En el ajedrez, las tablas significa igualdad de fuerzas: no hay posibilidades de que un jugador se imponga sobre el otro. La situación en Bolivia es semejante y obedece a varias razones históricas, entre ellas, la ausencia de una elite que genere liderazgo y ciertos consensos indispensables en el siglo XXI (economía de mercado, impulso de la iniciativa privada, expansión del mercado interno, etc.).
En el caso boliviano, el empate de fuerzas comenzó a gestarse el año 2000 cuando se manifestó por primera vez la fortaleza del movimiento campesino y la decadencia del sistema político tradicional, lo cual tuvo su correlato simbólico en el tipo de protesta utilizado: el bloqueo de caminos. El empate se dotaba de su instrumento privilegiado.
Sin embargo, la crisis terminal no se desencadenó sino hasta el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, cuando fue derrocado el más importante representante de una hegemonía que había liderado al país durante veintiún años de democracia.
Pero el descalabro no dio paso a una nueva elite fortalecida, capaz de conducir y revitalizar al Estado, sino a la dictadura de minorías activas (sectores representativos de pequeños grupos con un altísimo poder de movilización) que se apoderaron de la vida pública boliviana. De forma que una de estas minorías subsiste en el Parlamento (los restos del sistema político tradicional), otra en el Ejecutivo (sectores sobrevivientes del anterior gobierno, intelectuales de clase media y profesionales liberales); junto a muchas otras repartidas por el país: Los movimientos cívicos de El Alto o el de Santa Cruz; los cocaleros del Chapare, etc. etc. Ninguna de ellas con la capacidad para generar una hegemonía que se imponga democráticamente (tampoco por la fuerza, como es el deseo de algunos), en una muestra infinita de fragmentación del poder.
Empate, entonces, que continuará en el tiempo con el único peligro de que varias de ellas se unifiquen (como la consigna de negarse a exportar gas por Chile en el caso de Sánchez de Lozada). En ese sentido, Mesa está demostrando mejores reflejos políticos, y cede para sobrevivir.
Otros ingredientes que se debe agregar a este complejo escenario son los movimientos cívicos regionales, sobre todo el cruceño, que si bien sigue siendo provinciano y no logra convertirse en referente nacional, es quizá el liderazgo más serio que existe actualmente.
Si la situación se torna insostenible, la alternativa democrática es adelantar las elecciones, una posibilidad que no descarta nadie, y que significaría un nuevo presidente (Evo Morales o algún político ligado a la elite tradicional) con mayor fortaleza que el actual. Sin embargo, Morales ha hecho explícito su deseo de llegar a la presidencia para estatizar los hidrocarburos, lo cual significaría volver a una discusión ya superada en los `70 en Latinoamérica.
En resumen, la situación es cada vez más incierta y es probable que se incremente la espiral de violencia, sin perspectivas de que surja un liderazgo moderno y democrático que reinvente Bolivia y que permita que sus ciudadanos vuelvan a creer y tener esperanzas en sí mismos.
Sergio Molina M. es cientista político. Consultor de la empresa de comunicación estratégica Imaginacción