Por Sergio Molina Monasterios*
Si vemos la historia larga de la relación bilateral entre Chile Y Bolivia (y de confirmarse lo que parece un hecho), se podría afirmar que hemos vuelto a la normalidad, que estos años de acercamiento entre Evo Morales y tres presidentes chilenos no fueron más que una paréntesis en una relación siempre tensa y distante que obedece a lógicas diferentes e incomprendidas.
Con excepción de algunos guiños y acercamientos, como en el interregno de Pinochet y Banzer (y ahora, durante éste periodo que los historiadores bautizarán de alguna manera), en el último medio siglo estuvieron ausentes las relaciones diplomáticas entre ambos países, se llevaron hasta el paroxismo sus diferencias y, al mismo tiempo, se profundizó en una forma sin precedentes la distancia (existente desde siempre) tanto en lo económico como en lo institucional.
Volver a la normalidad, entonces, implica que Bolivia retomará los escenarios internacionales (que son muchos y variados a lo largo del año), para reclamar un acceso útil, libre y soberano al mar con argumentaciones diversas, sean económicas, culturales o políticas; frente a lo cual Chile pedirá la palabra inmediatamente después para decir que no existen problemas limítrofes pendientes, que hay plenas garantías de acceso marítimo para Bolivia a través de territorio y puertos chilenos y que se trata de un asunto bilateral (un discurso que saben como si fuera un mantra todos los diplomáticos a ambos lados de la frontera).
¿Existe alguna diferencia hoy en relación lo que fue la norma antaño? ¿Hay un caso jurídico para presentar ante tribunales internacionales? Sobre el tema se discutirá largamente en los próximos meses y conoceremos opiniones muy distintas según cuál sea el país de donde provengan. Por mi parte, siempre tuve la certeza de que no hay nada más subjetivo y político que el derecho.
La lógica de Morales
No debe olvidarse que Morales actúo con una lógica sindical (él es un sindicalista): puso un ultimátum (el 23 de marzo) y, al no recibir una respuesta afirmativa, impuso una medida de fuerza (multilateralizar el tema). Ahora bien, la lógica sindical no es igual a la política, ni que decir con la diplomática: las relaciones internacionales tienen sus tiempos, sus códigos, sus formas. En el peor de los casos, podría haber hecho lo mismo pero con la solemnidad y el respeto que ameritaba (a l fin y al cabo somos y seguiremos siendo vecinos); en cualquier caso, no en un discurso en una plaza pública.
Lo cual lleva a otra conclusión relevante, Morales actuó con la cabeza caliente, ensoberbecido al calor de la multitud y de la fecha: era 23 de marzo y todos los 23 de marzo los bolivianos nos ponemos sentimentales y hasta nos deprimimos. No hay otra explicación para las contradicciones flagrantes entre las declaraciones vertidas horas antes y el discurso mismo; amén de las entrevistas y las columnas que llamaba a la calma y que plagaron los medios de ambos países en estos días, mostrando una ofensiva diplomática en esa dirección.
¿Fue una decisión consensuada en Bolivia? Buena parte del Gobierno y la Cancillería no tuvieron un papel relevante, y ni hablar de la oposición que nunca fue tomada en cuenta. Morales conduce la política exterior junto a algunos de sus asesores más estrechos, lo cual fue evidente, por ejemplo, con las desinteligencias sobre el destino del Cónsul boliviano en Chile o con el nombramiento del nuevo Vicecanciller, y por supuesto, ahora.
¿Fue la utilización de la política externa en asuntos internos? Ni duda cabe. Morales atraviesa su año más difícil y no encuentra la forma de revertir el descontento que generan algunas de sus medidas recientes, sobre todo en el ámbito económico que es donde se cuecen las habas más tiernas. El nacionalismo antichileno siempre ha sido una fórmula exitosa en Bolivia, ¿por qué no ahora? (Eso sí, en descargo de Morales convengamos que no hay gobierno en el mundo que no lo haga. Pensar que la diplomacia no tiene que ver con la política cotidiana es de una ingenuidad extrema).
En Chile por otra parte, parece una profecía autocumplida. En los últimos años los sectores más reacios a un entendimiento con Bolivia (que son transversales y no responden a un solo color político) constantemente advirtieron que el acercamiento no conduciría a ninguna parte. Seguramente hoy celebran haber sido tan certeros.
Perú, el otro interesado
Lo que es una extraña coincidencia si tenemos en cuenta al otro país interesado en este tema: Perú. Porque convengamos que si hubo festejos ayer fue en Torre Tagle. Nuevamente más interrogantes: ¿cómo se comportarán Perú y Bolivia en el futuro? ¿Qué grado de coordinación o de distanciamiento tendrán ambos países? ¿Cómo actuará el nuevo Presidente peruano (y quién será éste, luego de una elección cada vez más complicada)?
Finalmente, la pregunta más difícil de todas: ¿qué nos queda?
En mi opinión, trabajar incansablemente para que el diálogo no se rompa, para que vuelvan las aguas a su cauce y para que prime la racionalidad. Insistir en que se busquen los consensos y no las diferencias. En definitiva, tratar de recuperar la confianza que se había conseguido hasta ahora.
Sobre todo, evitar el chauvinismo y aquietar las pasiones nacionalistas que tan rápidamente inflaman el alma de ambos pueblos. Ojalá los políticos que nos gobiernan en ambos lados de la frontera tengan la prestancia para evitar los excesos.
Ya habrá en el futuro quienes asuman el desafío de resolver este diferendo y que apuesten por soluciones imaginativas que, sin satisfacer plenamente a ninguno de los dos países, permitan una reconciliación y un reencuentro que hoy parece tan distante.
*Analista político boliviano-chileno
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