El 22 de enero de 2006 Evo Morales asumía el poder luego de una aplastante victoria electoral inédita para la democracia boliviana. Su dramática biografía parecía en ese entonces la concreción del sueño americano made in Bolivia (cualquier niño sin importar su raza, color o condición social puede ser Presidente de la República). El país más excluyente de América Latina iba a ser gobernado por uno de sus excluidos.
Dos promesas le dieron la victoria: retornar los recursos del gas a los bolivianos y convocar a una Asamblea Constituyente que rediseñaría el Estado. Meses después, el 1° de mayo de 2006, Morales cumplía parte de su oferta y obligaba a las empresas petroleras a firmar nuevos contratos y a pagar más impuestos. Los ingresos mejoraron ostensiblemente, lo que coadyuvó a que la economía haya tenido un desempeño excepcional, como gran parte de la región: creció a un promedio de 4% y ha duplicado el monto de sus exportaciones (siempre guardando las proporciones: la economía boliviana es 14 veces más pequeña que la de Chile). Sin embargo, por falta de inversión (la más baja después de Haití) no puede cumplir satisfactoriamente ni siquiera sus contratos de exportación de gas a Brasil o a la Argentina.
Morales también convocó a una Asamblea Constituyente y aprobó un nuevo proyecto constitucional, pero nunca previó que esas acciones y en general todas las de su gobierno —fuertemente centralista y estatista—, provocarían una rebelión regional en demanda de autonomía y mayores competencias que prácticamente dividiría al país geográfica y políticamente.
Arrinconado y sin aire, a finales del año pasado el gobierno retomó la ofensiva con el recorte de los ingresos de los impuestos del gas a las regiones; y la decisión de convocar a un referéndum revocatorio (de su mandato y el de los prefectos regionales) a través del cual el oficialismo confía en ganar más de una prefectura hoy en manos de la oposición.
En el ámbito de las relaciones internacionales, Morales tiene en el debe su altísima relación de dependencia con Venezuela, pero en el haber un logro indiscutible: desdramatizar las relaciones con Chile, negociar al margen de los medios y poniendo entre paréntesis el tema de la soberanía. Sin embargo, el impulso inicial que llevó a un optimismo exagerado a muchos analistas, se ha moderado, no sólo por el impasse entre Perú y Chile sino por la situación interna y electoral de éste último país.
Tras dos años de gobierno Morales goza de una notable popularidad pero la opinión pública, según todas las encuestas serias, exige negociar con los opositores y rechaza la violencia. Por ello, el propio Presidente se ha visto obligado a convocar a un diálogo a los prefectos que se inició de forma auspiciosa pero que hoy pende de un hilo: no es posible solucionar ni el recorte de ingresos ni compatibilizar el proyecto constitucional con las autonomías regionales. Si todo fracasa, ya se sabe: referéndum revocatorio.
Aún falta para eso, por el momento la principal preocupación gubernamental es conversar para disminuir la presión opositora… y la de todos los demás saber si los contendientes son capaces de superar a sus consejeros más extremos que plantean el problema en términos raciales en un país profundamente mestizo que ha sabido mantener su unidad en base a esa certeza.
En caso contrario, muy probablemente los tres años que le quedan en el poder se conviertan en una larga y crispada campaña electoral para medir fuerzas entre el oficialismo y las élites regionales. Mejor que la violencia, cierto, pero lejos de la estabilidad necesaria para mejorar las condiciones de vida e incluir a todos los bolivianos en un proyecto común, sin distinción racial o regional alguna.
(Publicado en La Tercera el 22 de enero de 2008)
Indígenas: la prueba de fuego
La explosión del tiempo y el espacio, la atomización del pensamiento y la incertidumbre que muchos asocian a la modernidad tardía (o líquida para usar la expresión de moda) y, sobre todo, la caída en desgracia del marxismo, la gran ideología ordenadora de los movimientos contestatarios, dio paso al resurgimiento de otros movimientos y grupos menos grandilocuentes pero más efectivos.
