A pesar de que recién comienza, Evo Morales ha sufrido en lo que va del 2011 varios tropiezos que le restan popularidad en las encuestas de forma preocupante y que generan un nerviosismo generalizado dentro de su gobierno. Lamentablemente, en lugar de autocrítica y medidas correctivas hasta ahora sólo ha reaccionado a través de una porfiada y tenaz persistencia.
Lo cual se traduce, por ejemplo, en la búsqueda de culpables en una oposición casi inexistente a través de la peregrina denuncia de un complot orquestado por la ultraizquierda y la ultraderecha internacional. O, en el ámbito de las relaciones internacionales, exigiéndole a Chile plazos incumplibles en una negociación que se sostiene con pinzas, o criticando a las autoridades paraguayas por dar refugio al ex gobernador de Tarija.
Por primera vez desde que inició su gobierno, el zapato aprieta donde más duele: la política es importante, cierto, pero no hay que olvidar que apenas es economía concentrada. Morales quiso constreñir las reglas del mercado a su antojo y descubrió que se trataba de una tarea imposible, así como supo de repente que no hay combinación más perversa que el control de precios de productos de primera necesidad y la falta de inversión privada. Cierto que ante la fuerza de los hechos el gobierno ha retrocedido en su afán intervencionista o en la creación de empresas estatales, pero el daño ya estaba hecho.
Ahora bien, estas medidas son totalmente contrarias a la que tomó durante las fiestas navideñas por falta de producción de hidrocarburos, cuando quiso quitar la subvención e igualar los precios de la gasolina a los del mercado internacional, una respuesta ultraliberal que contradecía radicalmente su discurso inclusivo y estatista (lo cual era mucho para quienes lo respaldan incondicionalmente y para los cuales una variación así podía significar el descenso a los infiernos de la indigencia).
En un caso por exceso y en el otro por defecto Morales no está sabiendo administrar una economía ya de por sí débil a pesar de atravesar las condiciones internacionales más ventajosas de su historia. Inclusión y desarrollo, Estado y mercado son una delicada alquimia que convierte a simples mortales en bustos de bronce en las plazas (o a la inversa), y en esa disyuntiva está atrapado.
Las dos crisis de gabinete de las últimas semanas resultaron insuficientes para darle aire: no implicaron ninguna modificación política o económica sustancial y la única innovación que contuvieron fue la creación de un Ministerio de Comunicación (¡!), en lugar de nombrar un “zar de los alimentos”, por ejemplo —como reclamaba un columnista—, para enfrentar el alza mundial de los precios de los alimentos, el ambiente de volatilidad y las expectativas inflacionarias post “gasolinazo”.
Pero léase bien lo anterior, todo ello no significa que Morales haya dejado de ser el líder indiscutido y más popular del proceso de transición estatal que vive la sociedad boliviana. Tampoco que haya perdido sus dotes para contener las instintos centrífugos de la poderosa e intransigente sociedad civil boliviana; sin embargo, hay una declinación que cambia la inercia, una tendencia que, si bien puede revertirse, no por eso es menos evidente.
Publicado en La Tercera el 24 de febrero de 2011
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