Juan Ignacio Siles jamás pensó recibir esa llamada telefónica. Varado en Santa Cruz porque no había vuelos a La Paz, esperaba buenas noticias como todos los bolivianos en ese trágico mes de octubre de 2003, pero no la llamada personal de su amigo Carlos Mesa, todavía vicepresidente de la República, quien le dijo en tono imperativo: ?ven inmediatamente, como sea?.
Al día siguiente, el viernes 17 de octubre, subió a un avión contratado especialmente para trasladar algunos diputados que tenían que ir a una sesión del Congreso en la que se aceptaría la renuncia del Presidente y se posesionaría a otro (aunque en ese momento no lo sabían, y el viaje era incierto y peligroso por las noticias que llegaban de La Paz).
La capital política de Bolivia estaba sitiada por miles de indígenas y sectores de clase media que impedían la circulación vehicular, que habían logrado paralizar las actividades aéreas y, sobre todo, que todos los que vivían en esa hoyada temieran por sus vidas. Sólo esa semana casi cincuenta personas murieron en enfrentamientos de diverso tipo lo cual determinó que la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada fuera irreversible.
El sábado por la mañana hubo urgentes y tensas reuniones en el Palacio de Gobierno de la Plaza Murillo (no es fácil asumir un gobierno y menos sin experiencia o planificación previas), una de ellas fue la que Carlos Mesa, flamante presidente de la República de Bolivia, tuvo con Juan Ignacio Siles, en la cual Mesa le confirmó que lo quería como Canciller y que sería posesionado al día siguiente. Mucho más no hablaron, en esas jornadas intensas no había tiempo para definir cuál iba a ser la política exterior: había que bajar la tensión social y evitar una guerra civil, ver qué hacer con el Congreso y los partidos políticos, etc. etc. Otras eran las prioridades.
Siles viene de una familia conservadora de intelectuales con los cuales recorrió el mundo. Años después hizo un doctorado en literatura en EE.UU. pero como la literatura no paga, y mucho menos en Bolivia, ingresó a la carrera diplomática y sirvió en distintos países. Sin embargo, como él mismo dice, sus principales logros los obtuvo en las letras con dos novelas publicadas, algún libro de poemas y su monumental tesis sobre la literatura boliviana y el Che Guevara que le llevó precisamente a centrar uno de sus libros de ficción sobre este mismo personaje.
Siles es uno de los intelectuales jóvenes y progresistas más importantes de Bolivia (paradójicamente hijo de una connotada historiadora chilena), y antes de ser Canciller se lo podía ver más a gusto en una tertulia literaria que un cóctel diplomático, o que en medio de la historia de malentendidos que se sucedió vertiginosamente en los últimos meses y que continúa hoy con una guerra de declaraciones sin precedentes en las relaciones entre ambos países (que, como coinciden muchos analistas, están en uno de sus peores momentos).
Si a ello le agregamos la crisis energética entre Chile y Argentina que permitió reposicionar el tema a través del convenio suscrito entre Carlos Mesa y Néstor Kirchner (y a creer en la buena suerte de los bolivianos en esta materia), la historia está para alquilar balcones.
Primer malentendido: en política no existen las casualidades
Muchos consideran que el aluvión de declaraciones en apoyo a la causa marítima boliviana que comenzó con las del Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y que se complementaron con las del Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, o las de Jimmy Carter fueron planificadas por el gobierno boliviano, sea porque este año se cumplen cien años del Tratado de Paz y Amistad de 1904, sea por los 125 años de la Guerra del Pacífico que se conmemoraron el pasado 23 de marzo. Sin embargo, a veces las casualidades tienen un papel más importante en la historia de lo que se cree.
Claro que el tema marítimo siempre es importante para los gobiernos bolivianos (por ejemplo en la OEA o en la Asamblea de la ONU, de forma constante en las últimas décadas), pero no hubo la planificación previa y conspirativa con meses de anticipación como quiere creerse en algunos círculos.
Pensar lo contrario es excesivo incluso para alguien tan imaginativo como Siles, si tenemos en cuenta que la Cumbre Iberoamericana del 14 y 15 de noviembre de 2003 ?cuando sucedió la mayor parte de esta historia?, había sido planificada en su mayor parte por Gonzalo Sánchez de Lozada y no por Carlos Mesa, quienes tienen visiones totalmente contrapuestas del asunto. La invitación a Annan, por ejemplo, la curso Sánchez de Lozada y no fue precisamente para que viniera a hablar del mar. Eso sí, hay que reconocer que Mesa y Siles no desaprovecharon la oportunidad.
