Michelle Bachelet Jeria
(Artículo publicado en El País de España el 27 de marzo de 2009)
El mundo enfrenta hoy uno de los desafíos políticos más serios de su historia moderna. Asistimos a la combinación de la peor recesión internacional desde hace más de medio siglo, con una crisis ambiental sin precedentes debido al cambio climático y el calentamiento global, y una crisis de liderazgo político global.
Sin embargo, no estamos ante una situación sin salida. Por el contrario, estamos también ante una oportunidad sin precedentes para cambiar el rumbo de la historia, por lo que somos numerosos los líderes internacionales que nos estamos movilizando, entre los cuales algunos nos reuniremos este fin de semana en Chile para promover una respuesta progresista a la crisis global.
La crisis se debe a que, a pesar de que vivimos en una era de completa interdependencia entre lo nacional y lo global, la comunidad internacional no ha sabido o no ha querido construir los acuerdos necesarios para dar gobernabilidad a la globalización, creyendo que los mercados nacionales y globales podían funcionar sin regulaciones poderosas, o que el mundo podía ser gobernado unilateralmente por la voluntad del más fuerte. De esta manera, el interés privado de unos pocos terminó imponiéndose sobre el interés general de la humanidad.
La crisis puede ser encarada, entonces, como una gran oportunidad para sentar las bases de una segunda etapa de la globalización. Una era marcada por la prosperidad de todos y no sólo de algunos; por la voluntad de concordar y respetar reglas claras, adoptadas multilateral y democráticamente; por mercados más abiertos, dinámicos y vigorosos; con Estados fuertes; una era construida sobre un paradigma económico sustentable.
Por sobre todas las cosas, la crisis nos ofrece una oportunidad histórica para reinstalar la política y lo público en el centro del quehacer internacional. Podemos forjar un nuevo contrato social global, porque el siglo XXI o lo gobernaremos entre todos, o no lo gobernará nadie.
La próxima reunión del G-20 será decisiva en este esfuerzo, pero es necesario un esfuerzo aún más ambicioso. Una respuesta política a la crisis exige un conjunto equilibrado de políticas públicas globales que estabilicen el sistema financiero y reactiven la economía; pero que también prioricen la creación de empleo y eviten un desplome social global fortaleciendo la protección social; que aseguren una recuperación verde, y aceleren el tránsito hacia una economía menos contaminante que detenga el calentamiento global.
De la reunión del G-20 debe resultar una rápida coordinación de las políticas fiscales indispensables para contener el colapso de la demanda mundial. Si no hay coordinación, arriesgamos un empeoramiento de los desequilibrios de cuenta corriente que contribuyeron a la crisis y una creciente demanda por un mayor proteccionismo, lo que profundizaría y prolongaría aún más la recesión. También es necesaria una profunda reforma del Fondo Monetario Internacional, recapitalizarlo y otorgarle una gobernanza más democrática, e inyectar recursos suficientes a los bancos regionales de desarrollo para que sean instrumentos efectivos para enfrentar la crisis en los países que más lo necesitan.
El desplome económico no puede ser seguido por el desplome social. Si no actuamos hoy con una nueva mirada, la crisis profundizará aún más la desigualdad, que la globalización había agudizado en las últimas décadas. No se deben exigir las mismas políticas de ajuste que en décadas anteriores a los países emergentes y en desarrollo, especialmente ante una crisis originada por el mundo desarrollado.
Por el contrario, esta vez es necesario impulsar globalmente políticas contracíclicas que prioricen la creación de empleo y fortalezcan la protección social, y se debe incrementar la cooperación internacional para los países en desarrollo. Es urgente un nuevo ímpetu para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
La crisis internacional no puede ser tampoco una excusa para detener o postergar la movilización internacional contra el calentamiento global. Es imperativo alcanzar un acuerdo post-Kyoto en la próxima Conferencia de Copenhague de Naciones Unidas.
Pero podemos ir más allá, si modificamos los enfoques de corto plazo y forjamos un nuevo acuerdo ambiental global que siente las bases para una economía global de bajas emisiones. Si no lo hacemos, retardaremos la adopción de las medidas inevitables que deberán ser adoptados en el futuro a un coste económico, ambiental, social y político considerablemente más alto.
La acción para enfrentar el cambio climático puede y debe ser uno de los componentes centrales de la respuesta global a la crisis. Si un porcentaje importante de los trillones de dólares que están siendo movilizados son dirigidos a inversiones en tecnologías limpias, podremos poner en marcha hoy una respuesta internacional que nos permita, simultáneamente, crear empleo decente para millones de personas, disminuir el riesgo ambiental y reducir la pobreza, así como acelerar el paso hacia sociedades más innovadoras y menos dependientes de los combustibles fósiles. En definitiva, podremos encaminar al mundo hacia una recuperación verde y ahorrarnos décadas de lucha contra el cambio climático.
3-0
Para Bolivia el resultado de la demanda peruana ante La Haya es anecdótico. Sea quien sea el beneficiado, ocurra lo que ocurra sobre la jurisdicción del tribunal o el cumplimiento del fallo, Perú habrá conseguido un notable triunfo político y su diplomacia celebrará la cristalización de un escenario que preparó hace mucho para dejar demostrado lo que todos, incluido ellos, niegan públicamente: no habrá solución al diferendo entre los tres países en tanto no haya un acuerdo que abarque a todos ellos.
El impasse reitera otro dato: cada vez que la relación entre Chile y Bolivia se ha estrechado o ha mejorado, Perú se ha distanciado de Chile. Es que Perú no renunciará a reivindicar su derecho sobre espacios que aún considera suyos, lo cual también significa que jamás permitirá que se ceda una franja territorial a Bolivia (si es que al gobierno de Chile se le ocurre hacerlo, lo cual también es improbable).
