¿Será similar la oposición de Ollanta Humala a la que hizo Evo Morales en su momento? Difícil preverlo, pero nadie descarta un escenario agorero como ese, respaldados en el triunfo del peruano en primera vuelta, su juventud (43), un partido en formación y un respaldo contundente en las zonas más deprimidas del Perú. Ahora bien, como se ha escrito bastante sobre las coincidencias entre ambos políticos, centrémonos más bien en sus diferencias.
Paradójicamente, la intervención extranjera jugó distinto para Morales el 2002 que para Humala el 2006. El boliviano recibió un espaldarazo impensado de los EEUU cuando su embajador llamó a no votar por él. En el caso de Humala la presencia de Chávez lo perjudicó ostensiblemente y si la ficción es lícita en este análisis, hasta podría haberle costado la victoria.
El movimiento cocalero del que se nutrió Morales en sus inicios se origina en mineros despedidos que se trasladaron al trópico llevando consigo sus formas de organización (el sindicato, la asamblea, etc.) las que se amalgamaron con estructuras tradicionales andinas. A su vez, esos mineros devenidos cocaleros son los que conjugaron su marxismo iniciático con el indigenismo; así, el desprecio ideológico que sentían hacia los campesinos se convirtió en admiración y luego simbiosis.
En el caso de Humala, al margen de juicios morales, el etnocacerismo de sus orígenes es principalmente una postura intelectual antes que un movimiento con raigambre popular, algo similar a lo que fue en su momento el famoso sendero que había que recorrer para iluminarse; por eso quizá la moderación de Humala en las últimas semanas (incluso renegó de la xenofobia y sexismo de su familia), y lo difícil que es definirlo ideológicamente sin utilizar clichés de moda como populismo. Por ello, a simple vista parecería no tener un proyecto hegemónico de largo plazo.
Además, si bien ambos representan geográfica y étnicamente sectores aymaras y quechuas, el occidente, donde se concentra la fortaleza de Morales, es desde 1899 el eje económico y político de Bolivia, de forma que la clase media emergente no indígena ubicada en Santa Cruz es la más rebelde contra el centralismo occidental. En el Perú el Estado se estructura alrededor de Lima y la costa del Pacífico, precisamente los únicos lugares donde Humala fue derrotado. En ambos países la relación entre el centro y la periferia es distinta.
Finalmente, un dirigente sindical y un militar, aunque ambos tengan liderazgos mesiánicos, ostentan formaciones distintas: horizontal y deliberativa en un caso, vertical y autoritaria en el otro. El surgimiento de Humala se parece más al que tuvo Fujimori o Toledo en su momento, movimientos explosivos de duración variable, sin proyección política y destino imprevisible.
Sin embargo, estas son puras especulaciones. Los individuos cumplen en la historia papeles que ni ellos mismos imaginan. Lo que ocurra en el Perú dependerá mucho de lo que hagan Alan García y el propio Humala, de sus decisiones y sabiduría y, por supuesto, del entorno económico e internacional de los próximos años. O, lo que es lo mismo pero no es igual, de la capacidad que tengan nuestras sociedades para entender que generación de riqueza no es igual a expoliación y que sin inclusión económica y social posiblemente el destino de buena parte de Latinoamérica será más africano que asiático.
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