Bolivia recibió adhesiones sin pedirlas por un motivo más banal, todos querían apoyar a un país pobre y atrasado que salía de una de las peores crisis en su historia democrática, que por su miseria crónica vive de la cooperación internacional y en el cual había (hay) el peligro cierto de que grupos indígenas radicalizados tomarán el poder. Decirles a los visitantes que llegaban a Bolivia que la falta de una salida al mar era la causa de todo esto fue la clave del éxito para los bolivianos.
La solidaridad internacional era previsible: cómo no tenerla y sobre un tema que hasta ese momento ante la comunidad internacional estaba confinado a polvorientos libros de historia, que caería bien a cualquier boliviano (incluso a los imprevisibles, y en ese momento no se sabía bien en que grupo ubicar a Carlos Mesa) y que no generaría mayores contratiempos.
Tanto así que el agregado de prensa de Kofi Annan en su segundo día de visita a Bolivia, esta vez a Santa Cruz (el primero había estado en La Paz y fue cuando hizo sus declaraciones sobre las relaciones entre Chile y Bolivia), se desayunó con la reacción de la prensa chilena y corrió a la habitación de Annan para comentar y controlar la crisis. Los funcionarios de Annan tuvieron que secuestrar el discurso que tenía preparado esa mañana y que ya se había repartido para que improvisara una nueva declaración. Cualquiera puede imaginar que no es común que esto ocurra, y menos que con el Secretario General de Naciones Unidas quien planifica con minuciosidad todo lo que tiene que decir.
Segundo malentendido: las cosas no son tas simples como parecen
El discurso de Carlos Mesa en la Cumbre de Monterrey fue decidido en el último minuto porque hasta entonces los bolivianos esperaban una reunión bilateral entre Ricardo Lagos y su Presidente (que hubiera pasado desapercibida como la que tuvieron en Santa Cruz en noviembre), sin embargo, la reunión fue rechazada por Chile lo que generó un ventilador público sobre los entretelones de la negociación de los últimos años entre ambos países. La diplomacia chilena sobre-reaccionó como ya lo había hecho frente a las declaraciones venezolanas.
La Cancillería que había hecho un intenso lobby con otros países, que preparó una sesuda intervención del Presidente Lagos, que planificó hasta el último detalle el escenario que finalmente acontecería, no supo dar una respuesta más simple y menos costosa: aceptar una reunión, hablar como siempre y decir lo mismo que se dijo públicamente y por televisión, pero en privado y entre amigos. Es que el gobierno chileno estaba enojado, creía firmemente que Bolivia había pateado el tablero y que las cosas ya no eran como antes.
Tercer malentendido: No hay un interlocutor válido
Muchos piensan también que hoy en Bolivia no hay un interlocutor válido con el cual hablar y continuar el diálogo que se estableció en los últimos años (¿cuánto durará el gobierno de Mesa?, se preguntan en pasillos de la Cancillería). Muchos bolivianos razonan igual y decían hace un tiempo que Mesa se parecía al carnaval: no se sabía si caía en febrero o en marzo. Sin embargo, la realidad, los militares y la Embajada Americana en Bolivia parecen desmentir estos presagios. A nadie le interesa que haya otra crisis terminal en Bolivia.
Ahora bien, la Cancillería boliviana evaluó hasta la posibilidad de suspender la reunión bilateral de vicecancilleres que se realizó en febrero en Santiago, pero prefirió reunirse y no tratar el tema marítimo en esa ocasión, lo que hubiera sido considerado otra patada al tablero (cosa que sí hizo el vicecanciller peruano hace unos días, en circunstancias similares); y, si leemos con cuidado, también es capaz de emitir declaraciones conciliatorias como las del 23 de marzo. Pero ?se quejan? ningún chileno reconoce eso.
En el fondo el gobierno boliviano está buscando una salida, acorralado como está entre su opinión pública y las declaraciones del gobierno chileno, no otra cosa demuestran los gestos que intentó dar en las últimas semanas, es que es un tema que podría calificarse de ?no win situation? (una situación que no se puede ganar), y eso lo sabe mejor que nadie el propio Canciller boliviano, que busca una alternativa política en la que no se pierda demasiado. Sus últimas declaraciones fueron ?este es un tema de largo plazo?, ergo, ?necesito tiempo?.
