Sumida en la modorra veraniega pre o post vacacional según; la región se despereza después de la resaca carnavalera o los excesos previos a la cuaresma, y si las interrogantes sobre lo que depara el porvenir a Latinoamérica son mucho mayores que en años pasados, lo que no ha variado es ese manto ideológico que nos diferencia y divide más allá de las costumbres, comida u origen étnico.
Cansado como debe estar del ultraliberalismo, fíjese en otro tipo de anteojeras de moda que no por ir a contramano son menos entretenidas. Blanco y negro, cierto, pero también gris como el de sociedades en transición a las cual les está yendo tan bien que, presas del éxito, se están volviendo insoportables (como decía alguien en broma: “si vuelvo a escuchar a un peruano hablar sobre los espárragos o a un argentino sobre el vino me suicido”).
Pero volvamos a las ideologías extremas. Algunas pueden ser engañosas y vienen con amenazas, como la de suspender la venta de petróleo venezolano a EEUU, algo que por improbable se vuelve gracioso. Se podrá pensar cualquier cosa de Chávez menos que sea capaz de cortarse las alas a sí mismo, sobre todo ahora que ya no puede darse el lujo de más fiascos después de su rutilante operación con las FARC.
O pueden ser tan poderosas que se vuelven despiadadas: en Bolivia la mitad del país está bajo las aguas y Trinidad, la principal ciudad de la amazonía boliviana, está a punto de ser evacuada, pero el gobierno aún no la declara zona de desastre porque las víctimas de las fuerzas naturales no comulgan con su credo.
Y, finalmente, sólo como pasatiempo veraniego, el mejor ejemplo para comprender esas anteojeras: las librerías de la región. Si en sociedades como la chilena destacan los lanzamientos de horóscopos, placebos o vías alternativas a la felicidad y los libros de política son confinados a las mesas de saldos o a las librerías de viejo; en países andinos el marxismo tiene una actualidad rabiosa. Eso sí, no sólo aquellos clásicos de la desaparecida editorial Progreso sino ediciones de autores muy sofisticados, casi exquisitos como Negri o Laclau (a quienes la vicepresidencia boliviana invitó a sendas conferencias en los últimos meses, parecidas a las sesiones que antaño protagonizaba Ricardo Lagos en el patio de Los Naranjos, sólo que éstas en rojo cereza).
Librerías aquéllas, donde escasean las loas a la globalización pero abundan los ensayos políticos autóctonos, tantos y tan variados que harían babear a cualquier digno librero en cualquier parte del mundo. En cambio, aquellos escritores líquidos, integrados y post que son grito y plata en algunas ciudades, en otras se empolvan en los estantes cercanos a las novelas: ¿qué puede decirle alguien que habla del consumo en sociedades postindustriales o de la velocidad como representación social, en países donde no hay ni lo uno ni lo otro?
Y entre libros de ficción se entreveran las noticias de los periódicos latinoamericanos empapados de economía en crisis y delincuencia algunos, nostálgicos de la Guerra Fría otros, vea sino las recientes disculpas de un embajador norteño por las declaraciones públicas de uno de sus agentes que, por bocón, fue repatriado a Langley sin derecho a indulto; amén de la internacional reaccionaria que dicen haber descubierto entre las oligarquías de Guayaquil y Santa Cruz y de la cual sólo se tenía antecedentes en Le Carré, sólo que esta vez el espía no vino del frío sino de un calor agobiante.
En fin, hoy por hoy lo único que nos une a los latinoamericanos son la religión y el carnaval o ya ni eso, que entre las canciones evangélicas sonando en todos los rincones continentales y las disputas por la paternidad de la diablada y la cueca, ni ellas se salvan. Mientras tanto sólo nos resta elegir entre ser liberales ultramontanos o revolucionarios decimonónicos y entonces que Dios nos pille en vacaciones.
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