Una de las canciones más populares de “Atajo”, un exitoso grupo de rock boliviano, contenía un estribillo pegajoso y decidor: “Que la DEA no me vea que me causa stress”. Era una canción de respaldo al movimiento cocalero que comenzaba a despuntar en ese momento y que después se impondría rotundamente en la política boliviana.
La relación entre los EE.UU. y los cocaleros nunca fue de las mejores: en septiembre fue expulsado el embajador de ese país; semanas después USAID (la agencia de cooperación para el desarrollo); y, hace unos días, la DEA en una decisión mediática plagada de acusaciones de grueso calibre, entre ellas, que en lugar de combatir al narcotráfico, la DEA había colaborado con él y permitido desde asesinatos hasta la venta de toneladas de cocaína.
El giro antinorteamericano de Morales ya ha tenido costos altos para Bolivia: perder las preferencias arancelarias para las exportaciones y probablemente una futura “descertificación” del país (EE.UU. certifica o no a los países en función a su lucha contra el narcotráfico).
El gobierno sostiene que, sin la ayuda norteamericana, ha cumplido con la interdicción al narcotráfico y que ahora contará con el auxilio de otros países como Rusia (con quien se firmó recientemente un acuerdo de cooperación), la Unión Europea y hasta UNASUR.
Por otra parte, cree que la situación mejorará con el triunfo de Barack Obama, a quien ha prometido entregar las pruebas de los vínculos de la DEA con el narcotráfico. Los más escépticos dudan que la política antidrogas y respecto a Bolivia vaya a cambiar con el nuevo inquilino de la Casa Blanca, es más, el vicepresidente electo Joseph Biden, representa la línea dura norteamericana en la lucha contra el narcotráfico y durante la gestión del ex presidente Bill Clinton participó de la concepción del Plan Colombia.
En cualquier caso, al margen de este impensado y sin mayor relevancia acuerdo con la ex Unión Soviética, donde uno puede encontrar reminiscencias de la guerra fría en Bolivia es en acciones como la expulsión de la DEA, que no significará como antaño ir de los brazos de una potencia para caer en los de otra, pero contiene una retórica antigua y bipolar que conocía bien “Atajo”, por eso terminaba su canción con un definitivo “yankee, mother fucker, go home”.
Los artistas pueden darse esos lujos, los políticos no.