Cuarto malentendido: la diplomacia es para consumo interno
Carlos Mesa es periodista, y donde mejor se desempeñó antes de ser Vicepresidente de Sánchez de Lozada fue en la televisión. Opositores y leales le reconocen una increíble capacidad para improvisar (es capaz de hablar horas frente a una cámara sin equivocarse), por eso su mayor respaldo es la del pueblo anónimo que tiene un Presidente que le mira a los ojos y le dice lo que quiere escuchar.
Carlos Mesa es preso de las circunstancias. Su gobierno se sustenta en la opinión pública y no en el Congreso o en los partidos políticos, más bien adversos, por tanto no puede menos que respaldar los ánimos ya caldeados de una población que hasta ha logrado la renuncia de un Presidente. De ahí a discutir con Lagos de tú a tú, ser recibido como un héroe a su vuelta de Monterrey y subir diez puntos en las encuestas, no había más que un paso.
Que se aprovechó el tema marítimo para uso interno no es una sospecha, es un dato de la realidad, aunque nadie sabrá nunca si Mesa y Siles lo hacen concientemente o nuevamente porque no tienen más alternativas.
Paradójicamente parecería que la diplomacia chilena también actúa más preocupada por la opinión pública de lo que quiere reconocer y emite declaraciones que causan molestias innecesarias.
Molestia que se agrava con acusaciones como las que se hicieron en algunos medios cuando se informó que Mesa encabezó las movilizaciones en las cuales se quemaron banderas, cuando esto era, obviamente, falso; o, para no ir más lejos, con anécdotas como la del discurso del Presidente Lagos al llegar a Bolivia en noviembre pasado, donde aparecía enojado y molesto. En su descargo hay que decir que antes de aterrizar en Santa Cruz tuvo que sobrevolar mucho tiempo porque Hugo Chávez (nada menos) se demoró excesivamente con la prensa en el aeropuerto e hizo esas sus famosas declaraciones, las mismas que Lagos escuchó en su avión ya cansando por la espera.
No es inútil pedir a ambos gobiernos que se distancien de sus respectivas opiniones públicas y se preocupen más por la diplomacia. Es ahí cuando los Presidentes tienen que hablar.
Quinto malentendido: los negocios y la política se llevan bien
Durante su primera presidencia (1993-1997) Gonzalo Sánchez de Lozada le dijo a Ricardo Lagos, que en ese entonces era ministro de Obras Públicas, que el tema marítimo era como Drácula: podía morir en una película, pero por cualquier motivo, aún el más inesperado, en la siguiente resucitaba y volvía a saltar al cuello de sus víctimas, en este caso, Chile y Bolivia. Sánchez de Lozada por lo menos en esto tenía razón. Drácula resucitó después de la crisis boliviana de octubre y de la Cumbre Iberoamericana y parecería que aún nadie le ha clavado una estaca ni nadie se animará a hacerlo.
Otra anécdota que refleja la gravedad de la temática marítima para Bolivia es que en los más oscuros pasillos de la Cancillería de ese país se dice que ?si quieres mantener la pega, no te metas con el mar?, a más de uno se le quemó el pan en la puerta del horno.
Sánchez de Lozada sabía todo esto, por ello, al igual que sus dos antecesores con los que Lagos estableció sus mejores vínculos (Hugo Banzer y Jorge Quiroga) realizó únicamente reuniones confidenciales sobre este tema y siempre con el gas como primera prioridad.
Las negociaciones con Bolivia para darle una salida al mar estaban muy avanzadas, como el propio Lagos afirmó en la Cumbre de Monterrey, las que comprendían la exportación de gas por el puerto de Patillos en Iquique que sería entregado en concesión a Bolivia por 99 años junto a otra serie de facilidades.
Para los negociadores pragmáticos tanto de Chile como de tres gobiernos bolivianos, era el primer paso de un arreglo que traería beneficios para todos: por un lado un negocio millonario que fortalecería el norte de Chile (que junto al sur peruano y al altiplano boliviano forman un enclave económico natural) y, por el otro, ganancias enormes para Bolivia (cuya única opción de crecimiento y de divisas frescas es la exportación del energético a través de Chile), con la cereza de la torta que significaba para los bolivianos el acceso a un puerto. Sin soberanía, eso sí, pero ?se sabe?, la soberanía es un concepto más que gaseoso en pleno siglo XXI. Nunca Bolivia estuvo tan cerca del mar como en ese entonces.