De ahí que sin mirar el problema integralmente, difícilmente se resolverá esta ecuación de tres incógnitas. Lo cual no es nada nuevo ni nada que no hayan dicho antes quienes entendemos que el sur del Perú, el norte de Chile y la zona andina boliviana son un triángulo indisoluble, no sólo con un pasado cultural común sino con un futuro económico determinante para los tres países.
Para los bolivianos, esta vez el tema estalla en medio de la conmemoración de los 130 años de la Guerra del Pacífico, lo que obligó a Evo Morales a explicitar que la demanda del Perú perjudica “una salida al mar”, refiriéndose al corredor por Arica que —de Pinochet a esta parte—, fue lo más cerca que estuvieron ambos países de resolver su diferendo y que fracasó por la oposición peruana.
Después de ese famoso “abrazo de Charaña” (1-0), otro momento histórico que vale la pena recordar son las negociaciones para vender gas boliviano a Chile durante los gobiernos de Ricardo Lagos y Gonzalo Sánchez de Lozada, las que fueron sistemáticamente boicoteadas por Perú que ofreció proyectos más atractivos pero imposibles de cumplir, e incluso colaboró —según dice una leyenda negra que nadie ha confirmado fehacientemente— en las movilizaciones que derrocaron al boliviano (2-0). Y ahora el tema de los límites marítimos. Una vez y alguien puede pensar en la casualidad, pero cuando ocurre por tercera vez, hacerlo es ingenuo.
Sin caer en eso de la sabiduría de las indicaciones, los espacios jurídicamente consolidados o la intangibilidad de los acuerdos (para usar el léxico oscuro de los diplomáticos), es riesgoso entender la política exterior de esa manera. Cuando se desatan estas escaladas no se pueden prever las reacciones sociales, sobre todo cuando se desatan pasiones nacionalistas. La esquizofrenia de darse la mano y mostrarse los dientes está bien para los diplomáticos curtidos, pero no para los sectores más retrógrados y xenófobos que son mucho más primarios y que, lamentablemente, también presenciarán el partido de fútbol del próximo domingo.
Incluso los políticos en escenarios como éste se ponen nerviosos y suelen decir más de lo que quisieran. Por ejemplo, Morales insinuando que si la solución por Arica no fructifica (y no lo hizo), hay otras; o el Canciller peruano precisando que si la frontera marítima se llegara a modificar, el acceso al mar que se le podría dar a los bolivianos sería “por otro lado”.
De forma que volvemos al principio, pase lo que pase con la demanda peruana y que hoy es de tanta importancia para Chile y Perú, en el caso boliviano apenas es otro gol en contra.
(Publicado en La Tercera en marzo de 2009)
El impasse reitera otro dato: cada vez que la relación entre Chile y Bolivia se ha estrechado o ha mejorado, Perú se ha distanciado de Chile. Es que Perú no renunciará a reivindicar su derecho sobre espacios que aún considera suyos, lo cual también significa que jamás permitirá que se ceda una franja territorial a Bolivia (si es que al gobierno de Chile se le ocurre hacerlo, lo cual también es improbable).
De ahí que sin mirar el problema integralmente, difícilmente se resolverá esta ecuación de tres incógnitas. Lo cual no es nada nuevo ni nada que no hayan dicho antes quienes entendemos que el sur del Perú, el norte de Chile y la zona andina boliviana son un triángulo indisoluble, no sólo con un pasado cultural común sino con un futuro económico determinante para los tres países.
Para los bolivianos, esta vez el tema estalla en medio de la conmemoración de los 130 años de la Guerra del Pacífico, lo que obligó a Evo Morales a explicitar que la demanda del Perú perjudica “una salida al mar”, refiriéndose al corredor por Arica que —de Pinochet a esta parte—, fue lo más cerca que estuvieron ambos países de resolver su diferendo y que fracasó por la oposición peruana.
Después de ese famoso “abrazo de Charaña” (1-0), otro momento histórico que vale la pena recordar son las negociaciones para vender gas boliviano a Chile durante los gobiernos de Ricardo Lagos y Gonzalo Sánchez de Lozada, las que fueron sistemáticamente boicoteadas por Perú que ofreció proyectos más atractivos pero imposibles de cumplir, e incluso colaboró —según dice una leyenda negra que nadie ha confirmado fehacientemente— en las movilizaciones que derrocaron al boliviano (2-0). Y ahora el tema de los límites marítimos. Una vez y alguien puede pensar en la casualidad, pero cuando ocurre por tercera vez, hacerlo es ingenuo.
Sin caer en eso de la sabiduría de las indicaciones, los espacios jurídicamente consolidados o la intangibilidad de los acuerdos (para usar el léxico oscuro de los diplomáticos), es riesgoso entender la política exterior de esa manera. Cuando se desatan estas escaladas no se pueden prever las reacciones sociales, sobre todo cuando se desatan pasiones nacionalistas. La esquizofrenia de darse la mano y mostrarse los dientes está bien para los diplomáticos curtidos, pero no para los sectores más retrógrados y xenófobos que son mucho más primarios y que, lamentablemente, también presenciarán el partido de fútbol del próximo domingo.
Incluso los políticos en escenarios como éste se ponen nerviosos y suelen decir más de lo que quisieran. Por ejemplo, Morales insinuando que si la solución por Arica no fructifica (y no lo hizo), hay otras; o el Canciller peruano precisando que si la frontera marítima se llegara a modificar, el acceso al mar que se le podría dar a los bolivianos sería “por otro lado”.
De forma que volvemos al principio, pase lo que pase con la demanda peruana y que hoy es de tanta importancia para Chile y Perú, en el caso boliviano apenas es otro gol en contra.
(Publicado en La Tercera en marzo de 2009)
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