Frente al gran sello homogenizador de una época que nos convierte a todos en ciudadanos o consumidores, explota la diferencia. Frente a una sola identidad que nos determina y que permite el surgimiento del fundamentalismo o la xenofobia: el nacimiento de lo “pluri”, de lo “multi”. Gays en política, mujeres presidentas, negros que quieren serlo, en fin, elogio de la diferencia.
Ahora bien, en Latinoamérica una de las particulares formas de enfrentar esa modernidad inconclusa fue el resurgimiento de los movimientos contestatarios indianistas que buscaban amparo en el único lugar seguro que quedaba en el mundo globalizado: el pasado, comunitario, ancestral, telúrico… idealizado (allá ellos, otros lo buscan en el yoga o en las flores de Bach e igual de contentos).
Lamentablemente también surgieron aquellos que tienen a la identidad étnica no sólo como complemento sino como definición y que quieren eliminar la incertidumbre a balazos, lo cual, como se sabe, no es posible. Primero porque es ilegal (hoy se reivindicará la diferencia pero también, no hay que olvidarlo, ciertos progresos universales: la igualdad ante la ley, entre ellos), y segundo porque volver atrás sólo en la imaginación de H.G. Wells.
En los países desarrollados y en aquellos que mantienen incólume su Estado nación son movimientos apenas marginales y minúsculos, por el contrario, en lugares donde la fragilidad muestra la cara más perversa del capitalismo, cobran fuerza inusitada: en Bolivia, por ejemplo, o en ciertas zonas de Perú, o en el Ecuador o el Chiapas de hace algunos años.
Sin embargo, los movimientos indianistas de América Latina han tenido mucho más éxito cuando en lugar de intentar destruir la modernidad con la acción directa han buscado aliarse a ella (a través del pacto político y la negociación democrática); o cuando se entroncan con movimientos ciudadanos de distinta índole como el medio ambiental o el de los derechos humanos. En Chile, por ejemplo, a veces son más exitosos los indígenas en el norte del país porque se alían a las organizaciones ecologistas y de vez en cuando ponen en jaque las grandes empresas que se ven obligadas a negociar con ellos.
Ahora bien, en tanto no puedan acceder a esa modernidad con la que se enfrentan, mientras sean marginados por la elite política, económica y étnica, más acciones desesperadas veremos y más peligro habrá de que todos ellos se conviertan en grupos violentos, que no derrocarán gobiernos pero provocarán desazón en todos nosotros.
Incorporarlos en cambio implica otra cosa. Desde acciones tan elementales como la aprobación del estatuto 169 de la OIT sobre pueblos indígenas (aprobado en gran parte de Latinoamérica pero no en Chile) o la discusión en profundidad la reciente Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas; hasta tomar las decisiones más difíciles: dar trabajo digno.
En la resolución del conflicto mapuche se pone a prueba la fortaleza del Estado chileno, no para reprimir (que cualquier país bananero hace eso, y mucho mejor) sino para incorporar y respetar la diferencia, porque somos ciudadanos, pero también hinchas de Colo Colo o extranjeros, blancos o mapuches, lectores de El Mercurio o de la Tercera, y esa diversidad es la que complementa y enriquece.
Los Estados (y los indígenas) que así lo han entendido son los que sin olvidar su pasado tienen el futuro por delante.
Frente al gran sello homogenizador de una época que nos convierte a todos en ciudadanos o consumidores, explota la diferencia. Frente a una sola identidad que nos determina y que permite el surgimiento del fundamentalismo o la xenofobia: el nacimiento de lo “pluri”, de lo “multi”. Gays en política, mujeres presidentas, negros que quieren serlo, en fin, elogio de la diferencia.
Ahora bien, en Latinoamérica una de las particulares formas de enfrentar esa modernidad inconclusa fue el resurgimiento de los movimientos contestatarios indianistas que buscaban amparo en el único lugar seguro que quedaba en el mundo globalizado: el pasado, comunitario, ancestral, telúrico… idealizado (allá ellos, otros lo buscan en el yoga o en las flores de Bach e igual de contentos).
Lamentablemente también surgieron aquellos que tienen a la identidad étnica no sólo como complemento sino como definición y que quieren eliminar la incertidumbre a balazos, lo cual, como se sabe, no es posible. Primero porque es ilegal (hoy se reivindicará la diferencia pero también, no hay que olvidarlo, ciertos progresos universales: la igualdad ante la ley, entre ellos), y segundo porque volver atrás sólo en la imaginación de H.G. Wells.