Sexto malentendido: el mar y del gas no voltean gobiernos
Sánchez de Lozada quería dejar su gobierno (según sus propias palabras) ?firmando un TLC con EE.UU. y exportando gas? (desde un puerto chileno, pero no agregó esas dos palabras aunque todos los que participaban en la reunión donde se sinceró sabían que no había otra forma).
Pero si ese era su deseo, la realidad le decía todo lo contrario: había encargado una serie de encuestas, fanático como era de ellas, sobre el tema, y todas eran adversas a ambos deseos. Por eso encargó a un grupo especial de asesores, encabezado por su yerno y principal hombre en comunicación, a que se avocaran exclusivamente a analizar cuál sería la estrategia que se ejecutaría cuando se decidiera hacer pública la negociación con Chile. Faltaba, para Sánchez de Lozada, que los consorcios privados que intervenían en el negocio de la exportación se comprometieran a firmar los precontratos necesarios (se sabe, el gas no es como el petróleo en el mercado internacional, primero es necesario cerrar el trato con el comprador), y Sánchez de Lozada no iba a arriesgar su gobierno si las empresas a su vez no se comprometían.
Al final perdió la soga y el cabrito, y una de las críticas centrales que se le hizo en las jornadas de octubre fue que la decisión de exportar por Chile estaba tomada y que lo había hecho a espaldas del pueblo, lo cual desde esa perspectiva es rigurosamente cierto.
La crisis de su gobierno tuvo muchos motivos, pero sin duda éste no fue el menor. En la percepción de los bolivianos Sánchez de Lozada quería regalar el país, en este caso, el gas, a las transnacionales como ya lo había hecho con las empresas estatales a través de la capitalización (la privatización diferida que hizo en su primer gobierno), y encima beneficiando a los chilenos. Era como que mucho.
Pero si meses atrás los bolivianos nunca estuvieron tan cerca del mar, una vez que ocurrieron la serie de acontecimientos que conocemos, todos coinciden que nunca se estuvo tan lejos del Océano Pacífico como ahora, porque las posiciones se han endurecido, ha intervenido la opinión pública en ambos países (cosa que en Chile no ocurría hasta noviembre pasado) y se ha convertido en un tema mediático, lo que no le hace bien a nadie.
Séptimo malentendido: No es cuestión de sensibilidades sino de negocios
?Desconfía de un hombre que no haya visto el mar? dice un refrán que casi no es utilizado en Bolivia aunque mucha gente lo conozca. En muchos sentidos el mar no es un problema económico sino un problema cultural, la mediterraneidad boliviana tiene ese matiz, al margen de los análisis que puedan hacer economistas como Jeffrey Sachs (-0,7% anual del PIB para los países sin puertos). El hecho de haber sido confinado a las montañas y la selva pesa trágicamente en la idiosincrasia boliviana.
Esa sensibilidad es la que en determinados momentos se convierte en el famoso antichilenismo del que se habla hoy en los medios. Los bolivianos tienen que echarle la culpa a alguien de los problemas que tienen, y si ese alguien es de afuera mucho mejor (al no haber dios a quien quejarse ?porque no participa en política desde la Revolución Francesa?, no quedan más que los chilenos). Sin embargo, esa entelequia que es Chile para los bolivianos, no es lo mismo que un chileno de carne y hueso con quien interactúa diariamente. Pero es imprescindible conocer esa sensibilidad y esos matices para actuar correctamente, al igual que le haría bien a los bolivianos conocer algo más sobre lo que piensan los chilenos y darse cuenta que hasta hace unos meses había muchas más simpatías hacia la causa boliviana que hoy, lo cual es una contradicción insalvable para la diplomacia boliviana a la hora de los debe y haber, que son siempre los que al final evalúa la historia.
El planeta americano
Estados Unidos es un país que ha establecido una relación de amor y de odio con el mundo. Me corrijo, en realidad no tanto esos sentimientos como indiferencia: para el americano medio el mundo no importa o debe ser igual al suyo. Vicente Verdú, en un libro que titula como esta columna, sostiene la tesis de que Estados Unidos es un país rural y arcaico donde conviven 280 millones de personas en ciudades sin centro, grandes extensiones que recrean la pasión que siempre tuvieron los norteamericanos por el espacio libre, por el mítico oeste salvaje; Verdú dice que la simbiosis entre el hombre y el caballo ha sido desplazada por la relación que tienen hoy los americanos con su automóvil; o que vender o comprar son una razón de ser por encima del producto mismo. No se visten bien porque no salen mucho y prefieren retornar a su casa y ver TV antes que salir a las calles como es común en Europa (continente que sí tiene centros donde se desarrolla la mayor parte de la vida pública).
