A diferencias de muchos artistas del festival de Viña del Mar, Evo Morales llega a Santiago en su mejor momento. Una encuesta reciente le otorga a su gobierno un índice de confianza de 6,2 puntos, y su calificación personal alcanza 6,5 sobre 10; uno de cada dos encuestados cree que su situación económica mejorará en el futuro; mientras que el 65% de los bolivianos considera que hizo más de lo que se esperaba desde que asumió. La economía también se recupera: la inflación está controlada, el crecimiento continúa en 4%, mientras las exportaciones aumentaron en un 53%.
Internacionalmente la situación es similar. El respaldo de los organismos multilaterales fue condonar parte de la deuda y prometer ayuda adicional; ha sabido establecer buenas relaciones con los países vecinos en su primer mes de gobierno; y el mundo entero valora su procedencia indígena. Éxitos que no pueden subestimarse.
Sólo EEUU tiene una posición ambivalente: junto a declaraciones de amistad y respeto, suspendió la visa de una senadora del MAS y afirma que está esperando señales concretas (en la erradicación de coca y la nacionalización) antes de que su política respecto a Bolivia tome un rumbo definitivo. Ahora bien, Evo ?que ha sido muy cauteloso con la administración Bush? tiene un mullido colchón donde caer si el conflicto se agrava: los petrodólares ofrecidos por Venezuela en tanto incremente su retórica antiimperialista (Hugo Chávez ya fue muy generoso con Argentina. No le costaría nada serlo con una economía muchísimo más pequeña).
Ahora bien, hay que consignar la preocupación de algunos analistas sobre el lado oscuro del gobierno de Evo. Por un lado, el cariz que ha tomado la convocatoria a una Asamblea Constituyente por los pocos representantes regionales (y de otras minorías) que tendrá y por el carácter re-fundacional y teleológico que quiere darle el gobierno (además del deseo explícito de que sea el mecanismo para aprobar la reelección presidencial); y, por otra parte, por las dificultades que el oficialismo ha puesto al referéndum sobre autonomías regionales que reclaman Santa Cruz y otros departamentos. A lo cual hay que sumar una suerte de ?desinstitucionalización? de entidades que ya se consideraban al margen del ?cuoteo? político (Aduanas, Impuestos Internos o la Corte Electoral).
En resumen, algunos de los grandes desafíos que enfrenta Morales son las altas expectativas y el maximalismo popular en temas complejos como gas, tierra y mar que se definirán en la Asamblea Constituyente; el escenario crítico que presentan algunas regiones por el ?ninguneo? del que se sienten objeto; y, finalmente, si optará o no por replicar el modelo venezolano.
Lo que sí está claro es que en el ámbito de las relaciones bilaterales entre Chile y Bolivia no hubo momento más propicio en los últimos años, y que el cuidado con el que se tratan ambos gobiernos se torna casi empalagoso. Es que la elite más lúcida de ambos países sabe que el único que puede ponerle el cascabel al gato, es decir, el único que tiene cintura y espaldas (habilidad y respaldo) para convencer a los bolivianos que se debe negociar racionalmente con Chile es el presidente Morales.
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