En los países desarrollados y en aquellos que mantienen incólume su Estado nación son movimientos apenas marginales y minúsculos, por el contrario, en lugares donde la fragilidad muestra la cara más perversa del capitalismo, cobran fuerza inusitada: en Bolivia, por ejemplo, o en ciertas zonas de Perú, o en el Ecuador o el Chiapas de hace algunos años.
Sin embargo, los movimientos indianistas de América Latina han tenido mucho más éxito cuando en lugar de intentar destruir la modernidad con la acción directa han buscado aliarse a ella (a través del pacto político y la negociación democrática); o cuando se entroncan con movimientos ciudadanos de distinta índole como el medio ambiental o el de los derechos humanos. En Chile, por ejemplo, a veces son más exitosos los indígenas en el norte del país porque se alían a las organizaciones ecologistas y de vez en cuando ponen en jaque las grandes empresas que se ven obligadas a negociar con ellos.
Ahora bien, en tanto no puedan acceder a esa modernidad con la que se enfrentan, mientras sean marginados por la elite política, económica y étnica, más acciones desesperadas veremos y más peligro habrá de que todos ellos se conviertan en grupos violentos, que no derrocarán gobiernos pero provocarán desazón en todos nosotros.
Incorporarlos en cambio implica otra cosa. Desde acciones tan elementales como la aprobación del estatuto 169 de la OIT sobre pueblos indígenas (aprobado en gran parte de Latinoamérica pero no en Chile) o la discusión en profundidad la reciente Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas; hasta tomar las decisiones más difíciles: dar trabajo digno.
En la resolución del conflicto mapuche se pone a prueba la fortaleza del Estado chileno, no para reprimir (que cualquier país bananero hace eso, y mucho mejor) sino para incorporar y respetar la diferencia, porque somos ciudadanos, pero también hinchas de Colo Colo o extranjeros, blancos o mapuches, lectores de El Mercurio o de la Tercera, y esa diversidad es la que complementa y enriquece.
Los Estados (y los indígenas) que así lo han entendido son los que sin olvidar su pasado tienen el futuro por delante.
De vuelta
Después de una larga vacación de nuevo en el ciberespacio.
Año difícil el que nos toca pero nadie debe dudar de que será mejor que el anterior.
Alguien decía: mejor que ayer y peor que mañana.
Para hoy simplemente copiar un fragmento de una novela muy recomendable "El Regreso" de Bernhard Schlink. El párrafo en cuestión refiere a la reunificación de 1989, y por qué el personaje cree que no habría ajuste de cuentas entre ambas Alemanias:
"La única razón por la que Ulises al regresar a su hogar mató a los pretendientes y ahorcó a las criadas que habían mantenido relaciones con ellos es que él no se quedó allí. Siguió su camino. Si uno desea quedarse, es preciso que todos se pongan de acuerdo, evitando las venganzas. ¿No es cierto que en América no hubo venganzas después de la guerra civil? La razón es que, después de la secesión, América volvió a casa para quedarse. Si alemania vuleve a casa, también será para quedarse".
Año difícil el que nos toca pero nadie debe dudar de que será mejor que el anterior.
Alguien decía: mejor que ayer y peor que mañana.
Para hoy simplemente copiar un fragmento de una novela muy recomendable "El Regreso" de Bernhard Schlink. El párrafo en cuestión refiere a la reunificación de 1989, y por qué el personaje cree que no habría ajuste de cuentas entre ambas Alemanias:
"La única razón por la que Ulises al regresar a su hogar mató a los pretendientes y ahorcó a las criadas que habían mantenido relaciones con ellos es que él no se quedó allí. Siguió su camino. Si uno desea quedarse, es preciso que todos se pongan de acuerdo, evitando las venganzas. ¿No es cierto que en América no hubo venganzas después de la guerra civil? La razón es que, después de la secesión, América volvió a casa para quedarse. Si alemania vuleve a casa, también será para quedarse".
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