La liga de su deporte nacional, el béisbol, se llama Serie Mundial y a sus campeones se les dice campeones del mundo. Es el país donde sólo un 10 por ciento de la población adulta tiene pasaporte, por lo cual es improbable que un americano reconozca en el mapa la existencia de Afganistán o de Bolivia.
Eso sí, Estados Unidos tendrá muchos vicios (una religiosidad extrema y mojigata, por ejemplo), pero también valores que todos admiramos: el respeto a los derechos individuales, una justicia imperfecta pero que funciona, sus instituciones democráticas, la posibilidad del progreso personal con esfuerzo y trabajo, en fin, intangibles que lo han convertido en el imperio más impresionante y dúctil de la historia de la humanidad.
Pero, por sobre todo, Estados Unidos es un país que construyó su grandeza en función a un sólido imaginario colectivo, compuesto por imágenes como las descritas más arriba y por otras miles de piezas que se yuxtaponen y se entremezclan infinitamente. Es ese imaginario colectivo el que ha hecho pedazos el terrorismo. Su triunfo ha sido simbólico.
Aunque parezca frívolo, sobreponerse a la pérdida de miles de vidas humanas y reconstruir la arquitectura de las ciudades destrozadas serán un problema menor; pero no su invulnerabilidad cuestionada, la paranoia respecto al Otro, la ingenuidad política (las guerras pasaban muy lejos o en el cine), la angustia incontenible y desconcertada (colas antes las cámaras de televisión con la foto de sus desaparecidos). El terrorismo les hizo perder la sensación de vivir en el paraíso terrenal que los embargaba (un lugar donde el castigo existía pero sólo podía ser natural ?una catástrofe?, o divino ?el Armagedón?). Y eso, al margen de las medidas políticas y militares que se tomen en el corto plazo ha cambiado el curso de la historia de nuestro siglo. A partir de ahora la pax americana cobrará otro sentido.
Una amiga mía me escribió desde Alemania: ?Tengo rabia. Se ha dado rienda suelta al racismo. Me embarga la paranoia y la sensación de ser ciudadana de segunda clase. Me niego a creer que el fin del mundo haya sido Nueva York?.
Yo suscribo esas palabras y también me niego.
La liga de su deporte nacional, el béisbol, se llama Serie Mundial y a sus campeones se les dice campeones del mundo. Es el país donde sólo un 10 por ciento de la población adulta tiene pasaporte, por lo cual es improbable que un americano reconozca en el mapa la existencia de Afganistán o de Bolivia.
Eso sí, Estados Unidos tendrá muchos vicios (una religiosidad extrema y mojigata, por ejemplo), pero también valores que todos admiramos: el respeto a los derechos individuales, una justicia imperfecta pero que funciona, sus instituciones democráticas, la posibilidad del progreso personal con esfuerzo y trabajo, en fin, intangibles que lo han convertido en el imperio más impresionante y dúctil de la historia de la humanidad.
Pero, por sobre todo, Estados Unidos es un país que construyó su grandeza en función a un sólido imaginario colectivo, compuesto por imágenes como las descritas más arriba y por otras miles de piezas que se yuxtaponen y se entremezclan infinitamente. Es ese imaginario colectivo el que ha hecho pedazos el terrorismo. Su triunfo ha sido simbólico.
Aunque parezca frívolo, sobreponerse a la pérdida de miles de vidas humanas y reconstruir la arquitectura de las ciudades destrozadas serán un problema menor; pero no su invulnerabilidad cuestionada, la paranoia respecto al Otro, la ingenuidad política (las guerras pasaban muy lejos o en el cine), la angustia incontenible y desconcertada (colas antes las cámaras de televisión con la foto de sus desaparecidos). El terrorismo les hizo perder la sensación de vivir en el paraíso terrenal que los embargaba (un lugar donde el castigo existía pero sólo podía ser natural ?una catástrofe?, o divino ?el Armagedón?). Y eso, al margen de las medidas políticas y militares que se tomen en el corto plazo ha cambiado el curso de la historia de nuestro siglo. A partir de ahora la pax americana cobrará otro sentido.
