Cumbre, cima, cresta

En una famosa y añeja foto se ve a Churchill, Stalin y Roosevelt viejos y cansados repartiéndose países como si fueran fichas de dominó. Fue en Yalta en 1945 y la II Guerra Mundial estaba a punto de concluir. Desde entonces hasta ahora las cumbres presidenciales han perdido encanto y glamour.
Cierto que antaño reunir presidentes no era tarea fácil, y que hoy el fin del tiempo y del espacio hace posible que los presidentes converjan en un solo punto en forma inmediata, pero incluso en la era de la diplomacia directa nuestra región sigue caracterizándose por los excesos y se llegan a convocar periódicamente por lo menos cinco citas de gran envergadura: la Cumbre de las Américas, la Iberoamericana, la del Grupo de Río, la de la Comunidad Andina, la del MERCOSUR (para no nadar en aguas profundas como las reuniones con otros continentes o las minicumbres).
Está claro que no todas son iguales; por ejemplo, la de Las Américas es sobre todo la reunión con el primus interpares de los presidentes: el mandatario norteamericano (hoy venida a menos por el fracaso del ALCA). La Iberoamericana es la versión española y no participa los EEUU (también muy desprestigiada porque en Montevideo hace algunas semanas hubo más ausentes que presentes). La del MERCOSUR tenía las tintas más cargadas en la integración comercial pero actualmente está tan politizada que dos de sus miembros no pueden ni verse. Finalmente, poco queda de aquel glorioso Grupo de Río surgido de la pacificación centroamericana y que asume su crisis terminal casi con resignación.
La más novel de todas estas citas es la Cumbre Sudamericana que se inaugura hoy en Cochabamba. Agrupa a 12 países de la región de los cuales cuatro comprometieron su asistencia y por lo menos cinco no asistirán.
Si bien como en cualquier otra hay que celebrar las reuniones bilaterales (la que sostendrán Evo Morales y Michelle Bachelet, por ejemplo, y que continúa el profuso y positivo intercambio entre ambos países), es probable que esta reunión no alcance relevancia alguna y se recuerde sobre todo por quienes no fueron antes que por los que fueron.
Pero esto no sólo hay que atribuirlo a lo deteriorado que está la integración sudamericana (nunca la región estuvo tan separada como ahora), sino también a otro pequeño detalle: Bolivia está convulsionada y en las últimas semanas hay un proceso creciente de confrontación donde interviene la espontánea movilización de la clase media, la lucha desesperada de algunas elites derrotadas y una sólida y oficialista mayoría indígena. La disputa hace referencia a un tema legal pero en realidad lo que se está peleando palmo a palmo es el tipo de democracia y el modelo de descentralización que regirá en el futuro.
Todo ello ante un público privilegiado: varios presidentes y 800 periodistas que tendrán desde fotos de Chávez eufórico post-reelección hasta movilizaciones "clandestinas" y huelgas "secretas" (disculpen los oxímoron). Todo esto, claro está, si el gobierno las permite, porque entre hoy y mañana hará los mejores esfuerzos para mostrar a Bolivia como una buena familia burguesa (decadente, cierto, pero que nadie lo note).

Sergio Molina Monasterios es Politólogo, analista de Imaginaccion Consultores

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