Sabido es que la política exterior no es la principal
preocupación electoral en tiempos de paz en ninguna parte, y Chile no es la
excepción. No es extraño entonces leer sólo algunos párrafos sobre el tema en
los principales programas de Gobierno de los candidatos hoy en disputa.
Lo que si llama la atención es que en esas pocas líneas se
nombre casi de refilón el principal problema hoy y en el futuro: los diferendos
con Perú y Bolivia.
No faltará quien argumente que esto se debe a que Chile tiene
una política de Estado al respecto y que no habrá grandes variantes a lo que ha
venido haciendo en los últimos años. Con Perú cierto consenso en que las
relaciones se encaminarán después del fallo de La Haya y que las relaciones
económicas nunca fueron tan buenas como ahora; con Bolivia esgrimir la
intangibilidad de los tratados y dejar caer el peso de la responsabilidad sobre
ese país.
El programa de Gobierno de Michelle Bachelet enfatiza esos
tópicos: plantea retomar el diálogo con Bolivia iniciado en 1999 y el clima de
confianza mutua alcanzado durante su anterior gobierno así como la plena
normalización de las relaciones diplomáticas. Lo que más llama la atención, sin
embargo, es que el tema está en el acápite “defensa” y no en el de “relaciones
exteriores”.
Evelyn Matthei es aún más escueta y en breves líneas reafirma
su vocación americanista, la continuidad de la política exterior del actual
gobierno y, fiel al estilo tradicional de su sector, se preocupa en el efecto que
la seguridad exterior o las relaciones internacionales pueden tener en una
economía ampliamente globalizada como la chilena.
Marco Enríquez Ominami es el que más referencias tiene sobre
los vecinos y América Latina. Sobre Perú afirma que la brecha entre confianza
económica y desconfianza política tiene que cerrarse progresivamente y,
respecto a Bolivia, reclama un acto de generosidad de Chile y encontrar
soluciones concretas, útiles y factibles.
A este análisis de
los programas electorales debemos sumar otros datos. La encuesta Bicentenario
recientemente publicada (PUC-GFK/Adimark) muestra que, a juicio de los
encuestados, los chilenos se consideran “excepcionales” y no se sienten parte
de América Latina. Aún más, entre el 2006 y el 2013 sistemáticamente todos los
años ascendió el porcentaje de chilenos que creen que a Bolivia no debiera
dársele nada (del 33% a un mayoritario 56%) y, en ese mismo lapso de tiempo, bajó
del 47% al 29% el porcentaje de los chilenos que están de acuerdo con darle a
Bolivia beneficios económicos para que ocupen puertos chilenos.
En ese clima de opinión no es extraño que los programas
presidenciales de quienes más posibilidades tienen de llegar a La Moneda le den
tan poca importancia a la región.
Por tanto es difícil pensar que durante el próximo gobierno,
gane quien gane, haya grandes modificaciones en las orientaciones en política
exterior. Hacia Perú el deseo de que después de La Haya se normalice la relación;
y, sobre Bolivia, la convicción de que se trata de un tema de seguridad, y
diálogo sin ofrecer nada a cambio.
Nadie con una mínima dosis de realismo puede pensar que
estos sean temas sencillos: pero llama la atención que no se ensayen otras
alternativas y se planteen programas de largo plazo, de cooperación y
desarrollo que permitan generar otro tipo de relaciones que las erigidas en
base a la confrontación. Y para hacerlo, para construirlas, y a pesar de la
resistencia que tenga a las veleidades de la opinión pública, Chile tiene la
responsabilidad mayor, por su interés nacional, su peso específico y su
proyección futura.
(Publicado en La Tercera el 7 de noviembre de 2013)