Una amiga mía me escribió desde Alemania: ?Tengo rabia. Se ha dado rienda suelta al racismo. Me embarga la paranoia y la sensación de ser ciudadana de segunda clase. Me niego a creer que el fin del mundo haya sido Nueva York?.
Yo suscribo esas palabras y también me niego.
Kirchner y Mesa: dos presidentes hechos a imagen y semejanza
Los altos y flacos presidentes de la Argentina y Bolivia comparten no sólo características físicas, sino orígenes y estilos de gobernar casi idénticos: reniegan de los políticos tradicionales aunque les hacen guiños permanentes, y se muestran contestatarios pero han introducido a sus países nuevamente en la agenda internacional.
Pese a los tropiezos de seguridad argentinos y luego del exitoso referéndum boliviano, Néstor Kirchner y Carlos Mesa siguen siendo dos de los presidentes más exitosos de la región a pesar de que uno concluye y el otro comienza la luna de miel con sus ciudadanos.
Ambos se caracterizan por sus comportamientos ascéticos: Mesa es abstemio y Kirchner se permite de vez en cuando algo más que pescado hervido con verduras. Lejos los dos de los habanos Churchill de Sánchez de Lozada o de la pizza y el champagne menemista. Eso sí se han hecho célebres por su carácter: Mesa es muy mal hablado y Kirchner reta a sus subalternos como denunció muy dolido un ex ministro de Justicia argentino.
Carlos Mesa es tan puntual que desconcierta por exceso y Kirchner peca por defecto: sus opositores no se cansan de explicar los males que le trae a la Argentina su impuntualidad y hablan de enojos y desplantes que van desde la CEO de Hewlett Packard pasando por los reyes de España, hasta Vladimir Putin o Kofi Annan.
Pero las actuales coincidencias entre Bolivia y la Argentina van mucho más allá de las anécdotas presidenciales.
Los dos surgen en momentos críticos e históricos para sus naciones: el boliviano sucede a Sánchez de Lozada, derrocado y ?enterrado por los muertos? como afirmó el propio Mesa; y Kirchner es el primer presidente post De la Rúa elegido en las urnas.
Tanto Mesa como Kirchner se muestran como outsiders de la política o por lo menos con la intención de renovarla: Han enfrentado a los poderes fácticos de sus países y constantemente sorprenden a la opinión pública y a sus opositores (Kirchner reconvirtiendo la Corte Suprema de Justicia y con ello al principal símbolo del menemismo; y Mesa presentando días después de su triunfo electoral una Ley de hidrocarburos).
Los dos han sido catalogados como gobernantes de izquierda, pero después del galopante neoliberalismo que se enseñoreó en sus países en la última década, cualquiera con una postura más o menos progresista podría ser catalogado de marxista trasnochado.
Acercamiento a los políticos tradicionales
Nadie duda de los estrechos vínculos de Kirchner con el peronismo, ni de los que tuvo Carlos Mesa con el MNR, pero la relación que tienen ambos con esos partidos es la de un tórrido romance adolescente. Mesa aún intenta demostrar que puede gobernar pese a no tener bancada oficialista y sólo con el apoyo de diputados transversales; en cambio Kirchner ?el autor de ese curioso concepto y sabedor de que la transversalidad no es suficiente? está dispuesto a conciliar con el Partido Justicialista. El pingüino de riña se habría convertido en un pingüino domesticado afirman en Buenos Aires.
El acercamiento a los políticos tradicionales también es una posibilidad que baraja Carlos Mesa, al margen del fuerte respaldo que consiguió de Evo Morales. Algunos analistas mediáticos lo intuyen formando su propio partido o, incluso, convirtiéndose en jefe del MNR.
Lo que también comparten es la visión que tienen sobre los extremos (y la que éstos tienen de ellos): Han decidido no reprimir a esas minorías activas capaces de paralizar una ciudad sin ser especialmente representativas; y ?pese a los desplantes verbales? fascinan al gobierno norteamericano después de que éste creyera haber perdido dos ovejas más de su rebaño. La visita de Roger Noriega a La Paz y las señales que acaba de dar el FMI en su autocrítica y en la renegociación de la deuda argentina así parecen confirmarlo.
