya la indigencia”.
Es el éxito del modelo rentista que ha perdurado en Bolivia a lo largo de décadas, desde la Revolución de 1952. Un modelo por el cual los ciudadanos se consideran con derechos sobre las rentas obtenidas de los recursos naturales. De ahí el éxito de los bonos y transferencias directas de dinero que realizó Morales a los bolivianos en los últimos años y que reflejan esta cultura (y parte de su éxito).
Asimismo, la participación del Estado se ha incrementado notablemente a través de nacionalizaciones y la creación de empresas públicas que permitirán que el Estado incremente su participación en el producto bruto interno del 28 al 35 por ciento.
Los hidrocarburos siguen y seguirán siendo el principal sustento de las arcas estatales (más del 50%) luego de que se nacionalizaran en mayo de 2006 y se aumentaran los impuestos a las petroleras, sin embargo, no sólo disminuyó la producción por la mala gestión (lo que restará más de mil millones de dólares al presupuesto general de la nación), sino que ahí es donde radican los principales problemas de corrupción del gobierno: en YPFB hubo cinco presidentes, todos acusados de corrupción y uno de ellos en la cárcel por este motivo.
El desbande opositor
La oposición que sumada apenas supera el 30% de los votos, es un pálido reflejo de aquella que paralizaba al país, que lo dividía y polarizaba y que podía jactarse de controlar la mitad de Bolivia a la que había denominado media luna. Hoy apenas gana en el oriente (Santa Cruz, Beni y Pando), y en este último departamento pelea ajustadamente por la mayoría, por lo que no se puede descontar más sorpresas cuando los votos de los sectores rurales comiencen a llegar en estos días, los cuales favorecen ampliamente a Morales. Pero lo relevante es que el Presidente boliviano tiene casi la mitad de los votos orientales con lo cual su respaldo es nacional y ya no regionalizado como el 2005.
El símbolo de la debacle opositora son los spots de TV con los que hizo campaña en los cuales los partidos no oficialistas daban sus particulares interpretaciones de las encuestas, y sobre qué es lo que ocurriría si el otro, sea Manfred Reyes Villa del Plan Progreso para Bolivia-Convergencia Nacional (PPB-CN); Samuel Doria Medina de Unidad Nacional (UN); o René Joaquino de Alianza Social (AS) renunciaba a su candidatura.
Otra de las acusaciones que la oposición le hizo a Morales fue no querer debatir, (Evo rehuyó el debate sistemáticamente), y que no tiene un plan (lo cual es falso, porque nos guste o no, sí lo tiene).
Todo lo cual es parte de la inanidad en la que había caído la política, que sólo tomó algo de color a través acusaciones de fraude que fueron respondidas por el gobierno con acusaciones más subidas de tono aún, de las que nadie puede dar fe o creer que tengan algún fundamento. Eso sí la judicialización de la campaña y las amenazas con encarcelar a los líderes opositores fueron hechas por el gobierno el calor de la campaña pero también son señales preocupantes sobre el futuro de un régimen con todo el poder en sus manos.
La próxima oportunidad que tendrá la oposición para unirse (o por lo menos para intentar levantar cabeza) será en abril cuando se realice la elección de gobernadores y alcaldes. Pero nadie apuesta mucho a que lo logre.
¿Cuál es el futuro previsible?
Sin la incertidumbre de años anteriores, la discusión en Bolivia corre en otro sentido; se centra más bien en los límites económicos del nacionalismo indigenista, y en la profundización (o no) del orden posneoliberal, que para muchos debería ser la principal herencia de la era Morales.
Pocos dudan de que continúe el capitalismo de Estado, al margen del socialismo del siglo XXI, el ALBA y otras apuestas discursivas. Por tanto, será hora de encontrar las diferencias antes que las coincidencias entre el proceso boliviano y el de otros regímenes como el venezolano.
Asimismo, es probable que en el ámbito internacional se mejore la relación con EEUU (retomando las relaciones diplomáticas), y se continúe la política de apertura hacia Chile siempre en el entendido de que ese tema, más temprano que tarde tendrá que ser confrontado con los logros concretos que se obtengan, lo cual, al margen de quién sea Presidente en Chile, ocasionará reacomodos más tradicionales.
Finalmente, queda responder si lo hecho hasta ahora fue pura catarsis simbólica y discursiva. Por lo pronto nadie puede dudar de la vigencia del proyecto de Morales, de su respaldo popular y de que ahí radica, precisamente, las fortalezas desde las cuales puede proyectarse en el futuro.
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