Principio de realidad

Nadie duda de que en medio del borrascoso panorama regional, de la moda chillona del traje de fajina y el reequipamiento bélico o del estreno de la potencia brasileña en las grandes ligas mundiales, las señales de distensión y buena vecindad deben ser festejadas.
Por eso, aunque no sea una novedad, recordemos que hace largos tres años que Chile y Bolivia viven un intenso idilio, que continuará en diciembre próximo cuando Evo Morales arrase en las elecciones que lo tienen como único favorito y que, probablemente, ninguno de los candidatos chilenos en disputa se anime a romper sin tener que dar grandes explicaciones, sobre todo porque el tercer involucrado en esta relación de a dos —Perú—, seguirá siendo la principal preocupación internacional a este lado de la cordillera. En ese marco, el ejercicio militar que próximamente hará Chile y en el cual están invitados varios países, entre ellos Bolivia, no hace más que reafirmar todo lo dicho y nos obliga a dar parabienes a quienes lo imaginaron.
Pero en medio de tantas buenas noticias es preciso retornar al principio de realidad como ley ordenadora o, mejor, no debemos olvidar que el pan para hoy puede ser hambre para mañana, porque en un mundo hipermediatizado la política internacional también es cuestión de expectativas.
Y, en el caso de Bolivia, éstas han crecido sostenidamente y de forma desmesurada, alimentadas, cierto, por el propio Morales (quien, como todo político boliviano, cree que podrá resolver el diferendo entre ambos países, convirtiéndose en un héroe como los decimonónicos: así de importante es este asunto), y también —no seamos ingenuos— por la cancillería chilena, que aprovecha su larga experiencia en estas lides. Para ella este escenario es puro deseo: la buena vecindad ha permitido no sólo evitar la multilateralización o trilateralización del tema, sino también ha contribuido a distanciar a Bolivia de Perú (lo cual también ocurrió por razones ideológicas y personales, cierto, pero nadie se animaría a minimizar tamaña carambola).
Ahora bien, ya lo vimos con el preacuerdo por las aguas del Silala que debía ser el primer fruto de la relación: lo que ambas cancillerías anunciaron como un hecho, tuvo que ser disimulado y escondido bajo la alfombra. Fue tal el rechazo que hubo en Bolivia por el contenido del pacto, que el mismo Morales tuvo que emplearse a fondo para evitar un papelón y lograr el respaldo de sus descamisados.
Lamentablemente, las historias de amor no son democráticas y, cuando se rompen, siempre uno sufre más que el otro; además, en el largo plazo son pocas las que subsisten a puro sentimiento y, en relaciones internacionales, ninguna.
En resumen, mi tesis es que las sobreexpectativas que se están construyendo en Bolivia, no podrán ser satisfechas por razones estructurales, lo cual generará un conflicto mucho mayor en el largo plazo y, además, el retorno de Bolivia a su alianza histórica con el Perú (pero entonces no seremos los mismos ni lo que tienen que perder los tres países en materia de prestigio y poder será igual… pero todo eso es otra historia).
Llegado el momento, incluso Morales, que hoy parece invencible, presentará resquebrajaduras y una de las mayores será ésta: ¿qué político no querrá cobrarle la cuenta? Y entonces, lógico, lo que haría cualquiera, ahora y antaño, aquí o en cualquier otra parte del mundo, es aprovechar la bipolaridad de la opinión pública en beneficio propio.

(Publicada en La Tercera el 8 de octubre de 2009)

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