Ayer Carlos Mesa ocupo nuevamente el horario estelar de CNN.
La cadena televisiva ha transmitido sus últimos tres discursos casi sin interrupciones, sea por la importancia del gas para la región; sea por una Ley de Hidrocarburos de la que están pendientes las empresas petroleras, sus gobiernos y los gobiernos con los que éstas hacen negocios; o, finalmente, por los avatares de la imprevisible y siempre agitada agenda política boliviana; todas ellas razones más que suficientes para que ese país sea una apuesta segura en prime time.
Pero a diferencia de sus primeros discursos cuando asumió la presidencia en octubre del 2003, a Mesa cada vez se lo nota más el peso excesivo que parece cargar sobre los hombros (incluso ya no es el orador privilegiado de antaño y se repite). No es extraño, entonces, que en lo que va del año haya renunciado dos veces, que muchos analistas bolivianos pronostiquen un empeoramiento mayor (si esto es posible) de la situación y que no sea descabellado prever el termino abrupto de su mandato presidencial (que debería llegar al 2007, pero que es un plazo geológico para la volátil política boliviana).
La Ley de Hidrocarburos aprobada por el Congreso y que ayer el Presidente vetó en vivo y en directo, cambiaba las condiciones de operación para las empresas petroleras, les incrementaba impuestos, les obligaba a migrar de contratos y definía el control de sus precios y sus ventas, cierto. Pero si bien era profundamente defectuosa, intentaba conciliar criterios extremos, por lo que recibió el rechazo unánime de tirios y troyanos: del MAS y todos aquellos que plantean un royalty del 50% o la nacionalización lisa y llana por un lado, y de las empresas petroleras y las elites regionales por el otro.
La Ley no se promulgó, además, por las fuertes presiones externas que sufre Bolivia: México y Perú mandando guiños amistosos; los exhortos argentinos para comprar más energético; la presencia determinante de Petrobrás y, por tanto, de Brasil en el negocio; las señales del FMI y otros organismos de cooperación multilateral; las declaraciones del departamento de Estado; y un largo etcétera de intereses contrapuestos.
Un diálogo con representantes de distintas organizaciones ha sido la forma en que el gobierno intenta salir del jaque en el que se encuentra, sin embargo, difícilmente logrará cambiar las posiciones radicalizadas de los sectores sociales y regionales, y es probable que el congreso utilice los mecanismos constitucionales con los que cuenta para promulgar la ley por su cuenta, lo que aislaría aún más al Poder Ejecutivo.
Las perspectivas no son nada halagüeñas, por eso el título de esta nota. Entre ayer y hoy los rumores sobre la renuncia de Carlos Mesa se incrementaron, y nuevamente se comienza a discutir la posibilidad de una convocatoria anticipada a elecciones para evitar las peores pesadillas: una salida violenta por la desesperación del MAS, que ve que la historia le pasa de frente (y poseedor de un fuerte y peligroso respaldo internacional); o un movimiento autoritario y antidemocrático de las elites; coincidiendo así los dos extremos, como Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola.
*Sergio Molina Monasterios es cientista político
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