Ahora bien, atraviesan problemas que no son menores: la inseguridad que está espantando la fascinación que tenemos todos por la Argentina, en un caso; y resolver la ecuación gasífera de cinco incógnitas para los bolivianos (amén de las contradicciones propias de la inexperiencia y la ingenuidad según sea el caso, como sus opositores señalan sin descanso).
Kirchner y Mesa se consideran protagonistas de un momento fundacional. Hubo un antes del que nadie quiere hacerse cargo (pero de donde ellos provienen: gobernador el uno, vicepresidente el otro), y habrá un después de ellos.
Por lo menos eso es lo que piensan, lejos (y anhelantes) de los aburridos gobiernos aquéllos donde los presidentes no eran tan importantes, pero cumplían y terminaban sus mandatos.
Pese a los tropiezos de seguridad argentinos y luego del exitoso referéndum boliviano, Néstor Kirchner y Carlos Mesa siguen siendo dos de los presidentes más exitosos de la región a pesar de que uno concluye y el otro comienza la luna de miel con sus ciudadanos.
Ambos se caracterizan por sus comportamientos ascéticos: Mesa es abstemio y Kirchner se permite de vez en cuando algo más que pescado hervido con verduras. Lejos los dos de los habanos Churchill de Sánchez de Lozada o de la pizza y el champagne menemista. Eso sí se han hecho célebres por su carácter: Mesa es muy mal hablado y Kirchner reta a sus subalternos como denunció muy dolido un ex ministro de Justicia argentino.
Carlos Mesa es tan puntual que desconcierta por exceso y Kirchner peca por defecto: sus opositores no se cansan de explicar los males que le trae a la Argentina su impuntualidad y hablan de enojos y desplantes que van desde la CEO de Hewlett Packard pasando por los reyes de España, hasta Vladimir Putin o Kofi Annan.
Pero las actuales coincidencias entre Bolivia y la Argentina van mucho más allá de las anécdotas presidenciales.
Los dos surgen en momentos críticos e históricos para sus naciones: el boliviano sucede a Sánchez de Lozada, derrocado y ?enterrado por los muertos? como afirmó el propio Mesa; y Kirchner es el primer presidente post De la Rúa elegido en las urnas.
Tanto Mesa como Kirchner se muestran como outsiders de la política o por lo menos con la intención de renovarla: Han enfrentado a los poderes fácticos de sus países y constantemente sorprenden a la opinión pública y a sus opositores (Kirchner reconvirtiendo la Corte Suprema de Justicia y con ello al principal símbolo del menemismo; y Mesa presentando días después de su triunfo electoral una Ley de hidrocarburos).
Los dos han sido catalogados como gobernantes de izquierda, pero después del galopante neoliberalismo que se enseñoreó en sus países en la última década, cualquiera con una postura más o menos progresista podría ser catalogado de marxista trasnochado.
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El acercamiento a los políticos tradicionales también es una posibilidad que baraja Carlos Mesa, al margen del fuerte respaldo que consiguió de Evo Morales. Algunos analistas mediáticos lo intuyen formando su propio partido o, incluso, convirtiéndose en jefe del MNR.
Lo que también comparten es la visión que tienen sobre los extremos (y la que éstos tienen de ellos): Han decidido no reprimir a esas minorías activas capaces de paralizar una ciudad sin ser especialmente representativas; y ?pese a los desplantes verbales? fascinan al gobierno norteamericano después de que éste creyera haber perdido dos ovejas más de su rebaño. La visita de Roger Noriega a La Paz y las señales que acaba de dar el FMI en su autocrítica y en la renegociación de la deuda argentina así parecen confirmarlo.
Ahora bien, atraviesan problemas que no son menores: la inseguridad que está espantando la fascinación que tenemos todos por la Argentina, en un caso; y resolver la ecuación gasífera de cinco incógnitas para los bolivianos (amén de las contradicciones propias de la inexperiencia y la ingenuidad según sea el caso, como sus opositores señalan sin descanso).
Kirchner y Mesa se consideran protagonistas de un momento fundacional. Hubo un antes del que nadie quiere hacerse cargo (pero de donde ellos provienen: gobernador el uno, vicepresidente el otro), y habrá un después de ellos.
Por lo menos eso es lo que piensan, lejos (y anhelantes) de los aburridos gobiernos aquéllos donde los presidentes no eran tan importantes, pero cumplían y terminaban sus mandatos.
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